martes, 22 de enero de 2013

"LA MEJOR HORA PARA PROPORCIONARNOS UNA AUTO-SATISFACCIÓN"




(CAPÍTULO XXIII)
                           
                                 “LOS OBJETOS VOLUBLES”

                 En “El infierno” se desataron los paladares y los comensales se entregaron a la degustación y al entorno sin trabas ni límites. Desde la mañana en que Juan abrió su local algo había cambiado en el ambiente. Su receta fue el elemento detonador que desató los impulsos ocultos, pero desde que sus clientes irrumpieron por la puerta del infierno ya eran otros. En días normales se comportaban de una manera bien diferente cada uno de ellos. Hasta el mismo Juan notó un cambio en su persona en la madrugada en que elaboraba la bienaventurada receta que trajo el silencio y muchas cosas significativas a la comarca. Él achacó esta transformación en la convivencia a los variados y múltiples ingredientes que utilizó por primera vez en su receta.
                 Este suceso como les contaba ocurrió hace muchos años en un pueblo de la América Central cuyos habitantes no quieren hablar del hecho en concreto. Han pasado más de veinte años y algunos de los que se vieron involucrados en este suceso están muertos, pero los que se mantienen con vida se niegan hablar del pasado porque en lo fundamental lo que aconteció cambió la existencia del tranquilo pueblo. Lo que aconteció se mantuvo en secreto absoluto por parte de sus integrantes, pero como este día señalado la inmensa mayoría de la población se concentró en “El infierno”, el secreto estaba en boca de todos. En algún sentido lo que se evitó fue el comentario posterior en público, y el señalar a un culpable, porque en realidad no lo había.
                 Cada uno de los habituales que frecuentaba día a día el infierno llegó al mismo voluntariamente como siempre lo hacía, y los nuevos, los que se presentaron por sorpresa y provocaron las largas colas en el exterior del negocio de Juan, un tanto de lo mismo; no fueron guiados por nada ni por nadie al infierno.
                 No hubo una publicidad engañosa para atraer clientela, no eran fechas señaladas de fiestas y acontecimientos en el pueblo en que sus habitantes toman las calles para celebrar y consumir, tampoco sucedió un hecho en particular para que la gran mayoría estuviese dentro del infierno. Digo la gran mayoría para no caer en absolutismo baratos que no conducen a nada. Por la propia situación tan especial, por llamarla de alguna manera, que se produjo dentro del local de Juan, nunca se supo quien acudió y quien no porque las bocas se mantuvieron cerradas. Yo lo sé, porque desciendo directamente de uno de los que degustó esa mañana el extraordinario plato del querido Juan.
                      
                   
Continuará..........................
Fotos: ARA y Mandy.