(CAPÍTULO
XLIX)
Lo deseó Diana, y lo consiguió.
Degustar la verga de su amado sin control aparente. Simplemente expandió la
mandíbula y sin miramientos colocó el musculo en todo lo alto del paladar para
así demostrarle a él, que le pertenecía por siempre; al igual que toda su
errante parafernalia. En el interior de la boca de la joven yacía lo elemental,
lo significativo, la rabia contenida, el ínfimo detalle de un todo, o lo que es
lo mismo, el principio y el fin del hombre al que ama. Ahora es, sin lugar a
dudas, la poseedora de las empedernidas inquietudes, y nada ni nadie será capaz
de arrebatarte este espiritual momento.
A pesar de los personales
motivos de Diana, Álvaro no estaba dispuesto a entregarse así por así, él tenía
un plan, y consistía en llegar primero a la cala prometida, y después, cuando
fuese necesario, ceder plenamente al amoroso vendaval; pero una cosa piensa el
capitán y otra el marinero. El falo de Álvaro reclamaba venganza, se encontraba
muy cerca de perder la noción del tiempo; lo que significaba, que si el mismo permanecía
un segundo más dentro de la boca de Diana, podría desatarse el diluvio
universal.
Toda acción provoca una
reacción, y no siempre se está en condiciones de sostener un argumento por más
que el filosofar esté de nuestra parte. Naturalmente, esto lo percibía Álvaro,
pero una cosa es la teoría, y otra bien distinta la práctica. Y este hombre se
hallaba demasiado cercano al desfallecimiento muscular, y por muy poderosa que
sea su musculatura, torres más poderosas se han visto caer.
El mar, cómplice de muchas
cosas, y abastecedor de múltiples imaginerías, ese día, y en ese amatorio
instante, se detuvo, dejó de agitarse de continuo, para que las constantes olas
reposasen sobre la arena, para que sus aguas dejasen de retornar en su infinita
andadura, y para que los amantes, pudiesen fundirse de una vez y por todas en
el templado mar de los delirios. Uno dentro de la otra, o la otra dentro del
uno, es igual, el orden de los factores no altera el porvenir. Hasta la
inconstante naturaleza quiso apostar por ellos, poniéndose al servicio de ajenos
afectos.
Ella se mantenía firme, con la
boca repleta de sensaciones, y él, angustiado por cada segundo transcurrido, y
en el que presentía que el aliento se escapaba de su interior para no regresar
jamás. Dentro de la cabeza de Álvaro navegaban dos disyuntivas: la primera, mantenerse
impoluto, pero con cierta comezón carcomiéndose las venas; y la segunda, dejarse
llevar hasta relajarse y esparcir sin ninguna compasión sus lamentos dentro de
la boca de Diana.
Y así, como un eterno ciclo, se
vislumbraba un ardiente panorama en una de las tantas playas perdidas de este
contradictorio pero soberbio planeta. Un paisaje sublime, encantador de amantes
dispuestos a perder irracionalmente el tiempo a cambio de fluidos, de palpaciones,
de suculentos aromas; pero sobre todo, de constituir una argamasa carnal.
CONTINUARÁ........................................