(Capítulo
V)
A mayor incomodidad, mayor
será el placer que podremos alcanzar. ¡No lo olvidéis nunca!
En este juego de la incomodidad,
los sentidos brindan un papel fundamental. El oído, el olfato, el tacto, el paladar (o gusto), y la visión
deben ser utilizados de forma consciente. No importa el orden de los mismos al
ponerlos en funcionamiento o si utilizamos uno o dos, o los cincos a la vez,
pero siempre dándole a cada uno su importancia y sabiendo sus limitaciones y su
potencial. En la vida cotidiana la mayoría de las veces (por no decir siempre),
respiramos automáticamente. El aíre entra por la nariz, llena los pulmones, lo
expulsamos, y se vuelve a repetir continuamente esta acción sin ser consciente
de este hecho. Y es lo que pasa cuando hacemos el amor con la mayoría de los
sentidos.
Al practicar el sexo, alguno
de los sentidos van a su aire, los utilizamos de forma intuitiva. ¿Qué pasaría
cuando practicamos sexo en un sitio incómodo? ¡La maquinaria corporal nos
dominaría! ¡El sexo debe ser algo más que respirar de forma automática!
Seguramente se dirán que siempre utilizan
los cinco sentidos en sus prácticas amatorias, y es verdad; pero no hay que mirar, sino ver.
Los olores de la piel de nuestra pareja deben entrar por la nariz hasta
llenar completamente los pulmones y retenerlos en la memoria. Estos olores
pueden o no ser naturales, cada piel desprende un aroma muy particular y personal.
Tocar con todo el cuerpo, y no solamente con las manos.
Degustar el cuerpo de la persona deseada y escuchar el sonido de su
piel al dilatarse de placer es tener la gloria ante nosotros.
Si utilizamos en cada momento
cualquiera de los sentidos en todo su potencial es válido, porque los demás de
una forma u otra complementan, están de apoyo. Pero al mismo tiempo los podemos
entrenar para ser multifuncional.
Ejemplo:
podemos ver con las manos, o sentir con la mirada. Lo importante es que todos
se mezclen entre ellos.
Posiblemente tengamos más habilidad
en un sentido que en otro, y esto es positivo. Todo radica en sacar el máximo
rendimiento al potencial que llevamos oculto y no sabemos o no llegamos a
explotar.
El oído:
“Primeramente
hay que seleccionar el sitio incómodo, cuando lo tengamos hay que escuchar al
espacio. Si es en el exterior cada uno de los sonidos por separado nos contará
una historia bien diferente. ¡Desde el viento hasta el rugir de un coche que se
acerca o se aleja pueden ser nuestros aliados! La naturaleza de por sí nos
ofrece de forma voluntaria o involuntaria una amplia gama de sonidos para los sentidos.”
“Si
es un sitio cerrado, escucharemos las paredes, el suelo, cada uno de los
elementos del lugar, la línea del movimiento que deja en el espacio la persona
deseada al moverse. Su respiración y la música de las articulaciones y los
músculos. ¡Son sonidos, que si los sabemos utilizar en complicidad pueden aportar
mucho en la excitación! ¡Todo es válido, los límites están en nuestra mente!”
La excitación a través del sonido debe comenzar primeramente desde
el interior. En la mente comienza el juego del amor. Después dejaremos que la
pasión llegue a cada una de las terminaciones nerviosas de nuestra piel hasta
que los poros se expandan de frenesí. Nuevamente les digo, que el límite está
en la mente de cada uno de nosotros, lo demás es simple especulación.
Cuando los cuerpos están
dispuestos, y cada uno escuchando al otro, comienzan los sonidos carnales. Las cuerdas vocales tienen un cómplice de mucho
valor, la boca, llegando a formar un
binomio excepcional. Cada gemido penetra en nosotros hasta dejarnos sin
aliento. Es el momento para desnudar el cuerpo y el alma. Escuchar a la persona
deseada cuando nos provoca una felación hace que el placer sea doble. En este
juego hay que dar y recibir.
Succionar con empeño un pezón, lamer hasta el infinito la areola en toda
su extensión a la vez que la respiración se entrecorta y las palabras brotan
contra la piel del ser amado, es de por sí un orgasmo musical. Sentir en la penetración el chapoteo de una zona
bien lubricada deja nuestro sexo desamparado, indefenso pero satisfecho. Los cuerpos sudados
componen la sinfonía más perfecta en este ritual.
Y así, de esta forma, el mejor
plato para degustar es el cuerpo
estimulado que tenemos a nuestro lado.
Si amásemos el silencio en la
calma del sitio incómodo, el sentido del oído
escuchará la nada.