sábado, 20 de febrero de 2016

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




(CAPÍTULO LX)  

                 Con sobrada razón Antonio Machado sentenció que realmente el camino no existe, se hace al andar, y dicho espejismo no es otra cosa que estelas en el mar. Y haciendo suya la máxima, mis amantes, nuestros amantes, anduvieron por un no-camino sin despegarse del borde que une la tierra con el mar, no vaya ser que por algún descuido perdiesen el rumbo al andar. Y para no deshacer lo ya dispuesto, anduvieron con sumo tino sin profundizar en las pisadas, dejando con sus pies desnudos desniveles en la arena.
                 Cuando partimos, con rumbo o no definido, el cuerpo se extiende indefinidamente y los sentidos se embotan de perplejidades, lo dice un caminante que después de innúmeros de años ahora se empeña en regresar al punto de partida, y no es que anduviese por la totalidad del espacio exterior, es que en mi perpetuo andar, no me detuve para catar las vides de la vida. Y ahora, al intentar dar más de un paso, los ojos se me inundan y la tierra se abre a mí alrededor y termino disfrutando de los infinitos matices cual almendro en flor con la llegada de la primavera, porque me complace regalarle minutos al tiempo.
                ¿Quién al caminar no se ha inventado un destino insólito? Seguramente la mayoría de los mortales, pero esa referida mayoría de mortales, incluyéndome a mí, hemos dejado para mañana lo que pudimos caminar hoy, y terminamos perdiendo el rumbo en un no-sueño por culpa de la maldita inercia. Por estas razones, las de Machado y la de los amantes, no dejen de caminar aunque no lo requieran, aunque el rumbo sea difuso y los elementos adversos.
                 Andando y andando por el no-camino, los amantes llegaron a la cala, al espacio soñado, y se entregaron al mismo sin escatimar emociones, dejando a un lado lo establecido y lo estrictamente dispuesto. El lugar sí-soñado era espectacular, único en soledad y primitivismos, como ellos habían soñado. Diana miró a Álvaro, y Álvaro hizo lo propio con Diana. La hora de las radiantes entregas se avecina.     


viernes, 12 de febrero de 2016

“FEBRILES AMORES o AMOR NO ME MATES”

                 



                 A los amantes, incluidos los de Venecia. A los que aman más allá de los anuarios. A los que afirman que el amor lo llevan congénito, tallado en la piel. 
En fin, a los amanecientes del planeta, a todos ellos, incluyéndome a mí, les doy mí en hora buena. 

Ámense hasta que el mundo estalle. Y si por suerte o desgracia pertenecen al selecto grupo que partirán rumbo al cielo, amen también a Dios, porque a veces pienso que el pobre necesita más amor que nosotros. 

domingo, 7 de febrero de 2016

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




(CAPÍTULO LIX)

                 No era la primera vez que Diana se detenía unos segundos para reflexionar, como tampoco era la primera vez que al escucharla, Álvaro terminaba relajándose y los amores finalizaban sosegando por unos instantes los ardores. Ambos sabían que merecía la pena el hacerlo, no todos los días uno se detiene para echar un vistazo hacia atrás, porque la vida es en exceso agitada y a veces dejar de amar con las carnes para seducir con las vivencias produce ganancia de tiempo, y lo que es mejor, ceñida complicidad para el resto de la eternidad.
                 Álvaro se incorporó de su pertrechada posición, retiró sus “sobranzas”, y como un dispuesto caballero le extendió la mano a su amada, que desde instantes lejanos lo observaba recomponerse en su sobrada desnudez. Diana, ya de pie, mantuvo su mano dentro de la de Álvaro porque lo deseaba, y porque esa intrascendente unión significaba mucho para ella. Caminar por el mundo en compañía es un placer difícilmente de igualar y los instantes no están para despilfarrarlos tontamente con un innecesario distanciamiento.
                  El sol comenzaba a declinar y las siluetas de los amantes terminaron fundiéndose con la línea del horizonte a lo largo de la playa. Uno junto al otro comenzaron a caminar por el mundo, por ese mundo que Diana recordó al incorporarse, el mundo que temía y el mundo que no dejaba de sorprenderle a cada paso que daba, porque el mundo, no siempre era justo con sus moradores.
                 Y puede que en el interior de sus manos, entre palma y palma, guardasen con celo el sexo, para que al andar, se hiciese mayor. Por ahora no lo utilizarían, ya habrá tiempo para ello.
                 No puedo revelarles lo que llegaron a pensar los dilatados amantes camino a la cala, pero sí cómo se comportaron sus cuerpos. Las manos, las mantuvieron unidas por la savia de la ternura. La mirada en el punto exacto en que la espuma del mar envuelve la cálida arena para terminar regresando a sus orígenes después de bañar la orilla. Las piernas firmes y dispuestas, pero con escasas andaduras para que el mundo no se le hiciese pequeño al transitar. Y no menos importante, caminaban profundizando las huellas sobre la arena por aquello de la constancia, por el dejar una marca, una señal, aunque esta fuese efímera.
                 Las palabras no tuvieron cabida en este añorado recorrido porque ambos ya se habían dicho lo ineludible.
__ ¡…….! ¡…….! –afirmó el amante.
__ ¡…….! ¡…….! –yo también, contestó la amada.

                 Pero no por falta de profundas uniones dejaron de entregarse, él a ella, o ella a él; lo hicieron, y al llegar a la cala, demasiados orgasmos dejaron sobre el mundo, sobre el referido mundo que Diana aseveraba mantenerse al margen de los sentimientos.     




sábado, 23 de enero de 2016

¡REFLEXIONES SOBRE…….!

                                    

                                    
                 La mayoría de los mortales practicamos sexo en cueros, pero la mayoría también nos enfrentamos al mismo vestido de los pies a la cabeza; parecerá una evidente contradicción pero no llega a serlo por una razón simple: las ancestrales ataduras que no nos dejan en paz. Vamos, por continuar con uno de los tópicos que también nos atan, a la cama, porque también la mayoría no llegamos a confesar que un día fuimos a una pared, a un ascensor, a una silla, a un bosque, o a un apacible río con la mejor de nuestras intenciones y los deseos en ebullición para que el efímero instante no se perdiese en el propio tiempo. Y estando en dicho “acto”, si expandimos sinceramente nuestros poros olvidamos hasta los tiempos gramaticales porque el presente y sus compañeros anteriores y posteriores no son más que puras referencias en un electrizante momento. Haciendo el amor, la mayoría también, no llegamos a ser mezquinos y entregamos lo que no tenemos y algo más porque sabemos que el “acto”, ese intercambio de pieles y fluidos no se volverá a repetir aunque quedemos nuevamente para refrendarlo con la misma persona, en el mismo lugar, y a la misma hora; con la misma fuerza y firmeza el sexo es también efímero como el amor que un día olvidamos en un interminable invierno y que no volverá asomar las orejas aunque lloremos de continuo hasta provocar un diluvio.

                 Sexo. ¡Esa escasa palabra de cuatro letras da mucho  miedito! ¡Qué susto! Se supone que si soy una persona “respetable”, religiosamente educada, no puedo ni debo mencionarla porque como la cenicienta, si la enunciamos pasadas las doce, perdemos nuestra honorabilidad. ¿Han visto las caras de los políticos (y hablo de la mayoría también), de cualquier político, a gran o pequeña escala, el aspecto de circunspectos y distantes que tienen, es como si hubiesen nacido asexuados? Y no está bien dicha actitud, se están comiendo los hígados lentamente, el aspecto de mala leche no es directamente proporcional con el cargo que ocupan. ¡Queridos dirigentes, entre congresos, reuniones, y cónclaves, hagan el amor y no las leyes! Entonces todos veremos con creces el esfuerzo de su trabajo en los parques, las calles, y los ríos que antes le he hablado. Y no me digan que no es serio lo que estoy planteando porque la propia vida no lo es, es un disparate. La vida nos conduce por encrucijadas armoniosas y virulentas, y entre paso, tropezones, y caídas, como los coches, debemos refrigerar nuestro cuerpo para no sufrir incontrolables calentones porque no sabemos el tiempo que estaremos en la misma.

                 Y no consiste en que vayamos por ahí aireando las motivaciones y las sensaciones, hablo de comportarnos con normalidad, como lo que representa realmente, la unión de dos personas o un conjunto de ellas, para olvidar que a partir de los tres años ingresamos en la escuela, trabajamos hasta los sesenta y siete (es lo que quieren los políticos que no lo practican), y cuando contamos con todo el tiempo del mundo llega la señora de negro para llevarnos al hueco y hacer de nosotros pasto (lo que nos dicen) para la eternidad. ¡Amigos, la vida llevada así es una reverenda mierda! Con los años que se han ido sumando a mis carnes porque no he encontrado otra vía para impedirlo, he experimentado en dichas carnes, en la carne que no se resigna a dejar de practicar SEXO, que la salvación a la cotidianidad, al agotador trabajo (los que lo tienen), y a la crueldad de las calles, de las aceras, y del propio río en el cual llegué a practicar en contadas ocasiones sexo, es la honda “espiritualidad”. Con un par de libros, los pródigos sentidos, y mucha, sobrada “espiritualidad”, seríamos capaces de mover hasta el mismísimo mundo si fuese preciso; lo de la palanca de Arquímedes es un mito que nos han hecho creer para que no pudiésemos soñar con etéreos mundos.

                 Mi punto para desplazar el espacio lo he anexado recientemente, y aunque todos, y no la mayoría, esta vez hablo de “todos”, llevamos incorporados de nacimiento el referido punto en el que seríamos capaces hasta de volar gracias a la “espiritualidad”, si no practicamos sexo o hacemos el amor, entonces no llegaremos a mover ni el culo del lugar en que nos hallemos por enérgica que tengamos las piernas. ¡Amigos lectores de variados credos y doctrinas, el sexo es el único lenguaje universal capaz de implantar una vida o de engendrar una guerra! ¡El río nos espera!


Nota aclaratoria: Pido perdón a todas aquellas personas extremadamente sensibles que habitan en países alargados del sur donde al escuchar la palabra CULO les provoca un trauma cerebral de por vida. ¡Paciencia amigos y amigas, sobre todo amigas! Les recomiendo a las referidas personas que lo utilicen no solamente como conducto excretor, practique el sexo con el mismo y puede que una mañana, al despertar, sean otra persona, renovadas de cuerpo, pero sobre todo de cabeza. 

                                                                                             Practicador Real.


sábado, 21 de noviembre de 2015

"PAZ BENDITA"



                   ¿Cómo hacer el amor en un sitio incómodo?
            

(CAPÍTULO LVIII)
                                                Y de tanto imaginar, y de tanto darle vueltas a la cabeza terminaron regresando al punto de partida, al encuentro de los sexos, donde lo habían dejado la última vez que dieron riendas sueltas a sus inventivas; porque ya sabemos que entre los dos, la piel continua siendo el campo de batalla donde se termina librando la penúltima y definitiva contienda. Estaban, antes de comenzar a divagar cada uno por su cuenta y riesgo en la postura del minero él y ella en la del portaviones, nada contradictorias entre sí se tiene en cuenta que la perspectiva es la que marca las diferencias y los límites a la hora del enfrentamiento mutuo en el acto sexual; porque uno es sencillamente lo que se propone, y percibimos, lo que estamos dispuestos a imaginar en el preciso instante en que las múltiples corrientes confluyen.

                 Álvaro continuaba ensamblado al trasero de Diana, que permanecía extendida y bocabajo sobre la arena. Una parte de él continuaba dentro de ella, una ínfima parte, porque el resto, hacía una eternidad que Diana se lo había sustraído a cambio de nada; porque estos amantes, y no otros, se tienen cuando menos se lo esperan y se olvidad, cuando las reminiscencias no llegan a concretarse en el mar. Y mencionan el mar, porque la tierra se halla plagada de enraizados amores y ellos saben que donde hubo fuego cenizas quedan, y no están dispuestos a pernoctar en un mal pensamiento de esos que denominan celosamente recelos; y por todo ello, y por aquello que no se me permite percibir porque ni mi espíritu vouyerista llega a tanto, los amantes han preferido navegar y, navegar, navegar, navegar……., aunque se los lleve la corriente.

                 Diana prestamente imploró entrega, de cuerpo y alma, porque el amor es breve, pero la vida más, y si dejamos que los días, que las semanas, que los meses, que los años, terminen inundándonos las ansias, entonces estaremos perdidos, porque recuperar un momento nos puede costar toda una vida y parte de la siguiente. Él siempre bromeaba con ella exponiéndole que para morirse, lo único que se necesita es estar vivo, y Diana se lo tomó al pie de la letra cuando tuvo aquel sueño. ¡El dejar de respirar puede llegar a ser tan sencillo como un escueto adiós que se deja en el aire antes de partir, y lo tristemente doloroso en la despedida es no hallar la correspondiente mano que nos aliente en el último momento! Lo pensó Diana, pero no se lo dijo a Álvaro.


                 En un sueño ella vio a la muerte, la vio tan de cerca que únicamente le faltó alzar la mano y despedirse de Álvaro que yacía adormilado a su lado. Esa señalada madrugada lo despertó, y no para hacerle el amor, sino para decirle que lo amaba con la mayor de las cursilerías que la tierra pueda soportar sobre sus entrañas, y que estaba dispuesta a morir a su lado las veces que fuesen necesarias, y que no deseaba otra cosa que eso, morir, pero morir copulando hasta que la totalidad de sus labios se encrespen y los fluidos terminen agotándose de tanto amarse mutuamente; porque la vida como mismo llega se marcha, con la única diferencia que la muy condenada no avisa al partir. Álvaro no tuvo que escuchar más, amaba la vida, pero sobre todo a Diana, y si vivir significaba llevar una postura simple y acorde a los principios de la colectividad, prefería morir un millón de veces pero haciéndole el amor a Diana; y después, de tanto pecar, que lo lanzasen al mar para que los peces se inunden de vida.  


miércoles, 19 de agosto de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




(CAPÍTULO LVII)


          Se alimentan de “detalles”. Estos amantes son unos devoradores de detalles, de nanos-detalles. Cada observación, cada entrega, cada enfoque del cuerpo y de la mente se orienta hacia la evocación de los diminutos detalles que se pierden en cada segundo sumado. No es posible abandonarse con todas sus consecuencias en las manos del amado o de la amada si antes no inspeccionamos la “minusculidad” que habita en cada uno de estos seres. Para estos amantes que se entregan con idénticos ardores lo mismo junto a una ventana como a los pies del inagotable mar, lo imperceptible es el propio infinito dispuesto a ser invadido en cada caricia, en cada improvisado encuentro, hasta que por mutua disposición se devoren cual fieras hambrientas.
                 Puede, no lo sé aún, que estas vehementes reflexiones sean fruto de las altas sensibilidades y de la compactada fricción de las carnes bajo un templado sol primaveral. Digo que “puede”, porque no me hallo junto a los amantes, al menos en estado sólido, y hace que mis glándulas sudoríparas y salivares se arremolinen intencionadamente a pesar del viento, con el único propósito de adherirse a los trillones de partículas de arena dispersas por los alrededores; pero no, estos amantes solamente reaccionan ante los correspondidos estímulos que se brindan mutuamente.
                 Los cuerpos no se despliegan de igual manera con vestimenta o sin ella. Los complementos u/o asesorios son añadidos que coaccionan al libre albedrío y dificultan la penetración de las intenciones. Y estos amantes lo tienen demasiado claro y no se dejarán llevar por falsos modismos. Ellos van al natural, con las intrigas e interrogantes a manera de colgajos para que la finalidad no se ponga en dudas. Algo parecido a Adán y Eva, pero sin las parras cubriéndoles las zonas púbicas, sin la zorra de la serpiente, sin la penada manzana, y sin el trozo de jungla meridional con ínfulas de paraíso celestial. Aunque no sabría qué decirles si me diesen a escoger entre la tierra que existe bajo mis pies, o el cielo posesionado en lo alto de mi cabeza, que por mucho que lo intente, no logro alcanzarlo. Por tanto, me quedo con la tierra. Para conseguir el cielo solamente necesito de mis ensoñaciones, así que prefiero mantener los pies encima de la tierra porque me es familiar. Al final del viaje, me consta, terminaré en ella, envuelto en su savia, dejándome arropar por sus fluidos y desintegrándome placenteramente entre las desquiciadas raíces que por ignorancia eligieron mi presencia. Y si, ella, me lo permitiese, le haré el amor antes que me descomponga del todo, aunque me tilden de cometer incesto y aunque el cielo se disguste. Me da igual, yo soy material transformablemente mutable que terminará abonando los aledaños.
                 Pura ambigüedad son los patrones de conductas que constantemente nos imponen, y Álvaro, no está dispuesto a semejante sometimiento. Diana mucho menos. Cuando se conocieron, ella lo invitó a dar un paseo por el mar. Y en ese primer encuentro se desnudó sin pudor. Se desprendió de los ropajes de igual modo como el que rasga un envoltorio llegado por correos. Con ligereza, sin planificación, y con la suficiente naturalidad para no ser comparado con uno de esos striptease de barra pulida y de alta concentración de nubes de humo. Ella es así, impulsiva y liberadora como el propio temporal. Él no se queda detrás. La apoyó con su total desnudez. Y como seres retoñados de su propio despojo, se observaron hasta la saciedad, con meticulosidad, acogiendo a los referidos, a esos, a los entrañable “detalles” que hasta ahora no se han apartado de sus cordiales afectividades.
                 Aquel día en la playa, aunque vosotros no se lo crean, los amantes no hicieron el amor. Se echaron desnudos sobre la arena y dejaron que las horas se perdiesen en las cotidianas incongruencias. De tanto mirarse, dejaron las apetencias para después, para cuando los recuerdos se transformasen en ensoñaciones, y las visiones, en ocultas realidades.
                 Antes que amaneciese, Álvaro y Diana se unieron en un abrazo, y rodaron……., rodaron……., rodaron sin poner freno a sus propósitos. Cuando despertaron de su letargo, descubrieron que se hallaban frente a la ventana, a esa ventana, como afirmaría mi abuela: cómplice de los amoríos y sostenedora de las más variadas carnes. No se detuvieron, alargaron sus impulsos, y la luz de la mañana los sorprendió con la piel enrojecida y los músculos distendidos. Desde entonces, hacen el amor a diario, cuando los deja la razón, y de eso hace ya una eternidad.                                      

 Continuará...........................................

viernes, 7 de agosto de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO LVI)

                 El acto sexual es un posesionado juego, donde se dan impresiones personalizadas; un devenir que no entra en razones, dejando el cuerpo en flotabilidad total, pero a la deriva. Álvaro supone, “cosas”, una o muchas, Diana un tanto de lo mismo, y en ese amasijo de sensaciones, la señora cordura está demás y haría bien en poner pies en polvorosa.
                 Esta podría ser la ética del sexo. Él, se impone intentando “dar” para prontamente recibir placer, lo cual no significa que dichas sensaciones fluyen en sentido circulatorio. Lo inverso sucede con ella. Diana sencillamente “da”, y en su enigmática entrega aflora el morbo que provocará a cada una de sus terminaciones nerviosas. Pero, la matemática, no siempre es aplicable, y germinan, como setas después de un día lluvioso, los intrínsecos “errores”.
                 Él se mantiene en su empeño, el de prolongarse por ese anal camino, y está seguro, por experiencia, que la “delicadeza” es su aliada, la base fundamental de una buena relación carnal. Parte de su músculo “penial” se halla en el interior de Diana, asechando, en espera de una oportunidad, de la mínima reacción por parte de ella para intervenir de lleno; naturalmente, con delicadeza, porque él, ante todo, es un caballero de los pies a la cadera.
                 Diana permanece en la misma posición, boca abajo y extendida sobre la arena; aunque un ligero cambio se ha notado en su postura. Ha enterrado los codos en la arena, y su columna vertebral se ha arqueado llamativamente. Este elemental gesto subraya su anatomía. Las nalgas son ahora un perfecto promontorio a la orilla de la mar. Álvaro no desaprovecha esta oportunidad para ampliar su espectro visual. Los deseos se multiplican y las ganas se desbordan en la cúspide de su glande, porque no hay nada tan convincente como una buena maquinación.
                 ¿Realmente Diana desea ser penetrada por el ano? Posiblemente sí, pero no con todas sus consecuencias; o posiblemente no, pero le gustaría probarlo sin que la piel y el conducto anal se expandan demasiado; lo que llamaríamos comúnmente disfrutar con las justas y necesarias molestias. Que el riesgo no sea mayor que el premio a obtener. Lo nuevo excita, provoca los sentidos, los libera, los manipula, permitiéndole a nuestra imaginación una independencia “enajenadora”.
                 No era la primera vez que elegían esta postura, aunque en realidad en ambas ocasiones el seleccionador había sido Álvaro, lógicamente, con el apoyo de Diana que está dispuesta a cualquier intervención si llega por parte de su amado. Esa primera vez lo intentaron con demasiadas ansias, y las pretensiones se quedaron en la antesala, no pasaron más allá de los umbrales. Por variados motivos no aconteció. Diana jadeó en esa ocasión, y Álvaro lo interpretó como un síntoma de placentera “enajenación” e intensificó sus esfuerzos. Craso error.
                 Ante una situación desconocida nuestras defensas se ponen en alerta. Los músculos se tonifican y las remembranzas actúan sin piedad. Esa primera impresión es fundamental para una armoniosa continuidad, y es la que debemos intuir, sobre todo si somos el contrario, la mitad del todo. Y Álvaro no la tuvo en cuenta, continuó y continuó; eso sí, con los necesarios esmeros que él sabe infringirle a estas cosas. Penetró a Diana hasta eyacular. Con el rose, aunque no fue prolongado, el ano de Diana terminó por aumentar de diámetro. Ella intuía que aquella “manera” de practicar el sexo acabaría gustándole si las condiciones mejoraban; pero ya sabemos que Álvaro no tuvo la paciencia y la cortesía que se debe poseer en estas anónimas situaciones, y ocurrió lo que él mismo no deseaba que ocurriese tan prontamente, porque el mutuo y compartido placer se perpetua cuando ambos van de la mano; en el interior de la joven se produjo una explosión.   
                 La sorpresa llegó cuando Álvaro intento extraer el adormilado pene del ano de Diana. --¡Aquí se esconde el placer!-- Expresó la joven para sus adentros. Ahora no deseaba perderlo, le apetecía que esa parte de su amado permaneciese por siempre en su cavidad. --¡Es una sensación extraña, no del todo agradable pero sumamente familiar! ¡Es como sí……!-- Se cuestionaba Diana intentando retener a su amado por las nalgas. Al parecer los manojos de contradicciones alimentan nuestro morbo y nos hacen sentir extraños ante nosotros mismos. ¿Qué se puede esperar entonces del otro?

           Eso fue lo sucedido la primera vez, ahora, es bien diferente, los anteriores errores serán subsanados, dando paso a nuevos y lamentables errores que irán ampliando nuestro listado. ¿Pero qué seríamos nosotros sin esos exquisitos errores? ¿No seríamos humanos? ¡Uhmm……., habría que pensárselo!

Continuará..........................................................

sábado, 30 de mayo de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO LV)
                 Sin agobio y con escasos obstáculos Álvaro fue penetrando cada una de las estancias de su amada, hasta el mismísimo límite de todas las posibilidades. Él lo sabía con rotundidad. Las prisas no están hechas para un momento de acaloramiento. Lo repetía continuamente. Su objetivo primordial consiste en regodearse en las sensaciones que se van revelando a lo largo del recorrido; naturalmente, sin olvidar las necesidades de Diana, porque Álvaro es ante todo un dispensador de misceláneos placeres.
                 El afanoso amante llegó al interior de su entregada amada. Llegó pausadamente con sus atributos, pero también con sus afanes. Diana por dentro es lo más parecido a una extensa cavidad saturada de entresijos y colmada de maravillas. Para nada es como se lo había imaginado Álvaro en eternas noches de autocomplacencia; ni para bien ni para mal, sencillamente el interior de su amada es un confortable espacio que clama de inmediato intervención.
                 Diana permanecía en silencio, con la mirada perdida en la línea del infinito, en el punto exacto donde los barcos acaban extraviándose de los esmeros de los eternos mirones. ¡Las palabras no son necesarias, y los gestos seguramente sí, al final el placer se hace cómplice de las posturas! Sentenció la encendida amante que rebosaba encanto por cada uno de los poros de su piel. Desde su posición el universo es único, glorioso, y no hay límites para apreciar y pensar lo contrario. Diana es una gelatina bajo los desvanecidos rayos de sol que amenazan con licuar cada intención; pero es demasiado tarde, el deleitable mal se ha difuminado.
                 ¡Oscura claridad, tenaz templanza, espacio adormecido en espera de desconocidos vientos! Farfullaba el excitado glande de Álvaro que continuaba percudiendo en las anales paredes de la joven. Es una locura, una placentera locura el no saber con precisión por dónde se transita; pero es igual, cuando tenemos la vida en la “punta”, en los estremecimientos de los sentidos, los caminos por recorrer no son significativos, lo esencial es permanecer, continuar en la humedad de los ardores, en los furtivos rincones.

                 Más y más suplican ambas partes. Él y ella. Los dos, lubricados psíquica y corporalmente, precisan de un eterno espacio que los conduzca   al infinito de las caricias; pero no se atreven a dar el paso. Un interventor carnal no es lo idóneo para pactar, y una voluptuosa y entregada amante mucho menos, es capaz de sosegar al magnánimo infinito si se lo propone. ¿Qué se puede hacer cuando el deseo persiste y cuando las añoranzas no ambicionan escuchar? ¡Nada!


domingo, 10 de mayo de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO LIV)

                 Con los objetivos despejados los amantes llanamente se dejaron llevar. Eran tantos los deseos, y tantas las partes por explora y profundizar, que el comenzar no se llega a evidenciar a golpe de ojo. Y es que un par de cuerpos desnudos y con aroma a salitre son de por sí una rotunda provocación, y si a todo esto le sumamos los impulsos reprimidos, se convierte en una bomba de relojería.
                 Como en la niñez, Diana se hizo la muerta sobre la blanca playa. Bocabajo, sus pies dibujaban incoherentes figuras atravesando el viento con toda intención. En cambio sus brazos, los extendió al frente como si quisiesen despegar sorpresivamente. Ella es candor en estado natural, libre, con sus carnes expuesta a los elementos, a las inclemencias, y a cualquier tornado que hiciese presencia sin previo aviso. Y el tornado llegó. Se materializó humanoidemente, con atributos y resoplos, arrastrando tras de sí las diminutas partículas de arena y la cadencia del mar. Lo que se dice vibrar no, pero la espalda de Diana sufrió un ligero cambio, se contrajo, se distendió, y se puso a trepidar; como si la temperatura hubiese bajado de repente en pleno verano.
                 Él estaba allí, posiblemente desde siempre, adosado a esa espalda, a esos muslos, a esas profundas nalgas que no han dejado de intentar reconciliarse en todo momento con ellas mismas; porque sus nalgas, las de la apacible Diana, son dos enormes tajadas de cítricos dorándose al sol. Esta vez no habrá preámbulo, se dijo Álvaro. Y no los hubo. Clavó las rodillas en la arena, despejó el camino, y condujo por la mejor vía a su inseparable acompañante el erguido músculo. Lo llevó, para probar la reacción de Diana, por el estrecho y oscuro túnel que pocas veces había explorado, pero que no era un desconocido para él. Diana sonrió, y dejó que sus párpados cayesen por su propio peso.
__ ¡No tengas miedo, es tuyo, tómalo, lo deseo profundamente…….! –susurró Diana arqueando la columna.
__ ¿Seguro? --preguntó Álvaro de igual manera.
__ ¡Claro que sí tonto, espero que me lleves por los aires amor mío…….!

                 Le tomó la palabra, tan al pie de la letra, que su imaginación por esta vez perdió la batalla a sus impúdicas intenciones. Cada mano de Álvaro, la izquierda y la derecha, instintivamente, se deslizaron por los glúteos de Diana, palparon la piel, y al llegar al borde de las caderas, los rebeldes dedos se sublevaron y tomaron el control. A la luz del día la visión que le llegaba a Álvaro de los entresijos de Diana se podía afirmar que era sublime, única desde cualquier punto que se contemple. Tomó por la raíz a su músculo, lo sostuvo con firmeza, y lo orientó hacia el profundo laberinto. El glande de Álvaro quedó colocado en la mismísima entrada de todas las salidas.             

CONTINUARÁ....................................................

domingo, 19 de abril de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




(CAPÍTULO LIII)
                  Los instintos de Álvaro se posesionaron en cada desnivel corporal de la joven, con el único designio de permanecer inamovible, por lo menos hasta que la marea regrese nuevamente a su estado natural. Las provocativas carnes de Diana rebosan malsanas intenciones por donde quiera que se le mire. A ella, le importa bien poco que el joven esté al corriente de sus verdaderas intenciones. Se mantendrá firme en sus lujuriosas intenciones por lo menos hasta que el ciclo solar complete su recorrido un par de veces. Y si fuese viable, tomar de sorpresa a la vieja luna, recién levantada, y antes de que se beba su primer café.
                 Alego que ambos amantes se necesitan mutuamente para confirmar su materialidad, porque el uno sin la otra no es más que un leve recuerdo y un frustrado propósito desvanecido ante la llegada de vientos helados. Y la otra sin el uno, dispersos rescoldos en “el país de las sombras largas”.
                 Qué más puede hacer las “ganas” y la “desesperación” que no sea voltear la mirada y entregarse sin condiciones al excéntrico placer que todo lo puede y todo lo sitúa patas arriba cuando mejor le plazca; bien poco se puede hacer. Aunque, en el fondo, en lo más intrincado de las emociones, tanto Diana como Álvaro, desean alargar el encuentro lo más que puedan, para que el instante sea, o al menos lo parezca, perpetuo. Álvaro es consciente que si se introduce de lleno en las profundidades marinas de Diana, no sería capaz de responder de sus actos, terminaría eyaculando. Eyacularía hasta que la última gota de semen fecundase al último grano de arena perdido en cualquier cobijo de la dilatada playa. Y Diana, un tanto de lo mismo, pondría al servicio del amado la totalidad de su morfología, para que la mesa estuviese íntegramente servida, de “punta a rabo”, sin faltarle el más elemental de los detalles. Varios platos a escoger, pan, vino, y por supuesto, los almibarados postres y licores para la sobremesa.
                 Es lo que tiene el amor carnal, que las sensaciones se hallan por encima de la razón, y que los instintos a fin de cuenta son los que gobiernan el orden cívico de las cosas, haciendo que nos coloquemos en una delicada perspectiva ante la establecida y caducada moralidad. Nuestras propias imperfecciones nos sitúan en una posición ambigua, contradictoria pero sublime si somos capaces de trocar esos múltiples y acumulados errores en conocimientos, en erudiciones para ser utilizadas en cualquier momento. Hacer de lo imposible una virtud. Por ello no dejaríamos de ser humanos, todo lo contrario, escalaríamos una posición más, colocándonos por encima del bien y del mal; ¡pero……!, no estamos preparados, somos débiles en esencia, dependemos de reglas establecidas. Cual corderos, nos dejamos conducir al matadero, no con los ojos cerrados, abiertos, pero drogados, atiborrados de frases, consignas, y reglas, que nos acompañan a todo lo largo y ancho de nuestra ilusoria existencia. Eso es lo que hay, y si deseamos otra cosa, ¿qué estamos esperando para comenzar?    

                 El pene erecto y, la mirada plegada en el surco que brota entre las nalgas de Diana. Las mejores intenciones. Y por supuesto, el inconfundible mar. Un propósito. Un objetivo: cambiar lo constituido, o la propia “constitución”, de las cosas, si es preciso.      

Continuará.......................................................

lunes, 13 de abril de 2015

"FINISTERRE"


                
                  ¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?

(CAPÍTULO LII)
                 ¡Esto ya es otra cosa! Afirmó Álvaro apoltronado encima de las nalgas de Diana. El panorama es bien diferente. Ahora es poseedor del más valioso de los tesoros. Entre sus piernas se haya la esencia misma del universo, el principio y el fin. La armónica conjunción de lo que pudo haber sido el comienzo de la creación o de lo que tantos otros describen con cierta razón como la conclusión, el término, la ineludible esencia.
                 A mí me gusta llamarlo finis terrae, o lo que es más apropiado, Finisterre, el fin del camino o de la tierra dentro de un concreto espacio. Finisterre para unos, o Finisterra para el resto, es uno de los lugares más seductores de este mutante planeta. Específicamente fuera de las nalgas de Diana lo podemos hallar justo en A Coruña, Galicia, el terruño, la patria de mis queridos abuelos, que seguramente, al menos uno de ellos, ronda todavía por esos lares.
                 Les confesaré a todos aquellos que aún no se han enterado en susurro y con voz grave para acentuar únicamente mi ego, que la cala, el fragmento de refugio que los amantes de esta historia reivindican en cada momento, se encuentra justo en Finisterra, por el cabo de Finisterra, donde termina la tierra y comienza el perpetuo mar; esa porción de tierra que no merece la pena ser comparada con otra, porque si lo hiciésemos, indubitablemente blasfemaríamos en la primera frase. Pecaríamos, y aunque suplicásemos, no habría opción de misericordia para nuestra alma. Finisterra es simplemente ella, una dúctil mujer dispuesta a ser fecundada, pero no por cualquiera, ¡no! , exclusivamente por el creador de vírgenes apologías o por el forjador de bienhechoras intenciones. Finisterra es el principio y comienzo de lo palpable, pero también de lo intangible. Es la tierra donde las ilusiones descansan al emerger la luna detrás de un hechicero pensamiento, un pensamiento que se materializa en el mar, sobre esas espumosas olas que no soportan la quietud, que son enemigas declaradas de la pereza, porque saben que el amanecer, ese resurgir de la vida, llega sin avisar y con proliferas intenciones dejando sus huellas en cada uno de sus arrecifes. Es simple y llanamente la tierra prometida.    
                 Las onduladas nalgas de Diana son estas sólidas tierras en la que cualquiera de nosotros desearíamos recalar después de un intempestivo naufragio para reposar los huesos hasta la llegada de la hora de la inevitable partida. Se puede decir que los amantes inconscientemente han hecho un viaje astral, antes de pisar físicamente la cala están cerca de experimentar sus bendiciones con el sencillo hecho de disfrutar de las carnes. Ella la de él, y él la de ella.
                 En lo alto del cabo de Finisterra el turgente vigía se dispone a asediar las limítrofes tierras. Esta vez Diana no tendrá escapatoria posible. 

CONTINUARÁ................................... 


sábado, 11 de abril de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?


  (CAPÍTULO LI)

                 Esos dúplex ojos, los atolondrados ojos de Álvaro, que no llegaron a desprenderse ni por un segundo de la silueta de Diana, ahora permanecían quietos, sedados ante las voluminosas carnes de la joven que brillaba inerte en el margen de la playa. La espalda de Diana refulgía en todo su esplendor, y sus piernas semi-abiertas, mostraban un entramado de matices que si no fuese por esta perspectiva, serían imposibles de apreciar en todos sus detalles. Ante Álvaro, en estos transcendentales momentos, las nalgas de Diana parecían diferentes, no mejores o peores, pero sí con una extensión desbordante que provocaba malsanas intenciones.
                 Para apreciar el sublime efecto, se debía contemplar a Diana en todo su conjunto. Tendida sobre la arena. Con el cuerpo boca abajo. Recto. Aunque mantenía las piernas elevadas a la altura de las rodillas en un ángulo de noventa grados; y los pies, con sus respectivos dedos, apuntaban al cielo como puntiagudas flechas de avispados cazadores. Los codos permanecían ligeramente enterrados, apoyándose con los antebrazos. La espalda, qué puede decir Álvaro de la espalda de su amada, un sublime tobogán que se enmaraña justo en el nacimiento de las nalgas, cuando se supone que concluye la columna vertebral y da comienzo a una resplandeciente serranía con desniveles y hábitat incluida. Y aquí es donde deseaban llegar los desorbitados ojos de Álvaro, para posarse en lo más alto y pernoctar hasta el mismísimo amanecer.
                 La perspectiva del joven se puede decir que es digna de admirar. Se colocó a un costado de la amada. Primero el horizonte, a continuación: el mar, la playa y sus olas; después, el cuerpo de Diana, y por último, Álvaro, en posición de eterno pecador, como si estuviese orándole al rosáceo culo de Diana.  
__ ¡Eres irresponsablemente hermosa! --dijo Álvaro rosando con el envés de su mano una de las nalgas de la amada.
__ ¿Eso te parece? ¡No! ¡Yo creo que soy una revoltosa……., y maligna! –contestó Diana balanceando las piernas.
__ ¡Creo que eres revoltosa para mis ojos, y maligna para……., para mi constancia! --la mano de Álvaro se detuvo donde la tierra se divide y las aguas confluyen en una vertiginosa caída.
__ ¡No quiero esperar hasta llegar a la cala, quiero que me hagas el amor ahora!
                 Y las piernas de Diana, cual fortificado dique, se distanciaron una de la otra hasta que se lo permitió su benevolente elasticidad. Las pupilas del joven Álvaro se dilataron, y los párpados, se plegaron como cubierta de descapotable en pleno verano caribeño. Ella sabía muy bien lo que hacía. Esta apertura duró tan sólo un instante, porque sin esperar nuevas y espontáneas reacciones, las cerró de golpe, para que el mirar del amado no le penetrase más allá de la piel.
                 Cuando Álvaro se dispuso a cambiar el peso del cuerpo para no continuar atormentando las rodillas, Diana, súbitamente, comenzó a dibujar con sus piernas ángeles sobre la arena. Las abría y las cerraba como calibrado compás en un día de arduo trabajo.
__ ¡No está bien lo que haces con este pobre ser!
                 Le dijo Álvaro levantándose. Diana, bien sabe él, que es una infinita provocadora, y como demasiadas veces lo ha comentado, es uno de los detalles que más le cautiva de esta indescifrable mujer.
__ ¡Verás ahora…….!
                 Ella continuaba con su composición, sin importarle la arena desplazada, pero siempre con un acompasado ritmo.
                 De un extremo a otro las piernas de Diana continuaban moviéndose, se movían, se movían, se movían……., se movieron hasta que……, como caído del cielo, la pelvis de Álvaro se incrustó al fin a esas entrenadas y difusas nalgas que no han dejado de atormentarlo con toda intención.   


CONTINUARÁ...........................

viernes, 10 de abril de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO L)

                  Y cuando todo se daba por hecho. Cuando las entrañas de Álvaro se disponían a salivar de continúo porque su retenido fluido vería en un santiamén la luz de día, la joven Diana soltó amarras y decidió poner pies en polvorosa. Echó a correr. Su delicado cuerpo se puso en marcha en una milésima de segundo.
                 Con cada pisada sobre la arena las nalgas de Diana botaban. En un sentido botaba una nalga, y la otra, la segunda nalga, en el sentido contrario, continuaba el movimiento, como si las mismas quisiesen escapar de la prisión a la que han sido sometidas hasta el presente.
                 Álvaro se quedó boquiabierto, con la expresión congelada contemplando el cuerpo desnudo de su amada alejarse por toda la orilla en dirección al recodo norte.
                 Él, que no contemplaba el consumar la fornicación hasta que no estuviesen relajados en la cala, hacía un buen puñado de minutos que sus planes se habían truncado. Al facilitarle de lleno el juego a Diana, no tuvo en cuenta las consecuencias y cedió, entregándose a las pretensiones y lujurias de la amada. Su tenso musculo se disponía a eyacular, cuando de repente, sin esperárselo, ella se puso a correr. Álvaro la vio alejarse sin poder hacer nada. Lo que él no sabía, hasta que nuevamente el fluido de su cuerpo alcanzó su temperatura habitual, era, que esa repentina reacción de Diana, le gustó, tan terriblemente le cautivó, que la trocó inmediatamente por un irresistible deseo de poseerla con mayor avidez cuando la llegase a alcanzar, aunque no hubiesen llegado a la cala.  
                 Fue entonces cuando se incorporó de un salto y se dispuso a galopar. Sus músculos se tensaron de inmediato. Los que no lo estaban lo hicieron, y el ya tenso, en su angustiada espera, se dilató hasta la extenuación. Esto para nada le importó al joven, que sabía muy bien lo que tenía entre……., manos, para no versionar el proverbio. Él con una leve mirada a las turgentes líneas de su amada, es capaz de levantar en un instante la moral de todo un país si se lo plantease. Y no es que Álvaro fuese un superdotado en estas lides, ¡no!, es simple y llanamente que Diana lo desquicia, lo encumbra milagrosamente hasta la más alta de las cimas, o lo sepulta en el más remoto de los abismos con su sola presencia. Esta mujer es la profecía que anduvo buscando durante tantos años, la intencionada elucubradora de momentos ocultos, la deseada amante que cualquier mortal pretende conservar por si en algún instante de nuestra corta vida dejamos de ser lo que somos y nos perdemos irremediablemente en la torpeza o la irracionalidad de este iracundo presente; ella es, para el joven Álvaro, la consistencia de su sangre.  
                 Persiguió por toda la arena la silueta de Diana con un único objetivo, el de derribarla lo antes posible y hacerle el amor hasta el agotamiento, sin importarle la cercanía de la cala. Ahora se sentía un resplandeciente hombre en busca de lo primordial, de la solidez de sus convicciones.

              Corrió como un galgo con el pecho al viento en busca de la libertad. ¡Álvaro corrió, corrió y la alcanzó! Saltó como un felino sobre ella y se prendió deliberadamente a esas ondulantes nalgas que con su constancia a lo largo de la playa hicieron que el mirar de Álvaro se hiciese indefinido, atormentado, dúplex en su máxima expresión, como los ojos de mi tía abuela que en toda mi juventud no se mantuvieron quietos ni por un instante.   

CONTINUARÁ..........................................

jueves, 9 de abril de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?


(CAPÍTULO XLIX)

                 Lo deseó Diana, y lo consiguió. Degustar la verga de su amado sin control aparente. Simplemente expandió la mandíbula y sin miramientos colocó el musculo en todo lo alto del paladar para así demostrarle a él, que le pertenecía por siempre; al igual que toda su errante parafernalia. En el interior de la boca de la joven yacía lo elemental, lo significativo, la rabia contenida, el ínfimo detalle de un todo, o lo que es lo mismo, el principio y el fin del hombre al que ama. Ahora es, sin lugar a dudas, la poseedora de las empedernidas inquietudes, y nada ni nadie será capaz de arrebatarte este espiritual momento.
                 A pesar de los personales motivos de Diana, Álvaro no estaba dispuesto a entregarse así por así, él tenía un plan, y consistía en llegar primero a la cala prometida, y después, cuando fuese necesario, ceder plenamente al amoroso vendaval; pero una cosa piensa el capitán y otra el marinero. El falo de Álvaro reclamaba venganza, se encontraba muy cerca de perder la noción del tiempo; lo que significaba, que si el mismo permanecía un segundo más dentro de la boca de Diana, podría desatarse el diluvio universal.  
                 Toda acción provoca una reacción, y no siempre se está en condiciones de sostener un argumento por más que el filosofar esté de nuestra parte. Naturalmente, esto lo percibía Álvaro, pero una cosa es la teoría, y otra bien distinta la práctica. Y este hombre se hallaba demasiado cercano al desfallecimiento muscular, y por muy poderosa que sea su musculatura, torres más poderosas se han visto caer.
                 El mar, cómplice de muchas cosas, y abastecedor de múltiples imaginerías, ese día, y en ese amatorio instante, se detuvo, dejó de agitarse de continuo, para que las constantes olas reposasen sobre la arena, para que sus aguas dejasen de retornar en su infinita andadura, y para que los amantes, pudiesen fundirse de una vez y por todas en el templado mar de los delirios. Uno dentro de la otra, o la otra dentro del uno, es igual, el orden de los factores no altera el porvenir. Hasta la inconstante naturaleza quiso apostar por ellos, poniéndose al servicio de ajenos afectos.  
                 Ella se mantenía firme, con la boca repleta de sensaciones, y él, angustiado por cada segundo transcurrido, y en el que presentía que el aliento se escapaba de su interior para no regresar jamás. Dentro de la cabeza de Álvaro navegaban dos disyuntivas: la primera, mantenerse impoluto, pero con cierta comezón carcomiéndose las venas; y la segunda, dejarse llevar hasta relajarse y esparcir sin ninguna compasión sus lamentos dentro de la boca de Diana.

                 Y así, como un eterno ciclo, se vislumbraba un ardiente panorama en una de las tantas playas perdidas de este contradictorio pero soberbio planeta. Un paisaje sublime, encantador de amantes dispuestos a perder irracionalmente el tiempo a cambio de fluidos, de palpaciones, de suculentos aromas; pero sobre todo, de constituir una argamasa carnal.

CONTINUARÁ........................................

domingo, 4 de enero de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPITULO XLVIII)

                 De cintura hacia abajo tanto ella como él, introdujeron sus cuerpos dentro del mar. La sensación de copular como peces le cautivaba plenamente a Diana. Por esta peculiar razón, intentó que su vagina actuase de la misma manera que un animal oceánico, capaz de succionar y expulsar la mayor cantidad de agua por cada uno de sus accesos para desplazarse o alimentarse; pero en el caso de ella esta acción la llegaba a materializar gracias a sus poderosos músculos labiales. Y para completar su labor utilizaba como cómplice la corriente marina.
__ ¡Mírame! ¿Te gusta meterla hasta el final? ¿Se te ha terminado lo que tienes entre las piernas?
                 Diana es irremediablemente una auténtica provocadora, y en el menor descuido del joven, encontraba la vía, o, en este caso, la palabra certera para tensar la situación.
__ ¡Aún no! ¡Toma……., toma, toma y……., toma! --Álvaro se proyectaba con una insistencia pecaminosa sobre Diana-- ¡Esto nada más es el comienzo! ¡Seguramente no tendrás espacio para guardar lo que falta por…….!
                 Dejó de sostenerse en la cintura de Diana y sepultó ambas manos en la arena para continuar taladrando con mayor posibilidad el interior de su amada.
__ ¡Creo sentir algo……., pero……., no,…….ha sido solamente una simple cosquilla! --lo miró directamente a la cara y su blanca sonrisa resplandeció reflejada sobre el cristalino mar-- ¡Si insistes de esta manera……., puede ser que……., pero no te lo puedo confirmar, que……., en algún momento sienta algo dentro de mí!
                 Estas resolutas insinuaciones de Diana partieron directamente al centro de todas las vanidades de Álvaro. ¡Su sangre fermentó instantáneamente! Se puso en pie con la agilidad de un trapecista, tomó su dilatada verga con la mano, se la acercó a la cara con actitud desafiante a la joven, y esperó, solamente esperó. El sólido músculo vertía agua como dragón de Komodo con síntoma de rabia y, se agitaba cual pez fuera de su medio intentando una pronta evasión para regresar a la oscura y protectora oquedad que segundos antes lo acogía.
__ ¡Esto es todo lo que tengo! --y blandió su verga sobre los ojos de Diana como gentil caballero que otorga su bendición al imberbe escudero-- ¡Si no te conformas con esto, tendrás que ir en busca de un mejor y, experimento ejemplar!
 __ ¡Déjame ver…….! ¿Así…….? ¿Puede……….ser? –Diana se apoderó del manojo de nervios de su amado sin previo aviso-- ¡Mirándolo de cerca………., no……., está del todo……., mal, pero me parece poco!
                 Álvaro siempre disfrutó de las bromas de su amada, pero en esta ocasión, por algún motivo no confeso, no se sentía con el ánimo de continuar el juego. De repente le llegó un pensamiento, de esos que denominan inconscientemente “sueños”, y, por qué no, soñó despierto. En sus oníricas reflexiones visualizó una descomunal verga, deseó tener una igual, o mayor, sin caer en lo esperpéntico, para que las palabras de su amada y ella misma, perdiesen sentido con la sola presencia del poderoso ejemplar.
                 Álvaro portaba un falo de entre quince y dieciocho centímetros, dependiendo de la humedad ambiente. Esta insignificante variación la llevaba con orgullo. Aproximadamente tres centímetros más o menos. Tres.
Únicamente tres. Aunque para él no fuese nada, para muchos, dicha diferencia simboliza un infranqueable abismo; por supuesto, para las inestables personalidades de todos aquellos que portan medidas inferiores a estas, es decir, por debajo de quince centímetros. Podría ser denigrante y vergonzoso para incontables hombres. Sin embargo esta cualidad en Álvaro se transformaba en virtud, porque fuera, a la luz del día o a la penumbra de la noche, era una cosa, y dentro, en el interior vaginal, una bien distinta. Quince más tres: Dieciocho. ¡Una camaleónica verga!
__ ¡Más que el tamaño, lo que me obnubila la conciencia es……., su grosor!

                 Diana abrió lo más que pudo su boca y, tragando en seco, no dijo nada más.

CONTINUARÁ.................................