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¡No son papeles, son imágenes
fotografías! Asunción oculta entre sus ropas íntimas retratos. Con la toalla
alrededor de su cuerpo y varias fotos en sus manos, se deja caer en uno de los
bordes de la cama. Eleva el brazo a la altura de su cara y las observa con
detenimiento; lo mismo que yo a ella. Mi enfoque visual no llega a tanto, pero
por el contorno parecen personas……. Asunción suspira, se inclina, cierra los
ojos, y su espalda cae irremediablemente sobre las sábanas. Unas sábanas
exentas de pliegues, porque cuando su
marido se levanta cada mañana para ir al trabajo, ella las alisa con la
paciencia de un beduino en pleno desierto. ¡Dios! Una de las puntas de la
toalla se desprende del improvisado nudo que la mantenía aferrada a sus pechos,
y estos, voluptuosamente, salen a flote intentando una decorosa permanencia uno
al lado del otro; pero no es posible, se desparrama a la izquierda uno, y el
otro, a la derecha. ¡Son hermosos los pechos de la señora Asunción aunque cada
uno vaya a su aire!
Esto es completamente nuevo para mí. Asunción,
mi vecina, recatada, sobria, beata, y aletargada desde que la conozco, se ha
mantenido impoluta de los pies a la cabeza todos estos años. Jamás la había
visto con este talante. La ventana del baño la cierra cuando está dentro, y al
pasar de este a la habitación, siempre va por el pasillo llevando su eterna
bata de andar por casa. Lo único que deja a la vista es la cara, las manos y
parte de las zapatillas; pero hoy se ha desatado, y me ha tomado por sorpresa.
¿Cuánta belleza se puede ocultar bajo una insustancial apariencia? ¡Incalculables
encantos! Es muy cierto la máxima que versa que las apariencias engañan, y
ahora estoy siendo testigo de ello.
Tengo la impresión de que
Asunción guarda en su memoria, desde mucho antes, las imágenes que componen las
fotografías que sostiene su mano; pero aun así, las vuelve a mirar una y otra
vez. Creo que desea rescatar hasta el último detalle impreso.
Cerró los ojos y, las dejó
caer una a una sobre la cama. Al parecer ya no las necesita. Las fotos ahora se
hallan dentro de su cabeza, en algún espacio de su memoria.
¡Asunción comenzó a soñar!
Apartó lo que quedaba de
toalla sobre su piel, y, mis sentidos se conmovieron. Dejó las piernas en
franca separación, vulnerables en toda su extensión. Quedando su pubis en el
margen de la cama a punto de descender al vacío. Por otro lado, los amplios
pechos de la señora Asunción, habitaron el espacio como si fuesen los únicos
pobladores del universo. Y qué decir de sus manos, desprendidas y maliciosas andando
sin rumbo fijo por su cuerpo. ¿Qué más puedo desear que no fuese continuar
mirando? ¡Nada hay más sublime que la soledad de un observador!
Un imprevisible rayo de luz
irrumpió por la ventana que se hallaba del otro de la habitación, se difuminó
sobre el pubis aún mojado de la señora Asunción, y sus ensortijados vellos
fulguraron en múltiples colores. El reflejo se expandió, saltó, y su luz rebotó
en mis ojos, encandilándolos. Quedé en la oscuridad, en una oscuridad total.
Fueron unos segundos apenas, pero me pareció una eternidad. Dejé de ver, y la
confusión penetró en mí. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? Las preguntas
intentaban formar una cadena al menos lógica dentro de mi cabeza pero no lograron
su propósito. Y desde la misma negritud, llegó la señora Asunción a salvarme.
La vi frente a mí. Era la primera vez que la olía. Una fragancia extremadamente
intensa. Fuerte, acuosa, poderosa, y generosa en esencias. Es como si estuviese
olfateando cada uno de los elementos que habitan en la naturaleza.
Llegó a mi nariz un intenso
olor a salitre, una emoción poderosa de apacibles líquidos. Pude olfatear la
solidez de una roca como si estuviese expuesta en varios pedazos, y experimenté
una profunda estabilidad en mi interior. Mi pensamiento fue alcanzado por la
briza fresca de la razón, y sentí los cabellos de la señora Asunción acariciándome
la cara. No dejaban de moverse como si concibiesen una danza sensorial, y me
cautivó. Naturalmente que lo hizo. Y por último, mi cara, percibió un intenso
ardor, una sensación de calidez penetrante pero al mismo tiempo confortable
desde la oscuridad en la que me hallaba habitando, y, plaf……, la luz. Regresó
la visión.
Después de tanto tiempo
observándola, después de tantas horas dedicadas a su devota figura que jamás me
sorprendió, porque en ella, cualquier cosa que hiciese es predecible como la
noche y el día; después de todas las vicisitudes y nocturnidades, hoy, ahora,
en estos instantes, siento vergüenza de mi comportamiento. Opino que he sido un
vulgar mirón, y no tengo justificación alguna. ¡La señora Asunción ha dado un
vuelco a mi corazón! ¿Cómo puede ser posible que no la descubriese antes? ¿Y ahora
qué debo hacer? ¿Seguir mirándola? ¡No!
Dejé mi atalaya y salí de la
habitación lo más veloz que pude. Necesito tiempo, tiempo para pensar en lo que
me ha pasado. ¿Qué hago? ¿Qué hago? Toda mi investigación como “mirador unificador” ha dado con el
traste, he perdido la perspectiva y no sé si eso es bueno o no; pero me es
igual, no me importa, después de la experiencia vivida qué más puedo pedir. ¡Ya
no me importa el señor Mariano, la fiesta, el…….., un momento! ¡Eso es, la
fiesta! Tengo que hablar con el señor Mariano para que lleve a su mujer a la
fiesta. De esa manera podré verla de cerca, y hablar con ella.
No fue complicado. Le
manifesté al señor Mariano que invitase a su señora al encuentro, y así, de
esta manera, se sentiría más arropado al compartir con los demás invitados que
no conocía de nada, y le pareció estupendo. A él, ya se le había pasado por la
cabeza llevar a su mujer, y me lo iba a comentar esa misma noche.
El sábado antes de las ocho de
la tarde, lo tenía todo controlado. Invité a varios amigos y amigas para que me
hiciesen de cuartada; por supuesto, los detalles escabrosos y mis intenciones
velas no se las expuse, solamente los suficientes y necesarios para que mi plan
funcionase. Preparamos las bebidas, varios platos para degustar, y por
supuesto, el proyecto del que le hable al señor Mariano. Unos
cuantos folios con una idea central pero no centrada, y otras dispersas por el
escrito. Nada en concreto, pero sí con argumentos suficientes para debatir la
noche entera si fuese necesario.
A las ocho en punto, llamaron
a mi puerta. Era el señor Mariano y la señora Asunción. Mis amigos estaban
desde antes. Ya los había entrenado en la defensa del proyecto a ultranza para
darle un toque de veracidad.
__
¡Buenas tardes, pasen por favor, están en su casa! –y con un gesto amable los
invité a entrar, pero mis ojos no pudieron apartarse de la señora Asunción.
__
¡Gracias joven! –sentenció el señor Mariano mirando a su alrededor-- ¡Tome, una
botella de vino, porque no está bien hacer una visita con las manos vacías! –y
me entregó la botella a la vez que pasaba por mi lado en dirección al salón.
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¡No tenía que molestarse, pero de todas maneras muchas gracias! –le dije con
sinceridad.
__
¡Y esto también joven, es una tarta de arándanos hecha por mí!
Y sin esperar una respuesta
por mi parte la señora Asunción dejó caer sobre mis brazos dicha tarta. El
señor Mariano había llegado al salón. En el pasillo, en el estrecho pasillo de
mi apartamento, coincidimos por primera vez frente a frente la señora Asunción
y yo, y lo único que apartaba nuestros cuerpos para que no
topasen mutuamente era la dichosa tarta.
__
¡Muchas…….gracias señora…….Asunción!
__
¡De nada joven, pero no tiene que llamarme señora, simplemente Asunción!
Y sentí que varias gotas de
sudor bañaban mi frente, mis espaldas, y mis antebrazos.
__
¿Se siente mal joven?
__
¡Fernando!
__
¿Cómo dice joven?
__
¡Fernando, me llamo…….Fernando…….seño……, perdón, Asunción!
__
¡Está blanco como el papel, no desea……..!
__
¡No, no, no es nada, es que aún no ha refrescado!
__
¡A mí me parece todo lo contrario! ¡Mire!, ¡Me he puesto este jersey por si
acaso refresca aún más antes de irnos!
No lo pude evitar. Mi cabeza
fue invadida por imágenes. Numerosas imágenes, y entre ellas, la más recurrida,
los pechos de la señora Asunción, perdón, los pechos de Asunción mi vecina,
unos pechos relajados sobre la cama de su habitación que invitaban a sucumbir.
La miré, y el jersey, desabotonado, en su totalidad, dejaba percibir debajo una
blusa de color blanco. Esta si estaba abotonada hasta el cuello, pero me daba
igual, porque yo veía más allá de los tejidos y las apariencias. Ante mí,
Asunción permanecía simplemente con su jersey, abierto, dejando al descubierto
sus generosas turgencias que observaba con avidez.
__
¿Podemos pasar? –me preguntó con un tono más bien suplicante.
__
¡O sí, claro, perdone, es que……., esta semana ha sido muy agotadora, el
proyecto, la universidad…….!
__
¡Lo comprendo jove……., perdón, Fernando, no tiene que disculparse! –me miró, y
sonrió con una señal de vergüenza.
__
¡No se disculpe, es la costumbre, a mí me ha pasado antes!
Y amablemente dejé que pasase
primero. Cuando llegamos al salón, el señor Mariano, sentado en el sofá, ojeaba
el proyecto, y a su alrededor se hallaban mis amigos como moscas en un plato.
Tuve la impresión que se encontraba a gusto y completamente relajado. En una
mano el proyecto, en la otra un vaso con vino hasta el borde, y en la boca,
palabras y más palabras que brotaban de la misma con el ímpetu de un orador en
lo alto de una tribuna. El señor Mariano daba la impresión de ser otro. Estaba
realmente insultante, seguro de sí mismo, y dispuesto a comerse el mundo y a
quien se pusiese ante su destino. Hablaba con la misma seguridad con la que dialogan
los que llevan la verdad sobre los hombros. La señora Asunción lo miró
inquisitivamente, sus piró, y fue a sentarse en una de las sillas que se
hallaba alrededor de la mesa.
__
¿Desea beber o comer algo señora……? --uno de los amigos encargado de los
refrigerio la interceptó.
__
¡Asunción! --contestó ella.
__
¿Desea beber o comer algo Asunción? --nuevamente le preguntó.
__
¿Qué es lo que me ofrece joven?
Para no parecer pedante o
llamar demasiado la atención, me coloqué en uno de los extremos del sofá
aparentando que seguía la disertación del señor Mariano, pero todo lo
contrario, mis ojos, mis oídos, y cada uno de mis sentidos, se hallan
estacionados en una esquina de la mesa, junto a mi vecina Asunción, que no
consigo borrarla de mi mente. Y esa pregunta: ¿Qué es lo que me ofrece joven?, me ha dejado perplejo.
Sinceramente me está sorprendiendo su actitud.
__
¡De beber tenemos zumo, limonada, sangría, y alguna bebida más......., y de
picar queso………!
__
¿No tiene algo más enérgico para beber joven? –le interrumpió la señora
Asunción con una certera pregunta.
__
¡Bueno! --mi amigo buscó la complicidad en mi mirada, y al no hallar respuesta,
porque el primer sorprendido era yo, tomó fuerzas y respondió--¡Hay también cerveza,
vino, ron, ginebra, vodka, tequila, y creo que algo más!
__
¿Cuál de ellas me recomienda como la mejor? --Asunción miró con detenimiento a
mi amigo, y al no tener respuesta tomó la iniciativa-- ¡Quiero decir, como la
más fuerte!
__
¿Cómo dice señora?
__
¡Aquí entre usted y yo, la que tiene más grado alcohólico joven!
__
¡Ah, le comprendo, le comprendo señora Asunción………!
__
¡Llámeme simplemente Asunción!
__
¡Muy bien Asunción, creo que los de mayor grado son el tequila y el vodka!
__
¡Pues tráigame……., pito, pito, gorgorito,
donde vas tan bonito, a la acera
verdadera pin, pan, bota, y fuera……., tequila, tráigame tequila, si no le
es molestia joven!
__
¡Naturalmente que no señora……., digo, Asunción, ahora mismo se lo traigo!
__
¡Un momento joven, cuál es su nombre!
__ ¡Fernando, mi nombre es Fernando!
__
¡Gracias por todo Fernando!
Nuevamente mi amigo volcó su
mirada en mí, pero esta vez me encogí de hombros, qué otra cosa podía respondedle cuando el primero que se hallaba en schok era yo. Fernando tomó
rumbo al pasillo para dirigirse a la cocina e ir en busca de la bebida de
Asunción, cuando recordó algo, se detuvo, dio media vuelta, y regreso a la
mesa.
__
¿Asunción, lo quiere con hielo o sin hielo?
__
¡Sin hielo Fernando!
__
¡En un segundo se la traigo!
__
¡Gracias!
El que necesita realmente un
trago soy yo. Esta mujer me está sorprendiendo generosamente. Sin duda no es la
misma, no puede ser la misma. La señora Asunción se ha desbocado como una jaca
recién herrada, y perdonen la comparación porque no es nada poética, pero el
brío que desborda ahora mismo su presencia y su mirada solo es comparable con
la vitalidad de un equino en plena libertad. Y no quiero decir con esto que la
señora Asunción sea una yegua en celo, pero……., pero, algo sensual, que digo,
erótico, la rodea esta noche. Una mujer inversamente proporcional.
Cada uno de mis planes, de mis
estudios, inclusive, de mis apuntes, en estos instantes no me son válidos, al
garete mi investigación de “mirador
unificador”, soy un fracaso, ¡no!, soy literalmente un fraude, y no tengo
perdón de nada ni de nadie. Lo único que ronda en mi cabeza es la imagen, la
sorprendente imagen de la señora Asunción. Poseo un enorme y grandioso deseo por
ella, un impío deseo, que no sé muy bien cuál es, pero me trastorna los sentidos
y debo encauzarlo antes de cometer una locura.
Mariano se había hecho con la
situación y era el centro de atención del salón. Se encontraba cómodo, muy
cómodo, y entre copas y divagaciones, controlaba hasta las pequeñas pausas. De
una cosa me di cuenta. Él, sentía, y es una apreciación personal de mi parte,
una curiosa atracción por los hombres que se encontraban junto a él en el sofá.
Mis amigos, no sé por qué razón, lo tenían embelesado, y Mariano, con
satisfacción, se dejaba cautivar por el momento. Sin embargo las mujeres eran
nulas para él, no las escuchaba, ni siquiera las dejaba hablar. Ni una sola
vez, al menos las veces en que me acerqué, Carmen, Anita, Marlene, o Susana,
fueron centro de su atención. Y a medida que su garganta digería epítetos y
licores, su elocuencia se encaminaba más hacia el sexo masculino. Los papeles
que sostenía en sus manos, nuestra falsa investigación, dejaron ser motivo de
controversia por su parte y se encaminó directamente a la improvisación
desmedida. Mariano, como elocuente dialogador, se hallaba cómodo, y yo diría
más, realmente excitado, sentado en el centro del sofá, su tribuna, parloteaba
y miraba, bebía, parloteaba, y volvía a mirar con insistencia a René, hasta
perderse en sus propias incongruencias, en historias que no conducían a ninguna
parte. Mariano era feliz, y sobre todo, se había olvidado que tenía una esposa
que había abandonado en alguna parte de la casa, pero esto a él, no le
importaba para nada.
Al fin llegó Fernando con el
líquido embriagador. Asunción tomó la copa, la bebió de un golpe de codo, y volvió
a pedirle otra a Fernando; pero esta vez le preguntó si no le importaba que
fuese con él a por el licor, y Fernando le dijo que al contrario, se encontraba
muy a gusto con su presencia y le apetecía conversar y compartir un rato con
ella; y así lo hicieron, se marcharon juntos por el pasillo en dirección a la
cocina. Y esto no me gustó nada. La señora Asunción al paso de los minutos, se
estaba transformando misteriosamente en un ser encantador, sumamente encantador
de hombres, o al menos Fernando y yo lo estábamos sintiendo en nuestras propias
carnes. Su enigmática aura desde antes, desde mi posición de observador, me
cautivó, y ahora, Fernando, que sabía de antemano mis intenciones, se dejó
llevar por no sé qué oculto impulso, y me la quería robar impúdicamente.
¿Qué estaba haciendo yo
postrado en una esquina del salón? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Tengo que ir a
la cocina. Tenía la leve sensación de que si me demoraba un segundo más en
llegar, Fernando caería irremediablemente bajo el poder de la señora Asunción,
que esta noche, al parecer, mostraba una relajación total, y su organismo pedía
a gritos beber.
Antas de entrar, escuché
estentóreas risas desde el pasillo. Fernando emitía carcajadas, y Asunción
jadeos continuos que se interrumpían por momentos.
Continuará…………………………..