sábado, 11 de abril de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?


  (CAPÍTULO LI)

                 Esos dúplex ojos, los atolondrados ojos de Álvaro, que no llegaron a desprenderse ni por un segundo de la silueta de Diana, ahora permanecían quietos, sedados ante las voluminosas carnes de la joven que brillaba inerte en el margen de la playa. La espalda de Diana refulgía en todo su esplendor, y sus piernas semi-abiertas, mostraban un entramado de matices que si no fuese por esta perspectiva, serían imposibles de apreciar en todos sus detalles. Ante Álvaro, en estos transcendentales momentos, las nalgas de Diana parecían diferentes, no mejores o peores, pero sí con una extensión desbordante que provocaba malsanas intenciones.
                 Para apreciar el sublime efecto, se debía contemplar a Diana en todo su conjunto. Tendida sobre la arena. Con el cuerpo boca abajo. Recto. Aunque mantenía las piernas elevadas a la altura de las rodillas en un ángulo de noventa grados; y los pies, con sus respectivos dedos, apuntaban al cielo como puntiagudas flechas de avispados cazadores. Los codos permanecían ligeramente enterrados, apoyándose con los antebrazos. La espalda, qué puede decir Álvaro de la espalda de su amada, un sublime tobogán que se enmaraña justo en el nacimiento de las nalgas, cuando se supone que concluye la columna vertebral y da comienzo a una resplandeciente serranía con desniveles y hábitat incluida. Y aquí es donde deseaban llegar los desorbitados ojos de Álvaro, para posarse en lo más alto y pernoctar hasta el mismísimo amanecer.
                 La perspectiva del joven se puede decir que es digna de admirar. Se colocó a un costado de la amada. Primero el horizonte, a continuación: el mar, la playa y sus olas; después, el cuerpo de Diana, y por último, Álvaro, en posición de eterno pecador, como si estuviese orándole al rosáceo culo de Diana.  
__ ¡Eres irresponsablemente hermosa! --dijo Álvaro rosando con el envés de su mano una de las nalgas de la amada.
__ ¿Eso te parece? ¡No! ¡Yo creo que soy una revoltosa……., y maligna! –contestó Diana balanceando las piernas.
__ ¡Creo que eres revoltosa para mis ojos, y maligna para……., para mi constancia! --la mano de Álvaro se detuvo donde la tierra se divide y las aguas confluyen en una vertiginosa caída.
__ ¡No quiero esperar hasta llegar a la cala, quiero que me hagas el amor ahora!
                 Y las piernas de Diana, cual fortificado dique, se distanciaron una de la otra hasta que se lo permitió su benevolente elasticidad. Las pupilas del joven Álvaro se dilataron, y los párpados, se plegaron como cubierta de descapotable en pleno verano caribeño. Ella sabía muy bien lo que hacía. Esta apertura duró tan sólo un instante, porque sin esperar nuevas y espontáneas reacciones, las cerró de golpe, para que el mirar del amado no le penetrase más allá de la piel.
                 Cuando Álvaro se dispuso a cambiar el peso del cuerpo para no continuar atormentando las rodillas, Diana, súbitamente, comenzó a dibujar con sus piernas ángeles sobre la arena. Las abría y las cerraba como calibrado compás en un día de arduo trabajo.
__ ¡No está bien lo que haces con este pobre ser!
                 Le dijo Álvaro levantándose. Diana, bien sabe él, que es una infinita provocadora, y como demasiadas veces lo ha comentado, es uno de los detalles que más le cautiva de esta indescifrable mujer.
__ ¡Verás ahora…….!
                 Ella continuaba con su composición, sin importarle la arena desplazada, pero siempre con un acompasado ritmo.
                 De un extremo a otro las piernas de Diana continuaban moviéndose, se movían, se movían, se movían……., se movieron hasta que……, como caído del cielo, la pelvis de Álvaro se incrustó al fin a esas entrenadas y difusas nalgas que no han dejado de atormentarlo con toda intención.   


CONTINUARÁ...........................

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