(CAPÍTULO XXV)
LOS OBJETOS VOLUBLES
El Infierno colmado de
comensales, y cada uno con un plato humeante de ajiaco sobre la barra o la
correspondiente mesa del restaurante, una cortesía de la casa para todos los
clientes presentes en este significativo día. Cuando cada plato estuvo colocado
frente a cada comensal, el ambiente quedó en un silencio absoluto. No se
escuchaba ni la más leve respiración que diese a entender que en el infierno
había vida. Juan con su delantal se escurrió las manos y atisbando por el
cristal que divide el salón y la cocina, se quedó inmóvil esperando la primera
respuesta de sus clientes. Después de tantos años con el negocio por alguna
razón el bueno de Juan temblaba tras la puerta esperando la mínima reacción,
pero nada, miraban el plato y tal parecía que el humo que se desprendía del
mismo los había hipnotizado a todos. La humeante y caprichosa silueta que flotaba
por los bordes del plato y continuaba a su antojo ascendiendo por los aires,
tenía ensimismado de tal forma a los convidados que daba la impresión que no llegarían
a degustar el ajiaco de nuestro amigo Juan.
Y sorpresivamente, sin
esperarlo Juan, las cucharas se pusieron en funcionamiento. La secretaria, el
vigilante, la maestra, el carpintero, la joven pareja, el pensionista de la
calle de enfrente, y el resto de clientes habituales, y primerizos, se llevaron
como en una acción sincronizada el poderoso y desconocido líquido a la boca.
¡Nuevamente silencio! Tragaron en seco, tomaron aire hasta llenar los pulmones,
lo soltaron complacidos, y volvieron a introducir la cuchara hasta el fondo del
plato como buscando algún secreto no encontrado. A partir de este instante cada
uno continuó con su ritmo. Juan se relajó y regresó al interior de su cocina
agradecido. La aceptación fue unánime, tan unánime que en la cuarta o quinta
cucharada una especie de euforia colectiva se impregnó en el ambiente. Posiblemente
por lo caliente de ajiaco, porque el día estaba caluroso, o porque Juan le
agregó una pizca de su ají picante a la receta, los comensales comenzaron a
sentir un sofocante calor que les abrazaba la piel, hasta el punto de comenzar
a desabotonarse las prendas, pero aun así no dejaban de ingerir la sugerente receta
que creó el sensible de Juan. Los hombres llevaban las camisas por el tercer
botón fuera de sus ojales, y las mujeres, las que llevaban faldas, elevaron las
mismas por encima de las rodillas.
Continuará..........................
Fotos: ARA y Mandy.