domingo, 7 de febrero de 2016

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




(CAPÍTULO LIX)

                 No era la primera vez que Diana se detenía unos segundos para reflexionar, como tampoco era la primera vez que al escucharla, Álvaro terminaba relajándose y los amores finalizaban sosegando por unos instantes los ardores. Ambos sabían que merecía la pena el hacerlo, no todos los días uno se detiene para echar un vistazo hacia atrás, porque la vida es en exceso agitada y a veces dejar de amar con las carnes para seducir con las vivencias produce ganancia de tiempo, y lo que es mejor, ceñida complicidad para el resto de la eternidad.
                 Álvaro se incorporó de su pertrechada posición, retiró sus “sobranzas”, y como un dispuesto caballero le extendió la mano a su amada, que desde instantes lejanos lo observaba recomponerse en su sobrada desnudez. Diana, ya de pie, mantuvo su mano dentro de la de Álvaro porque lo deseaba, y porque esa intrascendente unión significaba mucho para ella. Caminar por el mundo en compañía es un placer difícilmente de igualar y los instantes no están para despilfarrarlos tontamente con un innecesario distanciamiento.
                  El sol comenzaba a declinar y las siluetas de los amantes terminaron fundiéndose con la línea del horizonte a lo largo de la playa. Uno junto al otro comenzaron a caminar por el mundo, por ese mundo que Diana recordó al incorporarse, el mundo que temía y el mundo que no dejaba de sorprenderle a cada paso que daba, porque el mundo, no siempre era justo con sus moradores.
                 Y puede que en el interior de sus manos, entre palma y palma, guardasen con celo el sexo, para que al andar, se hiciese mayor. Por ahora no lo utilizarían, ya habrá tiempo para ello.
                 No puedo revelarles lo que llegaron a pensar los dilatados amantes camino a la cala, pero sí cómo se comportaron sus cuerpos. Las manos, las mantuvieron unidas por la savia de la ternura. La mirada en el punto exacto en que la espuma del mar envuelve la cálida arena para terminar regresando a sus orígenes después de bañar la orilla. Las piernas firmes y dispuestas, pero con escasas andaduras para que el mundo no se le hiciese pequeño al transitar. Y no menos importante, caminaban profundizando las huellas sobre la arena por aquello de la constancia, por el dejar una marca, una señal, aunque esta fuese efímera.
                 Las palabras no tuvieron cabida en este añorado recorrido porque ambos ya se habían dicho lo ineludible.
__ ¡…….! ¡…….! –afirmó el amante.
__ ¡…….! ¡…….! –yo también, contestó la amada.

                 Pero no por falta de profundas uniones dejaron de entregarse, él a ella, o ella a él; lo hicieron, y al llegar a la cala, demasiados orgasmos dejaron sobre el mundo, sobre el referido mundo que Diana aseveraba mantenerse al margen de los sentimientos.     




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