(CAPÍTULO
XXXII)
“LA PLAYA”
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¿Te gusta mi amor? –le preguntó ella a la vez que apartaba con su pies
izquierdo parte del pareo del amado.
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¡Estoy perdido y no sé cuándo voy a regresar!
Las palabras de Álvaro se
fueron alargando, extendiéndose como goma de mascar al mismo tiempo que su falo
iba quedando al descubierto. A sus labios llegó la reminiscencia del Tequila,
el penetrante y definido aroma del licor que le hace estremecer los sentidos
hasta desbocarse las partes más carnosas de su anatomía. ¡Es una delicia! Afirmó para su interior.
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¡Si quieres te puedes quedar en tus sueños, yo me comunicaré con tu amigo! –le
respondió ella con una sonrisa maliciosa.
Y Diana enmudeció. Dejó de
hablar para poner con cuidado la planta de su pie sobre la remolona verga de su
amor. ¡Estaba flácida, pero no había expirado del todo! Su grosor doblaba la
normalidad, sin llegar a su potencia habitual. Con toda seguridad, se dijo, es
un pene que desea reflexionar sobre las cosas mundanas y el libre comercio.
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¡Tengo mi polla, mi pinga, mi tranca, mi pico, mi tolete, mi morronga, mi pija,
mi rabo, mi verga, etcétera, etcétera, y etcétera, en estado de busca y
captura!
Las referencias de Álvaro
respecto a su órgano sexual, al principio, pero sólo al principio, le
provocaron a Diana una sonrisa; pero en unos segundos más, su mente la
traicionó y comenzó a imaginarse miles de historias con el miembro de su amado.
Por su mente se deslizó una fantasía que pondría en práctica cuando alcanzasen
la cala.
Las papilas gustativas de ella
comenzaron a funcionar, y por debajo de la traslúcida tela de su pareo, los retoñados
pezones hicieron acto de presencia frente al mar y se expandieron como ejército
napoleónico por las difusas praderas de Europa.
Con el dedo pulgar, pero esta
vez de su pie derecho, apartó del todo el pareo de su chico, y el boquiabierto
pene se deslizó sobre uno de los muslos fijando la mirada en el extendido
horizonte. Al igual que Álvaro, su compañero penial, soñaba con placeres desconocidos
que lo estremeciese para mostrarle a Diana la verdadera cara del amor.
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¡No lo perderé de vista para que sienta la vergüenza en su propia carne y me
mire directamente a la cara! --así le habló Diana al pene, pero mirándole fijamente
a los ojos.
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¡Si me dejas ver lo que me gusta, lo templaré especialmente para ti! ¡Tienes
que adivinar lo que es! --afirmó Álvaro.
Segura no estaba, pero sabía
que jugaba con ventaja. Cualquier cosa que hiciese ella, él, se perdería por
sus huesos, porque en la ventana comprendió que el joven la amaba por encima de
cualquier inconveniente.
No lo pensó más y se colocó de pie sobre su amado. Puso a cada lado de
la cabeza una pierna, cerca de cada oído. Las gafas ahora han perdido todo su
sentido, se dijo Álvaro y, se las quitó, decidió apreciar la realidad en cada
irregularidad de la misma.
La luz, entró de golpe por los
ojos de Álvaro, hasta que Diana encontró el punto exacto de sombra entre su
cuerpo y el sol, para que él, disfrutase de las mejores vistas que ella le estaba
brindando. ¡Dobló las rodillas, se posesionó directamente sobre su cara y, le
mostró parte de sus encantos desde una nueva óptica!
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