(CAPÍTULO
L)
Y cuando todo se daba por hecho.
Cuando las entrañas de Álvaro se disponían a salivar de continúo porque su
retenido fluido vería en un santiamén la luz de día, la joven Diana soltó
amarras y decidió poner pies en polvorosa. Echó a correr. Su delicado cuerpo se
puso en marcha en una milésima de segundo.
Con cada pisada sobre la arena
las nalgas de Diana botaban. En un sentido botaba una nalga, y la otra, la
segunda nalga, en el sentido contrario, continuaba el movimiento, como si las
mismas quisiesen escapar de la prisión a la que han sido sometidas hasta el
presente.
Álvaro se quedó boquiabierto, con la
expresión congelada contemplando el cuerpo desnudo de su amada alejarse por toda
la orilla en dirección al recodo norte.
Él, que no contemplaba el consumar
la fornicación hasta que no estuviesen relajados en la cala, hacía un buen
puñado de minutos que sus planes se habían truncado. Al facilitarle de lleno el
juego a Diana, no tuvo en cuenta las consecuencias y cedió, entregándose a las pretensiones
y lujurias de la amada. Su tenso musculo se disponía a eyacular, cuando de
repente, sin esperárselo, ella se puso a correr. Álvaro la vio alejarse sin
poder hacer nada. Lo que él no sabía, hasta que nuevamente el fluido de su
cuerpo alcanzó su temperatura habitual, era, que esa repentina reacción de
Diana, le gustó, tan terriblemente le cautivó, que la trocó inmediatamente por
un irresistible deseo de poseerla con mayor avidez cuando la llegase a alcanzar,
aunque no hubiesen llegado a la cala.
Fue entonces cuando se incorporó
de un salto y se dispuso a galopar. Sus músculos se tensaron de inmediato. Los
que no lo estaban lo hicieron, y el ya tenso, en su angustiada espera, se
dilató hasta la extenuación. Esto para nada le importó al joven, que sabía muy
bien lo que tenía entre……., manos, para no versionar el proverbio. Él con una
leve mirada a las turgentes líneas de su amada, es capaz de levantar en un
instante la moral de todo un país si se lo plantease. Y no es que Álvaro fuese
un superdotado en estas lides, ¡no!, es simple y llanamente que Diana lo
desquicia, lo encumbra milagrosamente hasta la más alta de las cimas, o lo sepulta
en el más remoto de los abismos con su sola presencia. Esta mujer es la
profecía que anduvo buscando durante tantos años, la intencionada elucubradora
de momentos ocultos, la deseada amante que cualquier mortal pretende conservar
por si en algún instante de nuestra corta vida dejamos de ser lo que somos y
nos perdemos irremediablemente en la torpeza o la irracionalidad de este
iracundo presente; ella es, para el joven Álvaro, la consistencia de su sangre.
Persiguió por toda la arena la
silueta de Diana con un único objetivo, el de derribarla lo antes posible y
hacerle el amor hasta el agotamiento, sin importarle la cercanía de la cala. Ahora
se sentía un resplandeciente hombre en busca de lo primordial, de la solidez de
sus convicciones.
Corrió como un galgo con el pecho
al viento en busca de la libertad. ¡Álvaro corrió, corrió y la alcanzó! Saltó
como un felino sobre ella y se prendió deliberadamente a esas ondulantes nalgas
que con su constancia a lo largo de la playa hicieron que el mirar de Álvaro se
hiciese indefinido, atormentado, dúplex en su máxima expresión, como los ojos
de mi tía abuela que en toda mi juventud no se mantuvieron quietos ni por un
instante.
CONTINUARÁ..........................................
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