miércoles, 19 de agosto de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




(CAPÍTULO LVII)


          Se alimentan de “detalles”. Estos amantes son unos devoradores de detalles, de nanos-detalles. Cada observación, cada entrega, cada enfoque del cuerpo y de la mente se orienta hacia la evocación de los diminutos detalles que se pierden en cada segundo sumado. No es posible abandonarse con todas sus consecuencias en las manos del amado o de la amada si antes no inspeccionamos la “minusculidad” que habita en cada uno de estos seres. Para estos amantes que se entregan con idénticos ardores lo mismo junto a una ventana como a los pies del inagotable mar, lo imperceptible es el propio infinito dispuesto a ser invadido en cada caricia, en cada improvisado encuentro, hasta que por mutua disposición se devoren cual fieras hambrientas.
                 Puede, no lo sé aún, que estas vehementes reflexiones sean fruto de las altas sensibilidades y de la compactada fricción de las carnes bajo un templado sol primaveral. Digo que “puede”, porque no me hallo junto a los amantes, al menos en estado sólido, y hace que mis glándulas sudoríparas y salivares se arremolinen intencionadamente a pesar del viento, con el único propósito de adherirse a los trillones de partículas de arena dispersas por los alrededores; pero no, estos amantes solamente reaccionan ante los correspondidos estímulos que se brindan mutuamente.
                 Los cuerpos no se despliegan de igual manera con vestimenta o sin ella. Los complementos u/o asesorios son añadidos que coaccionan al libre albedrío y dificultan la penetración de las intenciones. Y estos amantes lo tienen demasiado claro y no se dejarán llevar por falsos modismos. Ellos van al natural, con las intrigas e interrogantes a manera de colgajos para que la finalidad no se ponga en dudas. Algo parecido a Adán y Eva, pero sin las parras cubriéndoles las zonas púbicas, sin la zorra de la serpiente, sin la penada manzana, y sin el trozo de jungla meridional con ínfulas de paraíso celestial. Aunque no sabría qué decirles si me diesen a escoger entre la tierra que existe bajo mis pies, o el cielo posesionado en lo alto de mi cabeza, que por mucho que lo intente, no logro alcanzarlo. Por tanto, me quedo con la tierra. Para conseguir el cielo solamente necesito de mis ensoñaciones, así que prefiero mantener los pies encima de la tierra porque me es familiar. Al final del viaje, me consta, terminaré en ella, envuelto en su savia, dejándome arropar por sus fluidos y desintegrándome placenteramente entre las desquiciadas raíces que por ignorancia eligieron mi presencia. Y si, ella, me lo permitiese, le haré el amor antes que me descomponga del todo, aunque me tilden de cometer incesto y aunque el cielo se disguste. Me da igual, yo soy material transformablemente mutable que terminará abonando los aledaños.
                 Pura ambigüedad son los patrones de conductas que constantemente nos imponen, y Álvaro, no está dispuesto a semejante sometimiento. Diana mucho menos. Cuando se conocieron, ella lo invitó a dar un paseo por el mar. Y en ese primer encuentro se desnudó sin pudor. Se desprendió de los ropajes de igual modo como el que rasga un envoltorio llegado por correos. Con ligereza, sin planificación, y con la suficiente naturalidad para no ser comparado con uno de esos striptease de barra pulida y de alta concentración de nubes de humo. Ella es así, impulsiva y liberadora como el propio temporal. Él no se queda detrás. La apoyó con su total desnudez. Y como seres retoñados de su propio despojo, se observaron hasta la saciedad, con meticulosidad, acogiendo a los referidos, a esos, a los entrañable “detalles” que hasta ahora no se han apartado de sus cordiales afectividades.
                 Aquel día en la playa, aunque vosotros no se lo crean, los amantes no hicieron el amor. Se echaron desnudos sobre la arena y dejaron que las horas se perdiesen en las cotidianas incongruencias. De tanto mirarse, dejaron las apetencias para después, para cuando los recuerdos se transformasen en ensoñaciones, y las visiones, en ocultas realidades.
                 Antes que amaneciese, Álvaro y Diana se unieron en un abrazo, y rodaron……., rodaron……., rodaron sin poner freno a sus propósitos. Cuando despertaron de su letargo, descubrieron que se hallaban frente a la ventana, a esa ventana, como afirmaría mi abuela: cómplice de los amoríos y sostenedora de las más variadas carnes. No se detuvieron, alargaron sus impulsos, y la luz de la mañana los sorprendió con la piel enrojecida y los músculos distendidos. Desde entonces, hacen el amor a diario, cuando los deja la razón, y de eso hace ya una eternidad.                                      

 Continuará...........................................

viernes, 7 de agosto de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO LVI)

                 El acto sexual es un posesionado juego, donde se dan impresiones personalizadas; un devenir que no entra en razones, dejando el cuerpo en flotabilidad total, pero a la deriva. Álvaro supone, “cosas”, una o muchas, Diana un tanto de lo mismo, y en ese amasijo de sensaciones, la señora cordura está demás y haría bien en poner pies en polvorosa.
                 Esta podría ser la ética del sexo. Él, se impone intentando “dar” para prontamente recibir placer, lo cual no significa que dichas sensaciones fluyen en sentido circulatorio. Lo inverso sucede con ella. Diana sencillamente “da”, y en su enigmática entrega aflora el morbo que provocará a cada una de sus terminaciones nerviosas. Pero, la matemática, no siempre es aplicable, y germinan, como setas después de un día lluvioso, los intrínsecos “errores”.
                 Él se mantiene en su empeño, el de prolongarse por ese anal camino, y está seguro, por experiencia, que la “delicadeza” es su aliada, la base fundamental de una buena relación carnal. Parte de su músculo “penial” se halla en el interior de Diana, asechando, en espera de una oportunidad, de la mínima reacción por parte de ella para intervenir de lleno; naturalmente, con delicadeza, porque él, ante todo, es un caballero de los pies a la cadera.
                 Diana permanece en la misma posición, boca abajo y extendida sobre la arena; aunque un ligero cambio se ha notado en su postura. Ha enterrado los codos en la arena, y su columna vertebral se ha arqueado llamativamente. Este elemental gesto subraya su anatomía. Las nalgas son ahora un perfecto promontorio a la orilla de la mar. Álvaro no desaprovecha esta oportunidad para ampliar su espectro visual. Los deseos se multiplican y las ganas se desbordan en la cúspide de su glande, porque no hay nada tan convincente como una buena maquinación.
                 ¿Realmente Diana desea ser penetrada por el ano? Posiblemente sí, pero no con todas sus consecuencias; o posiblemente no, pero le gustaría probarlo sin que la piel y el conducto anal se expandan demasiado; lo que llamaríamos comúnmente disfrutar con las justas y necesarias molestias. Que el riesgo no sea mayor que el premio a obtener. Lo nuevo excita, provoca los sentidos, los libera, los manipula, permitiéndole a nuestra imaginación una independencia “enajenadora”.
                 No era la primera vez que elegían esta postura, aunque en realidad en ambas ocasiones el seleccionador había sido Álvaro, lógicamente, con el apoyo de Diana que está dispuesta a cualquier intervención si llega por parte de su amado. Esa primera vez lo intentaron con demasiadas ansias, y las pretensiones se quedaron en la antesala, no pasaron más allá de los umbrales. Por variados motivos no aconteció. Diana jadeó en esa ocasión, y Álvaro lo interpretó como un síntoma de placentera “enajenación” e intensificó sus esfuerzos. Craso error.
                 Ante una situación desconocida nuestras defensas se ponen en alerta. Los músculos se tonifican y las remembranzas actúan sin piedad. Esa primera impresión es fundamental para una armoniosa continuidad, y es la que debemos intuir, sobre todo si somos el contrario, la mitad del todo. Y Álvaro no la tuvo en cuenta, continuó y continuó; eso sí, con los necesarios esmeros que él sabe infringirle a estas cosas. Penetró a Diana hasta eyacular. Con el rose, aunque no fue prolongado, el ano de Diana terminó por aumentar de diámetro. Ella intuía que aquella “manera” de practicar el sexo acabaría gustándole si las condiciones mejoraban; pero ya sabemos que Álvaro no tuvo la paciencia y la cortesía que se debe poseer en estas anónimas situaciones, y ocurrió lo que él mismo no deseaba que ocurriese tan prontamente, porque el mutuo y compartido placer se perpetua cuando ambos van de la mano; en el interior de la joven se produjo una explosión.   
                 La sorpresa llegó cuando Álvaro intento extraer el adormilado pene del ano de Diana. --¡Aquí se esconde el placer!-- Expresó la joven para sus adentros. Ahora no deseaba perderlo, le apetecía que esa parte de su amado permaneciese por siempre en su cavidad. --¡Es una sensación extraña, no del todo agradable pero sumamente familiar! ¡Es como sí……!-- Se cuestionaba Diana intentando retener a su amado por las nalgas. Al parecer los manojos de contradicciones alimentan nuestro morbo y nos hacen sentir extraños ante nosotros mismos. ¿Qué se puede esperar entonces del otro?

           Eso fue lo sucedido la primera vez, ahora, es bien diferente, los anteriores errores serán subsanados, dando paso a nuevos y lamentables errores que irán ampliando nuestro listado. ¿Pero qué seríamos nosotros sin esos exquisitos errores? ¿No seríamos humanos? ¡Uhmm……., habría que pensárselo!

Continuará..........................................................