viernes, 5 de julio de 2013

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?




 CAPÍTULO LXXIV
                 

                 Las manos se movieron. Las manos se combinaron. Las nada impúdicas manos se dejaron llevar por ellas mismas y se encontraron con nalgas, rodillas, muslos impávidos y rosados, caderas distraídas, y narices dispuestas a esnifar el intenso aroma de la cala que no dejaba indiferente a cada uno de los presentes. Por aglomeración de músculos y carnes, por incitación de las propias manos se creó un caos sobre la esculpida arena de la controvertida playa. Sabedoras del placer que podían producir estas táctiles amigas, “manipularon” la situación para continuar con el control, pero no les resultó, porque a estas alturas los demás elementos corporales habían alcanzado una temperatura fuera de lo normal, y los propietarios de estos brazos, pubis, pies, o sedientas bocas, fueron en busca de cualquier ser viviente que estuviese a menos de un palmo de distancia de ellos.


                 La mujer dejó de ser el centro de las caricias, de las embelesadas masturbaciones, de los imperecederos tocamientos, y de cualquier demostración sensitiva. ¡Ahora, en estos soplos de vientos marinos, los integrantes de la cala se volcaron unos hacia otros y sencillamente se dejaron encaminar! La manoseada mujer pasó a un plano terrenal, y ella, por propia voluntad levantó del suelo su cuerpo y se aferró al primer glande que tuvo a su alcance. Lo saboreó, lo degustó con una placentera sonrisa, porque desde una eternidad su boca no había degustado “bocado” alguno. ¡Bien le sentó a la atrevida mujer el glande con su continuación! Un extenso nervio que parecía no concluir, porque fuera de su boca quedaba al menos quince o veinte centímetros de pene que sostuvo con sus dos manos. ¿Qué puedo decir de ella que pasó de una inactividad pasmosa a una acción beligerante hacia un “miembro” encumbrado del grupo? ¡Absolutamente nada!


                 Una mano fue por un ojo, un pie por una distraída vulva, un codo por un ano expandido, y una lengua, una salada y pegajosa lengua no sabía muy bien que invadir. Ella solamente deseaba lamer rincones insospechados, pero ante un muestrario tan variado y extenso, las dudas colmaron sus pensamientos y la lengua se quedó dilatada al viento. Fue entonces cuando en dos segundos, escasamente en dos segundos, un distraído pecho con su respectivo pezón que iban en busca de un sorbedor confesado, tropezaron con la alocada lengua y se produjo el milagro. La lengua se movía en el aire como pez en el agua, y el pezón a una teta pegada se esparció para llamar la atención del apilado arenal.


                 ¡Eternidad entre todas las permanencias, no dejes que estos cuerpos se marchen de la cala sin saciar su profunda sed! 
      
                
Continuará.....................   
fOTOGRAFÍA: ara.