(CAPÍTULO
LIV)
Con los objetivos despejados
los amantes llanamente se dejaron llevar. Eran tantos los deseos, y tantas las
partes por explora y profundizar, que el comenzar no se llega a evidenciar a
golpe de ojo. Y es que un par de cuerpos desnudos y con aroma a salitre son de
por sí una rotunda provocación, y si a todo esto le sumamos los impulsos reprimidos,
se convierte en una bomba de relojería.
Como en la niñez, Diana se
hizo la muerta sobre la blanca playa. Bocabajo, sus pies dibujaban incoherentes
figuras atravesando el viento con toda intención. En cambio sus brazos, los
extendió al frente como si quisiesen despegar sorpresivamente. Ella es candor
en estado natural, libre, con sus carnes expuesta a los elementos, a las
inclemencias, y a cualquier tornado que hiciese presencia sin previo aviso. Y
el tornado llegó. Se materializó humanoidemente, con atributos y resoplos,
arrastrando tras de sí las diminutas partículas de arena y la cadencia del mar.
Lo que se dice vibrar no, pero la espalda de Diana sufrió un ligero cambio, se
contrajo, se distendió, y se puso a trepidar; como si la temperatura hubiese
bajado de repente en pleno verano.
Él estaba allí, posiblemente
desde siempre, adosado a esa espalda, a esos muslos, a esas profundas nalgas
que no han dejado de intentar reconciliarse en todo momento con ellas mismas;
porque sus nalgas, las de la apacible Diana, son dos enormes tajadas de
cítricos dorándose al sol. Esta vez no habrá preámbulo, se dijo Álvaro. Y no
los hubo. Clavó las rodillas en la arena, despejó el camino, y condujo por la
mejor vía a su inseparable acompañante el erguido músculo. Lo llevó, para probar
la reacción de Diana, por el estrecho y oscuro túnel que pocas veces había
explorado, pero que no era un desconocido para él. Diana sonrió, y dejó que sus
párpados cayesen por su propio peso.
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¡No tengas miedo, es tuyo, tómalo, lo deseo profundamente…….! –susurró Diana
arqueando la columna.
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¿Seguro? --preguntó Álvaro de igual manera.
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¡Claro que sí tonto, espero que me lleves por los aires amor mío…….!
Le tomó la palabra, tan al pie
de la letra, que su imaginación por esta vez perdió la batalla a sus impúdicas intenciones.
Cada mano de Álvaro, la izquierda y la derecha, instintivamente, se deslizaron
por los glúteos de Diana, palparon la piel, y al llegar al borde de las
caderas, los rebeldes dedos se sublevaron y tomaron el control. A la luz del
día la visión que le llegaba a Álvaro de los entresijos de Diana se podía
afirmar que era sublime, única desde cualquier punto que se contemple. Tomó por
la raíz a su músculo, lo sostuvo con firmeza, y lo orientó hacia el profundo
laberinto. El glande de Álvaro quedó colocado en la mismísima entrada de todas
las salidas.
CONTINUARÁ....................................................