jueves, 2 de mayo de 2013

CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO





                                                    (CAPÍTULO LXXI)


                 El clítoris. Las entrepiernas. Las ocultas oquedades. Los portentosos orificios. La vulva y sus constantes cómplices. Los labios mayores, menores, los internos y externos. La majestuosa armazón carnosa de la concha prodigiosa. La vagina protectora de extraños elementos. El monte guardián que protege el universo extendido de la mujer. Su visible mundo que aguarda la llegada de un sólido elemento que la traslade, que la eleve, que la levante por los cielos y la conduzca al espacio de todos los espacio, al lugar donde los deseos no son una a falacia y sí una rotunda verdad. En esta situación se encontraba la mujer, la dispuesta protagonista de nuestra historia, que sin complejo reposaba desnuda sobre la cálida arena de la encantadora cala. Toda su anatomía, pero sobre todo la mencionada, la llamada prohibida, se encontraba dispuesta, para que las manos, las aludidas manos, dichas manos, las arpegiadas manos la cortejen sin escatimar en abalorios fantasiosos. Ella simplemente espera a la orilla del mar para que las referidas manos alaguen, la manoseen, la esculpan sin cumplidos por cada uno de los bordes y contornos de su cuerpo. Ella esperaba, esperaba, y en su prolongada espera los poros de su piel se dilataron todo lo que pudieron para recibir sin impedimentos, lo que estaba a punto de llegar.
__ ¡No puedo más, deseo que vengan a mí, todas a mí y me colmen con sus tocamientos difusos para sentir que puedo viajar a través de vosotras, alocadas manos!
                 No hubo que esperar mucho, media docena de manos se afanaron en complacerla de lleno, de complacerla en los requerimientos más caprichosos e íntimos que un ser pueda solicitar en estos tiempos que corren. Una mano, de hombre, nada vergonzosa, se posó en la sima del talado monte y no tuvo prejuicio para continuar con la labor de antiguos conquistadores de lascivos cerros, pero en este caso, en el de dicha mujer, su despejado bosque, en muy pocas ocasiones había sido invadido por semejantes seductores, pero ella alucinaba de a poco,  minuto a minuto, en instantes cortos pero intensos en que su afanada vulva se retorcía con cada yema dedo que pasaba por casualidad por allí.  

     
Continuará.....................   
fOTOGRAFÍA: ara.