"EL OLFATO"
(CAPÍTULO
XIV)
Por la abertura de la ventana
irrumpía el salitre que golpeaba la espalda de la joven, y de sus entreabiertas
piernas, se escapaba el secreto que el joven deseaba esnifar. Sus muslos olían a
universo, su piel a concha marina, pero a la recién y despejada concha que se
expande de sólo contemplarla. De tanto devenir, de los poros de la amada
comenzó a desprenderse minúsculas gotas de sudor que el joven se empeñó en
recoger con su dispuesta lengua. --¡Que
no termine!-- Se decía una y otra vez para intentar que el tiempo regresase
al instante anterior, y así, continuar lamiendo el magnífico cuerpo hasta agotar
toda la reserva de saliva y quedar completamente seco.
Para sentirla mejor, se apoyó con sus
manos en cada una de sus rodillas, y su nariz libremente continuó el camino que
le señalaba el infinito aroma de su piel; porque el sexo de su amada, olía
estruendosamente a infinito. Era lo que había buscado toda su vida, un sexo que
lo llevase a un viaje sin retorno. Estaba pleno en todo su ser y en este
momento no deseaba fallar en su intento. Por un instante sintió miedo. No
deseaba pensar en el próximo minuto. Hasta ahora el clímax había sido muy alto,
y lo único que deseaba era continuar con el temblor que le desencajaba los
sentidos y lo alejaba de su estrecho mundo. ¡Deseaba mucho más, y quería saber
si su chica estaba dispuesta a seguirlo!
Y entonces, sólo entonces, se
dio cuenta que lo tenía todo. El mar, la ventana, su amada, y una vitalidad que
se le antojaba enorme para la escasa piel que cubría su indomable corcel.
Recortó el camino que quedaba entre su nariz y el umbral del paraíso, y
acomodando las rodillas en el suelo, despejo con su lengua el diminuto bosque
primaveral que velaba al extasiado clítoris que lo esperaba como agua de mayo.
Llegó con el salitre impregnado en su boca. Llegó como un imponente festejo,
repartiendo lamidos, besos, enjuagues, mordidas, y bautizos. Sintió de muy
cerca la vida, el origen, pero también el comienzo de su ser que ahora no era
más que dicha. Dejó su lengua libremente para que jugase sin horario de tiempo,
para que absorbiese parte de la humedad de las tiernas paredes de su amada,
para simplemente desvariar con el chapoteo que produce la mezcla de la saliva con
el fluir de la marea vaginal que amenazaba con una inundación sin precedente.
Deseaba entrar con sus labios y su boca por el túnel prodigioso de lo
desconocido. --¡Me la comería toda, y no
daría explicación a nadie de mi conducta!-- Repetía entre demostraciones
acuosas.
Mientras lamía la inquieta
vagina de su amada, su pene marcaba contra la pared, cada uno de los latidos de
su corazón.
La joven le dijo claramente
que esta vez no se escaparía tan fácilmente, y sin decir nada más, lo tomó por
la cabeza y lo atrajo a su sexo. Acomodó sus nalgas en la ventana, y de un
golpe, cerró sus piernas fuertemente, dejando la cabeza del chico libre de los
peligros que acechan en estos tiempos tan inciertos.