-- I --
¡Después de una larga
noche de descanso, despertamos! Al abrir los ojos nos encontramos en una
habitación vacía, completamente diferente a la que dejamos antes de irnos a la
cama. ¡Estamos solos! A nuestro alrededor solamente las paredes desnudas que
nos aterran. Buscamos la cama pero ha desaparecido. Nuestro cuerpo está desnudo
como las paredes de la habitación; a estas alturas no nos atrevemos afirmar que
sea la nuestra, por lo irreal que se manifiesta. Por un momento pensamos --¿Esta
es mi habitación?-- ¡Dudamos! ¡Experimentamos ansiedad! ¡Pero lo terrorífico de
la situación, es que no sabemos qué hacer a partir de ahora; y por otra parte
nos negamos ver y estar, en una habitación vacía!
Una sensación igual nos produce
la soledad. ¡Qué no es otra cosa que el miedo extremo a lo desconocido! El
simple hecho de despertar en un sitio o lugar completamente diferente al nuestro,
activa automáticamente los mecanismos de defensa. ¡Nos defendemos ante el peligro,
y la soledad es peligrosa! Por muchos factores que explicaremos en siguientes comentarios.
Nuestro
cerebro tiene una capacidad formidable a la adaptación de cada una de las situaciones límites que viviremos a
lo largo de nuestra existencia; aunque no siempre estamos dispuestos a
enfrentarnos de forma conciente. Uno de los mecanismos de defensa es la
justificación, y en estos momentos inciertos lo ponemos en práctica. ¡Cuando un
problema se hace latente, primeramente nos justificamos! Es decir, un fracaso
emocional conlleva un proceso de superación, para el cual no estamos
preparados, porque en nuestro pensamiento no cabe la posibilidad de un
desengaño, de una frustración, de un desastre, de una desgracia, de una
ruptura, o de un simple revés. ¡Y es cuando entramos en una soledad absoluta con
nuestro entorno, y con nosotros mismos!