sábado, 30 de mayo de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO LV)
                 Sin agobio y con escasos obstáculos Álvaro fue penetrando cada una de las estancias de su amada, hasta el mismísimo límite de todas las posibilidades. Él lo sabía con rotundidad. Las prisas no están hechas para un momento de acaloramiento. Lo repetía continuamente. Su objetivo primordial consiste en regodearse en las sensaciones que se van revelando a lo largo del recorrido; naturalmente, sin olvidar las necesidades de Diana, porque Álvaro es ante todo un dispensador de misceláneos placeres.
                 El afanoso amante llegó al interior de su entregada amada. Llegó pausadamente con sus atributos, pero también con sus afanes. Diana por dentro es lo más parecido a una extensa cavidad saturada de entresijos y colmada de maravillas. Para nada es como se lo había imaginado Álvaro en eternas noches de autocomplacencia; ni para bien ni para mal, sencillamente el interior de su amada es un confortable espacio que clama de inmediato intervención.
                 Diana permanecía en silencio, con la mirada perdida en la línea del infinito, en el punto exacto donde los barcos acaban extraviándose de los esmeros de los eternos mirones. ¡Las palabras no son necesarias, y los gestos seguramente sí, al final el placer se hace cómplice de las posturas! Sentenció la encendida amante que rebosaba encanto por cada uno de los poros de su piel. Desde su posición el universo es único, glorioso, y no hay límites para apreciar y pensar lo contrario. Diana es una gelatina bajo los desvanecidos rayos de sol que amenazan con licuar cada intención; pero es demasiado tarde, el deleitable mal se ha difuminado.
                 ¡Oscura claridad, tenaz templanza, espacio adormecido en espera de desconocidos vientos! Farfullaba el excitado glande de Álvaro que continuaba percudiendo en las anales paredes de la joven. Es una locura, una placentera locura el no saber con precisión por dónde se transita; pero es igual, cuando tenemos la vida en la “punta”, en los estremecimientos de los sentidos, los caminos por recorrer no son significativos, lo esencial es permanecer, continuar en la humedad de los ardores, en los furtivos rincones.

                 Más y más suplican ambas partes. Él y ella. Los dos, lubricados psíquica y corporalmente, precisan de un eterno espacio que los conduzca   al infinito de las caricias; pero no se atreven a dar el paso. Un interventor carnal no es lo idóneo para pactar, y una voluptuosa y entregada amante mucho menos, es capaz de sosegar al magnánimo infinito si se lo propone. ¿Qué se puede hacer cuando el deseo persiste y cuando las añoranzas no ambicionan escuchar? ¡Nada!