CAPÍTULO LXXIV
Las manos
se movieron. Las manos se combinaron. Las nada impúdicas manos se dejaron llevar
por ellas mismas y se encontraron con nalgas, rodillas, muslos impávidos y
rosados, caderas distraídas, y narices dispuestas a esnifar el intenso aroma de
la cala que no dejaba indiferente a cada uno de los presentes. Por aglomeración
de músculos y carnes, por incitación de las propias manos se creó un caos sobre
la esculpida arena de la controvertida playa. Sabedoras del placer que podían
producir estas táctiles amigas, “manipularon” la situación para continuar con
el control, pero no les resultó, porque a estas alturas los demás elementos
corporales habían alcanzado una temperatura fuera de lo normal, y los propietarios
de estos brazos, pubis, pies, o sedientas bocas, fueron en busca de cualquier
ser viviente que estuviese a menos de un palmo de distancia de ellos.
La
mujer dejó de ser el centro de las caricias, de las embelesadas masturbaciones,
de los imperecederos tocamientos, y de cualquier demostración sensitiva. ¡Ahora,
en estos soplos de vientos marinos, los integrantes de la cala se volcaron unos
hacia otros y sencillamente se dejaron encaminar! La manoseada mujer pasó a un
plano terrenal, y ella, por propia voluntad levantó del suelo su cuerpo y se
aferró al primer glande que tuvo a su alcance. Lo saboreó, lo degustó con una
placentera sonrisa, porque desde una eternidad su boca no había degustado “bocado”
alguno. ¡Bien le sentó a la atrevida mujer el glande con su continuación! Un
extenso nervio que parecía no concluir, porque fuera de su boca quedaba al
menos quince o veinte centímetros de pene que sostuvo con sus dos manos. ¿Qué
puedo decir de ella que pasó de una inactividad pasmosa a una acción beligerante
hacia un “miembro” encumbrado del grupo? ¡Absolutamente nada!
Una
mano fue por un ojo, un pie por una distraída vulva, un codo por un ano
expandido, y una lengua, una salada y pegajosa lengua no sabía muy bien que invadir.
Ella solamente deseaba lamer rincones insospechados, pero ante un muestrario
tan variado y extenso, las dudas colmaron sus pensamientos y la lengua se quedó
dilatada al viento. Fue entonces cuando en dos segundos, escasamente en dos
segundos, un distraído pecho con su respectivo pezón que iban en busca de un sorbedor
confesado, tropezaron con la alocada lengua y se produjo el milagro. La lengua
se movía en el aire como pez en el agua, y el pezón a una teta pegada se esparció
para llamar la atención del apilado arenal.
¡Eternidad
entre todas las permanencias, no dejes que estos cuerpos se marchen de la cala
sin saciar su profunda sed!
Continuará.....................
fOTOGRAFÍA: ara.