(CAPÍTULO
LI)
Esos dúplex ojos, los
atolondrados ojos de Álvaro, que no llegaron a desprenderse ni por un segundo
de la silueta de Diana, ahora permanecían quietos, sedados ante las voluminosas
carnes de la joven que brillaba inerte en el margen de la playa. La espalda de
Diana refulgía en todo su esplendor, y sus piernas semi-abiertas, mostraban un
entramado de matices que si no fuese por esta perspectiva, serían imposibles de
apreciar en todos sus detalles. Ante Álvaro, en estos transcendentales
momentos, las nalgas de Diana parecían diferentes, no mejores o peores, pero sí
con una extensión desbordante que provocaba malsanas intenciones.
Para apreciar el sublime
efecto, se debía contemplar a Diana en todo su conjunto. Tendida sobre la
arena. Con el cuerpo boca abajo. Recto. Aunque mantenía las piernas elevadas a
la altura de las rodillas en un ángulo de noventa grados; y los pies, con sus
respectivos dedos, apuntaban al cielo como puntiagudas flechas de avispados
cazadores. Los codos permanecían ligeramente enterrados, apoyándose con los
antebrazos. La espalda, qué puede decir Álvaro de la espalda de su amada, un sublime
tobogán que se enmaraña justo en el nacimiento de las nalgas, cuando se supone
que concluye la columna vertebral y da comienzo a una resplandeciente serranía
con desniveles y hábitat incluida. Y aquí es donde deseaban llegar los
desorbitados ojos de Álvaro, para posarse en lo más alto y pernoctar hasta el
mismísimo amanecer.
La perspectiva del joven se puede decir
que es digna de admirar. Se colocó a un costado de la amada. Primero el
horizonte, a continuación: el mar, la playa y sus olas; después, el cuerpo de
Diana, y por último, Álvaro, en posición de eterno pecador, como si estuviese orándole
al rosáceo culo de Diana.
__
¡Eres irresponsablemente hermosa! --dijo Álvaro rosando con el
envés de su mano una de las nalgas de la amada.
__
¿Eso te parece? ¡No! ¡Yo creo que soy una revoltosa……., y maligna! –contestó
Diana balanceando las piernas.
__
¡Creo que eres revoltosa para mis ojos, y maligna para……., para mi constancia!
--la mano de Álvaro se detuvo donde la tierra se divide y las aguas confluyen
en una vertiginosa caída.
__
¡No quiero esperar hasta llegar a la cala, quiero que me hagas el amor ahora!
Y las piernas de Diana, cual fortificado
dique, se distanciaron una de la otra hasta que se lo permitió su benevolente
elasticidad. Las pupilas del joven Álvaro se dilataron, y los párpados, se plegaron
como cubierta de descapotable en pleno verano caribeño. Ella sabía muy bien lo que
hacía. Esta apertura duró tan sólo un instante, porque sin esperar nuevas y espontáneas
reacciones, las cerró de golpe, para que el mirar del amado no le penetrase más
allá de la piel.
Cuando Álvaro se dispuso a cambiar el peso
del cuerpo para no continuar atormentando las rodillas, Diana, súbitamente,
comenzó a dibujar con sus piernas ángeles sobre la arena. Las abría y las
cerraba como calibrado compás en un día de arduo trabajo.
__
¡No está bien lo que haces con este pobre ser!
Le dijo Álvaro levantándose.
Diana, bien sabe él, que es una infinita provocadora, y como demasiadas veces
lo ha comentado, es uno de los detalles que más le cautiva de esta
indescifrable mujer.
__
¡Verás ahora…….!
Ella continuaba con su
composición, sin importarle la arena desplazada, pero siempre con un acompasado
ritmo.
De un extremo a otro las
piernas de Diana continuaban moviéndose, se movían, se movían, se movían……., se
movieron hasta que……, como caído del cielo, la pelvis de Álvaro se incrustó al
fin a esas entrenadas y difusas nalgas que no han dejado de atormentarlo con toda
intención.
CONTINUARÁ...........................
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