martes, 29 de abril de 2014

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




                                                 
                                                   (CAPÍTULO XIX)

                --¡Te amo!-- Le dijo el joven mirándola fijamente a la cara. No era la primera vez que se lo decía, pero en esta ocasión le confesaba con firmes intenciones que su amor sería por siempre. Deseaba estar junta a ella más allá de lo que su imaginación podía abarcar, y cuando llegase el final de los tiempos, empezar nuevamente desde el mismo principio. Ella saboreaba las palabras de su amado con sumo cuidado para no desperdiciar ni una letra. Desde entonces se había acostumbrado a escucharlas mientras él la acariciaba y jugueteaba con su cuerpo. ¡Cada uno aprendió del otro a entregarlo todo, y a recibir más de lo merecido! Nunca exigieron un te quiero porque lo demostraban en cada espacio del día. ¡Estas horas vividas son la recompensa por su comprometido amor!
                La luz que entraba por el ventanal comenzaba a cambiar. No era un tono de melancolía, más bien una confirmación que el cielo y la tierra estaban de acuerdo con esta unión. ¡El mar los bendecía, la ventana les dio cobijo, y la fragancia del ambiente los transportó por dimensiones desconocidas!
                 Hicieron una pausa para mirarse. Para descubrir en el otro lo que se habían perdido hasta ahora. ¡Los espacios sutiles que guardamos para momentos especiales! ¡Esa diminuta extensión de piel que nunca antes fue mimada!
                Él no tenía noción de hasta qué punto se podía poner de rosada la piel de su amada. Ahora podía observar cada uno de sus poros. ¡Todo era soberbio! Las mejillas con colores difuminados del pálido al rojo dejaban ver una hermosa cara con ojos pícaros y brillantes. Unos ojos que pedían tregua para disponerse a la batalla final. Los dos sabían que lo que estaba por llegar merecía las mejores intenciones y las mayores energías.


sábado, 19 de abril de 2014

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




                                               (CAPÍTULO XVIII)


                La boca del joven saltó de la barbilla de la amada con toda intención hasta el nacimiento de sus pechos, pero ante deslizó su nariz por los cuatro puntos cardinales del pecho de la amada para asegurarse que era lo que deseaba desde niño, hasta absorber su piel con intencionados y diminutos mordiscos, concentrándose en cada poro para provocar los colores rosados. ¡La besaba, la olía, la palpaba, y la degustaba con la mirada! Llegó un momento en que se detuvo a contemplarla, descubriendo la belleza que antes no había apreciado. No era la misma, estaba aún más hermosa. Las caricias modelaron su cuerpo y el deseo su rostro. ¡Su intención era disfrutarla más allá del amanecer, hasta que su ímpetu se lo permitiera! ¡Estaba dispuesto a firmar un pacto con cualquier ser mágico y poderoso para mantenerla entre sus brazos, aunque perdiera su alma en el pacto!
                El joven no tenía mucho margen de movimiento, porque la chica se aferró a él como un enajenado pulpo. Lo atrapo, y sin darle tiempo a reaccionar, esparció su fragancia por cada milímetro del cuerpo de su amado para que supiese que no es una broma, que sus intenciones amatorias van en serio. --¡El amor no es solamente hacerlo, el amor hay que sentirlo desde antes, para más tarde experimentar el éxtasis en los sentidos!-- Unas palabras que no dejan dudas de sus inamovibles pensamientos.
                 ¡Pensó que quizás necesitaba algo de margen para que su chico improvisara! Desenroscó las piernas de la espalda del joven y las colocó sobre el borde de la ventana. Una la apoyó en el cerco, pero la otra la dejó balanceándose a su antojo sin llegar a tocar el suelo, pero rosando intencionadamente parte del cuerpo de su amado.
                ¡Ella estaba impresionante sobre la ventana! ¡Tan hermosa que su silueta se fundía con el magnánimo horizonte! Lo miró, y él la descubrió al natural, sin maquillajes y artilugios impostados.
                 La pierna de la chica se movía continuamente como campanas al viento, mientras que el falo del joven marcaba los segundos exactos. ¡Sin duda alguna se habían sincronizados ante la ventana!