¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?
(CAPÍTULO
LII)
¡Esto ya es otra cosa! Afirmó
Álvaro apoltronado encima de las nalgas de Diana. El panorama es bien diferente.
Ahora es poseedor del más valioso de los tesoros. Entre sus piernas se haya la
esencia misma del universo, el principio y el fin. La armónica conjunción de lo
que pudo haber sido el comienzo de la creación o de lo que tantos otros describen
con cierta razón como la conclusión, el término, la ineludible esencia.
A mí me gusta llamarlo finis terrae, o lo que es más apropiado,
Finisterre, el fin del camino o de la
tierra dentro de un concreto espacio.
Finisterre para unos, o Finisterra para el resto, es uno de los lugares más
seductores de este mutante planeta. Específicamente fuera de las nalgas de
Diana lo podemos hallar justo en A Coruña, Galicia, el terruño, la patria de
mis queridos abuelos, que seguramente, al menos uno de ellos, ronda todavía por
esos lares.
Les confesaré a
todos aquellos que aún no se han enterado en susurro y con voz grave para acentuar
únicamente mi ego, que la cala, el fragmento de refugio que los amantes de esta
historia reivindican en cada momento, se encuentra justo en Finisterra, por el
cabo de Finisterra, donde termina la tierra y comienza el perpetuo mar; esa
porción de tierra que no merece la pena ser comparada con otra, porque si lo hiciésemos,
indubitablemente blasfemaríamos en la primera frase. Pecaríamos, y aunque
suplicásemos, no habría opción de misericordia para nuestra alma. Finisterra es
simplemente ella, una dúctil mujer dispuesta a ser fecundada, pero no por
cualquiera, ¡no! , exclusivamente por el creador de vírgenes apologías o por el
forjador de bienhechoras intenciones. Finisterra es el principio y comienzo de
lo palpable, pero también de lo intangible. Es la tierra donde las ilusiones descansan
al emerger la luna detrás de un hechicero pensamiento, un pensamiento que se
materializa en el mar, sobre esas espumosas olas que no soportan la quietud, que
son enemigas declaradas de la pereza, porque saben que el amanecer, ese
resurgir de la vida, llega sin avisar y con proliferas intenciones dejando sus
huellas en cada uno de sus arrecifes. Es simple y llanamente la tierra
prometida.
Las onduladas nalgas de Diana
son estas sólidas tierras en la que cualquiera de nosotros desearíamos recalar
después de un intempestivo naufragio para reposar los huesos hasta la llegada
de la hora de la inevitable partida. Se puede decir que los amantes inconscientemente
han hecho un viaje astral, antes de pisar físicamente la cala están cerca de experimentar
sus bendiciones con el sencillo hecho de disfrutar de las carnes. Ella la de
él, y él la de ella.
En lo alto del cabo de Finisterra el
turgente vigía se dispone a asediar las limítrofes tierras. Esta vez Diana no
tendrá escapatoria posible.
CONTINUARÁ...................................
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