(CAPÍTULO
XLVII)
Una convulsa ola elevó el
cuerpo de Álvaro por los aires. Lo sacudió desenfadadamente y sin miramientos
lo dejó caer. Sobre Diana se desplomó. La inspiradora estructura de la joven
recibió agradecida las carnes y los huesos de su amado, que sobre ella terminó relamiéndose
de placer. Con las piernas desplegadas de par en par ella esperó al mesías. Una
colisión de órganos que desde hacía algunas horas esperaban la mutua
materialización para estrecharse sin compasión. La pelvis de Álvaro se empalmó
a la cintura de Diana y, esta, se dejó penetrar por gracia del……. espíritu
erguido de su amante.
El falo de Álvaro prosiguió su curso:…….caminó,
caminó y, caminó……., por el delicado sendero sin encontrar obstáculo alguno que
le reprimiese las intenciones. Por el interior de la vagina de Diana anduvo,
libre como un ave en pleno vuelo y persistente como un experimentado peregrino;
como esos aventureros que religiosamente cada año cumplen con su promesa y son
capaces de cualquier cosa por llegar al término de su objetivo.
A ella le hubiese gustado que
la penetrase en la cala, pero sabía que la simiente de su amado hervía en su
interior desde que comenzó a lamerle a la orilla del mar. El músculo de su
amado no soportaba un consuelo más por mínimo que este fuese. Se hallaba al
borde de un espasmódico, irreversible y, profundo coma.
Como intentar cualquier acción
en contra de lo deseado sería un nefasto despropósito, Diana separó aún más las
piernas para que pasase la necesaria y suficiente potencia, y, ¿por qué no?,
también los primarios instintos para que la cúpula fuese un éxito rotundo. Él
lo comprendió todo cuando sus testículos convergieron en la orilla del perineo
de su amada y la cúspide de su prepucio se topó con el lamento de las plañideras
deidades.
En ese término, en que los caminos se
bifurcan y los deseos se engrandecen, las bocas de los amantes no pueden ser
menos, deben hacer méritos para ganarse la confianza de su reverso. Y es cuando
las asimétricas líneas de los labios se confabulan para trazar su propio
destino. Un extenso mapa de gráficos y contornos se origina de la misma nada.
Las bocas se unen, los labios se abrazan, y las intenciones se manifiestan a
pesar de las tempestades y los malos augurios. Es cuando los amantes se
reafirman. Sus eternas aspiraciones son las de no separarse hasta que ambos
lleguen al otro lado de la vida. ¡Hasta que los dos, al unísono, encuentren el
orgasmo soñado y sus órganos tiriten en perpetuas enajenaciones!
Al menos este es el objetivo de Álvaro, que con cada martillear de su
cintura sobre la pelvis de Diana le expresa que no desistirá hasta extraerle la
pulpa necesaria para que sus ojos se pierdan de una vez y por todas en la infinita
blancura. ¡Unos ojos que se extravían cada vez que Álvaro la posee intensamente
y sin límite!
El continúo percutir junto a la incontrolada
fuerza de la marea propiciaron el desplazamiento de los cuerpos hacia la
orilla. Él se aferró como un náufrago a su amada, y ella, ejerció con
satisfacción su función de tabla salvadora. Los dos indisolublemente pegados
copulaban retando la marejada que golpeaba sus órganos con insistencia, o, ¿con
celo?
¡Hacían el amor como si fuese la
primera vez, intentando revelar una pequeña posibilidad para hacer del regodeo
un universo!
Por esta vez al parecer los dos
deseaban alcanzar el orgasmo y no dilatarlo un segundo más. Dejarlo a su propia
voluntad. Ser sorprendidos. Que llegase en el momento menos esperado.
Diana se perdía literalmente
cuando apoyaba los pies sobre los hombros de su amado. Con este talante la
penetración es más aguda. A él le complacía sentir los tobillos de Diana sobre
su torso mientras la dominaba por ambos lados de su cadera.
¡Cada uno de los amantes acertó
con la posición ideal para que el espasmo se concretase en un solo sentido, el
éxodo al fondo marino!
CONTINUARÁ............................................