EL OLFATO
(Capítulo
XIII)
Con los ojos cerrados ella
imaginó al viento sobre sus pezones. La brisa del mar llegaba hasta los mismos
bordes de sus pechos y sin avisar se arremolinaba en toda la areola y no se
quería marchar sin dejar un recuerdo a flor de piel. Una piel que no estaba
dispuesta a sostener una caricia más. Esta piel sabía que si el joven la
besaba, no podría soportar nuevamente una subida de temperatura. Ardía la piel,
ardía toda ella, y desde el marco de la ventana suplicaba con su cuerpo un
glorioso y poderoso orgasmo. --¡Deseo un
orgasmo, al menos un diminuto orgasmo aunque sea de aperitivo! ¡Un corrimiento
de arenas que desplace la ventana hasta el mismo mar!-- Se decía la joven. --¡Un orgasmo que murmure, que deje mi boca en
vibración!
Ella insistía y le suplicaba a las
fuerzas de la naturaleza que el joven no se fuese nunca de su mente y de su
cuerpo. Sin llevar la voz cantante en este acto frente a la ventana, se reveló,
y con su mano derecha tomó al joven por la cabeza hasta atraerlo a la altura de
sus ojos; dejando la mano izquierda libre para aferrarse a su pene con la pujanza
de sus cinco dedos. Abrigó el falo con tal poderío, que el glande se extasió hasta
ruborizarse en un leve instante. Con firmeza comenzó a mover su mano de un
extremo a otro, y cada vez que llegaba al nacimiento del musculo de su amado,
imploraba con cada una de sus inquietas fuerzas. --¡No
dejes nada, por favor, dámelo todo, y mucho más si lo deseas, quiero hasta el
último aliento de tu ser!-- Seguidamente, y sin tomar aliento, su mano
continuó hasta el comienzo del vigor de su amado, y con su dedo índice
escudriño el orificio por donde estaba segura que brotaría la sabia que tanto
deseaba lamer. --¡Aún es pronto, hay que
esperar un poco!-- Pensó. Y para no arrepentirse de los pensamientos que la
inundaban, libero al brioso corcel que tenía entre sus manos, invitándolo a
cabalgar sin prisas por sus profundos e íntimos
prados. Y mirándole a los ojos, señaló su vagina.
Se acomodó en la ventana lo
mejor que pudo, y dejó que el viento jugase con su espeso monte, espeso, pero
recién labrado.
El joven se quedó sin palabras. Esto
era lo que más deseaba desde hacía mucho tiempo, y esperaba que en algún
momento se hiciese realidad. En muchas ocasiones lo intentaron, pero los
detalles se perdían en la inconsistencia sin llegar a ser especiales, sublime.
Esa es la palabra. ¡Sublime! No todos los elementos afloran siempre como en
esta ocasión. Él pensó que debía aprovecharse de los mismos. --¡No sería más que práctica!-- Y con la
misma práctica pensó lograr el virtuosismo. --¡Es el
momento de dilatar este encuentro!-- Y se dejó llevar. Lo percibió en el
ambiente, porque el sexo de su amada, olía a infinito.
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