(CAPÍTULO XVII)
“LOS
OBJETOS VOLUBLES”
Este ejemplo que quisiera
compartir con vosotros fue real. En una época concreta se materializó y sus
protagonistas interactuaron en un primer momento de forma inconsciente. Este
encuentro casual llegó como todos los encuentros que no son planeados, de forma
espontánea, pero a la vez con la complicidad de los elementos intangibles para
la mayoría de los mortales; la esencia de lo místico.
Hace más de veinte años, en los
días cercanos al otoño sucedió esta historia. En un pequeño pueblo de la América
central treinta y tres comensales coincidieron en una cafetería para degustar el
desayuno del día. ¡Cada uno de ellos llegó por caminos diferentes y con prisas
porque la mañana se les echaba encima! Poco a poco el limitado local se vio
saturado. La barra y las mesas fueron ocupadas en su totalidad. Más tarde el
propietario comentó que nunca antes su cafetería había estado atiborrada desde
la primera hora. Siempre llegaban de a poco, sin ocupar todos los asientos de
su local a la misma vez; pero esta mañana resultaba ser completamente
diferente.
En la calle principal del pueblo haciendo
esquina se encontraba la modesta cafetería “El infierno”, especializada en
desayunos y comidas por encargo. Cada uno de los platos según el propietario
poseía un ingrediente secreto. Los que asistían cada día estaban seguros que
era un señuelo del propietario para atraer a la clientela; pero para no
desvirtuar la realidad, su sabor era especial y exquisito. Juan, como se
llamaba el empresario, afirmaba que aparte del preparado mágico que le
incorporaba a sus recetas, su ingrediente estrella no era otro que un mejunje
de ajíes picantes que el mismo elaboraba cada noche en la tranquilidad de sus
fogones.
Pudiéramos decir que todas las
piezas estaban destinadas a una compenetración. Fue un día propicio para que
los comensales tuvieran nuevas sensaciones durante su generoso desayuno. A la
cafetería asistían obreros, estudiantes, médicos, abogados, notarios,
pensionistas de bajo nivel adquisitivo que cada día asistían al “infierno”, y todo
ser que durante años descansaban sus posaderas por algo más de un cuarto de
hora para darle placer a su paladar.
Juan estaba sorprendido. La
mayoría eran los clientes fijos, pero nunca antes llegaron al mismo tiempo a su
cafetería. No le dio más vueltas a la cabeza y pensó que lo mejor sería sacarle
provecho a este instante. Fue hasta la cocina y le pidió a sus cocineros que dispusieran
sus manos y sus mentes para lo que les iba a proponer. Sacó unos papeles del
armario de madera y los puso sobre la mesa. --¡Estos serán los platos que crearemos
hoy!—Así habló Juan.
Continuará..........................
Fotos: ARA y Mandy.