A los amantes, incluidos los de
Venecia. A los que aman más allá de los anuarios. A los que afirman que el amor
lo llevan congénito, tallado en la piel.
En fin, a los amanecientes del
planeta, a todos ellos, incluyéndome a mí, les doy mí en hora buena.
Ámense hasta que el mundo estalle.
Y si por suerte o desgracia pertenecen al selecto grupo que partirán rumbo al
cielo, amen también a Dios, porque a veces pienso que el pobre necesita más
amor que nosotros.
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