(CAPITULO
XLVIII)
De cintura hacia abajo tanto
ella como él, introdujeron sus cuerpos dentro del mar. La sensación de copular
como peces le cautivaba plenamente a Diana. Por esta peculiar razón, intentó
que su vagina actuase de la misma manera que un animal oceánico, capaz de succionar
y expulsar la mayor cantidad de agua por cada uno de sus accesos para
desplazarse o alimentarse; pero en el caso de ella esta acción la llegaba a materializar
gracias a sus poderosos músculos labiales. Y para completar su labor utilizaba
como cómplice la corriente marina.
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¡Mírame! ¿Te gusta meterla hasta el final? ¿Se te ha terminado lo que tienes
entre las piernas?
Diana es irremediablemente una
auténtica provocadora, y en el menor descuido del joven, encontraba la vía, o,
en este caso, la palabra certera para tensar la situación.
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¡Aún no! ¡Toma……., toma, toma y……., toma! --Álvaro se proyectaba con una
insistencia pecaminosa sobre Diana-- ¡Esto nada más es el comienzo! ¡Seguramente
no tendrás espacio para guardar lo que falta por…….!
Dejó de sostenerse en la cintura de
Diana y sepultó ambas manos en la arena para continuar taladrando con mayor
posibilidad el interior de su amada.
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¡Creo sentir algo……., pero……., no,…….ha sido solamente una simple cosquilla! --lo
miró directamente a la cara y su blanca sonrisa resplandeció reflejada sobre el
cristalino mar-- ¡Si insistes de esta manera……., puede ser que……., pero no te
lo puedo confirmar, que……., en algún momento sienta algo dentro de mí!
Estas resolutas insinuaciones
de Diana partieron directamente al centro de todas las vanidades de Álvaro. ¡Su
sangre fermentó instantáneamente! Se puso en pie con la agilidad de un trapecista,
tomó su dilatada verga con la mano, se la acercó a la cara con actitud
desafiante a la joven, y esperó, solamente esperó. El sólido músculo vertía
agua como dragón de Komodo con síntoma de rabia y, se agitaba cual pez fuera de
su medio intentando una pronta evasión para regresar a la oscura y protectora
oquedad que segundos antes lo acogía.
__
¡Esto es todo lo que tengo! --y blandió su verga sobre los ojos de Diana como gentil
caballero que otorga su bendición al imberbe escudero-- ¡Si no te conformas con
esto, tendrás que ir en busca de un mejor y, experimento ejemplar!
__ ¡Déjame ver…….! ¿Así…….? ¿Puede……….ser?
–Diana se apoderó del manojo de nervios de su amado sin previo aviso--
¡Mirándolo de cerca………., no……., está del todo……., mal, pero me parece poco!
Álvaro siempre disfrutó de las
bromas de su amada, pero en esta ocasión, por algún motivo no confeso, no se
sentía con el ánimo de continuar el juego. De repente le llegó un pensamiento,
de esos que denominan inconscientemente “sueños”, y, por qué no, soñó despierto.
En sus oníricas reflexiones visualizó una descomunal verga, deseó tener una
igual, o mayor, sin caer en lo esperpéntico, para que las palabras de su amada
y ella misma, perdiesen sentido con la sola presencia del poderoso ejemplar.
Álvaro portaba un falo de
entre quince y dieciocho centímetros, dependiendo de la humedad ambiente. Esta
insignificante variación la llevaba con orgullo. Aproximadamente tres
centímetros más o menos. Tres.
Únicamente tres. Aunque para él no fuese nada, para muchos, dicha diferencia simboliza un infranqueable abismo; por supuesto, para las inestables personalidades de todos aquellos que portan medidas inferiores a estas, es decir, por debajo de quince centímetros. Podría ser denigrante y vergonzoso para incontables hombres. Sin embargo esta cualidad en Álvaro se transformaba en virtud, porque fuera, a la luz del día o a la penumbra de la noche, era una cosa, y dentro, en el interior vaginal, una bien distinta. Quince más tres: Dieciocho. ¡Una camaleónica verga!
Únicamente tres. Aunque para él no fuese nada, para muchos, dicha diferencia simboliza un infranqueable abismo; por supuesto, para las inestables personalidades de todos aquellos que portan medidas inferiores a estas, es decir, por debajo de quince centímetros. Podría ser denigrante y vergonzoso para incontables hombres. Sin embargo esta cualidad en Álvaro se transformaba en virtud, porque fuera, a la luz del día o a la penumbra de la noche, era una cosa, y dentro, en el interior vaginal, una bien distinta. Quince más tres: Dieciocho. ¡Una camaleónica verga!
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¡Más que el tamaño, lo que me obnubila la conciencia es……., su grosor!
Diana abrió lo más que pudo su
boca y, tragando en seco, no dijo nada más.
CONTINUARÁ.................................
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