lunes, 8 de abril de 2013

LA MEJOR HORA PARA PROPORCIONARNOS UNA AUTO-SATISFACCIÓN.






(CAPÍTULO XXIV)
                      

                             “LOS OBJETOS VOLUBLES”

                Y así la historia del Infierno concluyó. Los comensales dejaron de ser simples degustadores de productos alimenticios para entrar en la lista de “objetos volubles”, después de este suceso la vida de sus protagonistas no siguió siendo la misma, al igual que el discurrir del pueblo cambió de la noche a la mañana. Lo que en el interior del Infierno ocurrió se mantuvo en el propio interior del Infierno, porque los pobladores no estaban dispuestos a caer en bocas de vecinos fronterizos, pero con el tiempo los comentarios se extendieron a los descendientes como yo, y entonces llegaron las versiones, infinitas versiones que se iban modificando dependiendo de la boca que las contase. Mi familiar, que no era otro que mi abuelo, mi abuelo Juan, fue la parte fundamental en este suceso, y yo, el privilegiado conocer de los hechos, un fidedigno transmisor  Esto fue lo que sucedió, al menos, lo que me contó mi abuelo Juan, único propietario del Infierno.
                Juan presentó por sorpresa y para todos un plato, un solo plato que llamaba ajiaco, una especie de cocido que permitía que se incorporase una infinita variedad de ingredientes al igual que componentes alimenticios. Vegetales, carnes, viandas, hierbas aromáticas, aliños varios y concentrados, y por supuesto el ingrediente sorpresa del maestro culinario Juan, que no pasó por alto el detalle de incorporar su mejunje. Juan adobó este cocido con varios condimentos propios que venía desarrollando desde hace algún tiempo, esto lo sé con lujo de detalles porque Juan, lo dejó plasmado en una especie de diario que llevaba a la par de las recetas de cocina. Lo que ocurrió en el interior del infierno para nada me fue ajeno.
                Uno de los trucos confesables del abuelo Juan, porque el ingrediente secreto se lo llevó a la tumba, radicaba en la elaboración del ajiaco, que se ponía a fuego lento, y despacio, muy lentamente, se le iba incorporando cada ingrediente, con un intervalo de no menos de quince minutos entre uno y otro. El fuego según el abuelo Juan hacía una labor encomiable para reafirmar los aromas y perpetuarlos en un concubinato total.
                Después de al menos ocho horas, menos no, pero más sí en dependencia de la cantidad de ingredientes que se le desee incorporar de más, el ajiaco debe reposar en un pozuelo hondo por varios minutos, y aquí, pasado este tiempo, es cuando intervienen las manos de Juan y hacen de las suyas. Su secreto estaba depositado en la alacena, en la que solamente él portaba la llave, lo tomó y con el mismo aderezo su ajiaco, y solo entonces, no antes, llamó a sus camareros para que repartiesen las vasijas a cada uno de los comensales presentes  en el Infierno, aunque no hallan solicitado el ajiaco del Infierno, esta vez era un obsequio de la casa. Lo que pasó más tarde fue concluyente.

Continuará..........................
Fotos: ARA y Mandy.                      


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