lunes, 13 de abril de 2015

"FINISTERRE"


                
                  ¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?

(CAPÍTULO LII)
                 ¡Esto ya es otra cosa! Afirmó Álvaro apoltronado encima de las nalgas de Diana. El panorama es bien diferente. Ahora es poseedor del más valioso de los tesoros. Entre sus piernas se haya la esencia misma del universo, el principio y el fin. La armónica conjunción de lo que pudo haber sido el comienzo de la creación o de lo que tantos otros describen con cierta razón como la conclusión, el término, la ineludible esencia.
                 A mí me gusta llamarlo finis terrae, o lo que es más apropiado, Finisterre, el fin del camino o de la tierra dentro de un concreto espacio. Finisterre para unos, o Finisterra para el resto, es uno de los lugares más seductores de este mutante planeta. Específicamente fuera de las nalgas de Diana lo podemos hallar justo en A Coruña, Galicia, el terruño, la patria de mis queridos abuelos, que seguramente, al menos uno de ellos, ronda todavía por esos lares.
                 Les confesaré a todos aquellos que aún no se han enterado en susurro y con voz grave para acentuar únicamente mi ego, que la cala, el fragmento de refugio que los amantes de esta historia reivindican en cada momento, se encuentra justo en Finisterra, por el cabo de Finisterra, donde termina la tierra y comienza el perpetuo mar; esa porción de tierra que no merece la pena ser comparada con otra, porque si lo hiciésemos, indubitablemente blasfemaríamos en la primera frase. Pecaríamos, y aunque suplicásemos, no habría opción de misericordia para nuestra alma. Finisterra es simplemente ella, una dúctil mujer dispuesta a ser fecundada, pero no por cualquiera, ¡no! , exclusivamente por el creador de vírgenes apologías o por el forjador de bienhechoras intenciones. Finisterra es el principio y comienzo de lo palpable, pero también de lo intangible. Es la tierra donde las ilusiones descansan al emerger la luna detrás de un hechicero pensamiento, un pensamiento que se materializa en el mar, sobre esas espumosas olas que no soportan la quietud, que son enemigas declaradas de la pereza, porque saben que el amanecer, ese resurgir de la vida, llega sin avisar y con proliferas intenciones dejando sus huellas en cada uno de sus arrecifes. Es simple y llanamente la tierra prometida.    
                 Las onduladas nalgas de Diana son estas sólidas tierras en la que cualquiera de nosotros desearíamos recalar después de un intempestivo naufragio para reposar los huesos hasta la llegada de la hora de la inevitable partida. Se puede decir que los amantes inconscientemente han hecho un viaje astral, antes de pisar físicamente la cala están cerca de experimentar sus bendiciones con el sencillo hecho de disfrutar de las carnes. Ella la de él, y él la de ella.
                 En lo alto del cabo de Finisterra el turgente vigía se dispone a asediar las limítrofes tierras. Esta vez Diana no tendrá escapatoria posible. 

CONTINUARÁ...................................