viernes, 14 de marzo de 2014

¡CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO!





                                                        EL OLFATO

(Capítulo XIII)

                Con los ojos cerrados ella imaginó al viento sobre sus pezones. La brisa del mar llegaba hasta los mismos bordes de sus pechos y sin avisar se arremolinaba en toda la areola y no se quería marchar sin dejar un recuerdo a flor de piel. Una piel que no estaba dispuesta a sostener una caricia más. Esta piel sabía que si el joven la besaba, no podría soportar nuevamente una subida de temperatura. Ardía la piel, ardía toda ella, y desde el marco de la ventana suplicaba con su cuerpo un glorioso y poderoso orgasmo. --¡Deseo un orgasmo, al menos un diminuto orgasmo aunque sea de aperitivo! ¡Un corrimiento de arenas que desplace la ventana hasta el mismo mar!-- Se decía la joven. --¡Un orgasmo que murmure, que deje mi boca en vibración!
                 Ella insistía y le suplicaba a las fuerzas de la naturaleza que el joven no se fuese nunca de su mente y de su cuerpo. Sin llevar la voz cantante en este acto frente a la ventana, se reveló, y con su mano derecha tomó al joven por la cabeza hasta atraerlo a la altura de sus ojos; dejando la mano izquierda libre para aferrarse a su pene con la pujanza de sus cinco dedos. Abrigó el falo con tal poderío, que el glande se extasió hasta ruborizarse en un leve instante. Con firmeza comenzó a mover su mano de un extremo a otro, y cada vez que llegaba al nacimiento del musculo de su amado, imploraba con cada una de sus inquietas fuerzas.  --¡No dejes nada, por favor, dámelo todo, y mucho más si lo deseas, quiero hasta el último aliento de tu ser!-- Seguidamente, y sin tomar aliento, su mano continuó hasta el comienzo del vigor de su amado, y con su dedo índice escudriño el orificio por donde estaba segura que brotaría la sabia que tanto deseaba lamer. --¡Aún es pronto, hay que esperar un poco!-- Pensó. Y para no arrepentirse de los pensamientos que la inundaban, libero al brioso corcel que tenía entre sus manos, invitándolo a cabalgar sin prisas por sus  profundos e íntimos prados. Y mirándole a los ojos, señaló su vagina.
                 Se acomodó en la ventana lo mejor que pudo, y dejó que el viento jugase con su espeso monte, espeso, pero recién labrado.
                 El joven se quedó sin palabras. Esto era lo que más deseaba desde hacía mucho tiempo, y esperaba que en algún momento se hiciese realidad. En muchas ocasiones lo intentaron, pero los detalles se perdían en la inconsistencia sin llegar a ser especiales, sublime. Esa es la palabra. ¡Sublime! No todos los elementos afloran siempre como en esta ocasión. Él pensó que debía aprovecharse de los mismos. --¡No sería más que práctica!-- Y con la misma práctica pensó lograr el virtuosismo.  --¡Es el momento de dilatar este encuentro!-- Y se dejó llevar. Lo percibió en el ambiente, porque el sexo de su amada, olía a infinito.


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