viernes, 7 de noviembre de 2014

EN LA INTIMIDAD

        
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                 ¡No son papeles, son imágenes fotografías! Asunción oculta entre sus ropas íntimas retratos. Con la toalla alrededor de su cuerpo y varias fotos en sus manos, se deja caer en uno de los bordes de la cama. Eleva el brazo a la altura de su cara y las observa con detenimiento; lo mismo que yo a ella. Mi enfoque visual no llega a tanto, pero por el contorno parecen personas……. Asunción suspira, se inclina, cierra los ojos, y su espalda cae irremediablemente sobre las sábanas. Unas sábanas exentas  de pliegues, porque cuando su marido se levanta cada mañana para ir al trabajo, ella las alisa con la paciencia de un beduino en pleno desierto. ¡Dios! Una de las puntas de la toalla se desprende del improvisado nudo que la mantenía aferrada a sus pechos, y estos, voluptuosamente, salen a flote intentando una decorosa permanencia uno al lado del otro; pero no es posible, se desparrama a la izquierda uno, y el otro, a la derecha. ¡Son hermosos los pechos de la señora Asunción aunque cada uno vaya a su aire!   
                 Esto es completamente nuevo para mí. Asunción, mi vecina, recatada, sobria, beata, y aletargada desde que la conozco, se ha mantenido impoluta de los pies a la cabeza todos estos años. Jamás la había visto con este talante. La ventana del baño la cierra cuando está dentro, y al pasar de este a la habitación, siempre va por el pasillo llevando su eterna bata de andar por casa. Lo único que deja a la vista es la cara, las manos y parte de las zapatillas; pero hoy se ha desatado, y me ha tomado por sorpresa. ¿Cuánta belleza se puede ocultar bajo una insustancial apariencia? ¡Incalculables encantos! Es muy cierto la máxima que versa que las apariencias engañan, y ahora estoy siendo testigo de ello.
                 Tengo la impresión de que Asunción guarda en su memoria, desde mucho antes, las imágenes que componen las fotografías que sostiene su mano; pero aun así, las vuelve a mirar una y otra vez. Creo que desea rescatar hasta el último detalle impreso.
                 Cerró los ojos y, las dejó caer una a una sobre la cama. Al parecer ya no las necesita. Las fotos ahora se hallan dentro de su cabeza, en algún espacio de su memoria.
                 ¡Asunción comenzó a soñar!
                 Apartó lo que quedaba de toalla sobre su piel, y, mis sentidos se conmovieron. Dejó las piernas en franca separación, vulnerables en toda su extensión. Quedando su pubis en el margen de la cama a punto de descender al vacío. Por otro lado, los amplios pechos de la señora Asunción, habitaron el espacio como si fuesen los únicos pobladores del universo. Y qué decir de sus manos, desprendidas y maliciosas andando sin rumbo fijo por su cuerpo. ¿Qué más puedo desear que no fuese continuar mirando? ¡Nada hay más sublime que la soledad de un observador!
                 Un imprevisible rayo de luz irrumpió por la ventana que se hallaba del otro de la habitación, se difuminó sobre el pubis aún mojado de la señora Asunción, y sus ensortijados vellos fulguraron en múltiples colores. El reflejo se expandió, saltó, y su luz rebotó en mis ojos, encandilándolos. Quedé en la oscuridad, en una oscuridad total. Fueron unos segundos apenas, pero me pareció una eternidad. Dejé de ver, y la confusión penetró en mí. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? Las preguntas intentaban formar una cadena al menos lógica dentro de mi cabeza pero no lograron su propósito. Y desde la misma negritud, llegó la señora Asunción a salvarme. La vi frente a mí. Era la primera vez que la olía. Una fragancia extremadamente intensa. Fuerte, acuosa, poderosa, y generosa en esencias. Es como si estuviese olfateando cada uno de los elementos que habitan en la naturaleza.
                 Llegó a mi nariz un intenso olor a salitre, una emoción poderosa de apacibles líquidos. Pude olfatear la solidez de una roca como si estuviese expuesta en varios pedazos, y experimenté una profunda estabilidad en mi interior. Mi pensamiento fue alcanzado por la briza fresca de la razón, y sentí los cabellos de la señora Asunción acariciándome la cara. No dejaban de moverse como si concibiesen una danza sensorial, y me cautivó. Naturalmente que lo hizo. Y por último, mi cara, percibió un intenso ardor, una sensación de calidez penetrante pero al mismo tiempo confortable desde la oscuridad en la que me hallaba habitando, y, plaf……, la luz. Regresó la visión.  
                 Después de tanto tiempo observándola, después de tantas horas dedicadas a su devota figura que jamás me sorprendió, porque en ella, cualquier cosa que hiciese es predecible como la noche y el día; después de todas las vicisitudes y nocturnidades, hoy, ahora, en estos instantes, siento vergüenza de mi comportamiento. Opino que he sido un vulgar mirón, y no tengo justificación alguna. ¡La señora Asunción ha dado un vuelco a mi corazón! ¿Cómo puede ser posible que no la descubriese antes? ¿Y ahora qué debo hacer? ¿Seguir mirándola? ¡No!
                 Dejé mi atalaya y salí de la habitación lo más veloz que pude. Necesito tiempo, tiempo para pensar en lo que me ha pasado. ¿Qué hago? ¿Qué hago? Toda mi investigación como “mirador unificador” ha dado con el traste, he perdido la perspectiva y no sé si eso es bueno o no; pero me es igual, no me importa, después de la experiencia vivida qué más puedo pedir. ¡Ya no me importa el señor Mariano, la fiesta, el…….., un momento! ¡Eso es, la fiesta! Tengo que hablar con el señor Mariano para que lleve a su mujer a la fiesta. De esa manera podré verla de cerca, y hablar con ella.
                 No fue complicado. Le manifesté al señor Mariano que invitase a su señora al encuentro, y así, de esta manera, se sentiría más arropado al compartir con los demás invitados que no conocía de nada, y le pareció estupendo. A él, ya se le había pasado por la cabeza llevar a su mujer, y me lo iba a comentar esa misma noche.
                 El sábado antes de las ocho de la tarde, lo tenía todo controlado. Invité a varios amigos y amigas para que me hiciesen de cuartada; por supuesto, los detalles escabrosos y mis intenciones velas no se las expuse, solamente los suficientes y necesarios para que mi plan funcionase. Preparamos las bebidas, varios platos para degustar, y por supuesto, el proyecto del que le hable al señor Mariano. Unos cuantos folios con una idea central pero no centrada, y otras dispersas por el escrito. Nada en concreto, pero sí con argumentos suficientes para debatir la noche entera si fuese necesario.
                 A las ocho en punto, llamaron a mi puerta. Era el señor Mariano y la señora Asunción. Mis amigos estaban desde antes. Ya los había entrenado en la defensa del proyecto a ultranza para darle un toque de veracidad.
__ ¡Buenas tardes, pasen por favor, están en su casa! –y con un gesto amable los invité a entrar, pero mis ojos no pudieron apartarse de la señora Asunción.
__ ¡Gracias joven! –sentenció el señor Mariano mirando a su alrededor-- ¡Tome, una botella de vino, porque no está bien hacer una visita con las manos vacías! –y me entregó la botella a la vez que pasaba por mi lado en dirección al salón.
__ ¡No tenía que molestarse, pero de todas maneras muchas gracias! –le dije con sinceridad.
__ ¡Y esto también joven, es una tarta de arándanos hecha por mí!
                 Y sin esperar una respuesta por mi parte la señora Asunción dejó caer sobre mis brazos dicha tarta. El señor Mariano había llegado al salón. En el pasillo, en el estrecho pasillo de mi apartamento, coincidimos por primera vez frente a frente la señora Asunción y yo, y lo único que apartaba nuestros cuerpos para que no topasen mutuamente era la dichosa tarta.
__ ¡Muchas…….gracias señora…….Asunción!
__ ¡De nada joven, pero no tiene que llamarme señora, simplemente Asunción!
                Y sentí que varias gotas de sudor bañaban mi frente, mis espaldas, y mis antebrazos.
__ ¿Se siente mal joven?
__ ¡Fernando!
__ ¿Cómo dice joven?
__ ¡Fernando, me llamo…….Fernando…….seño……, perdón, Asunción!
__ ¡Está blanco como el papel, no desea……..!
__ ¡No, no, no es nada, es que aún no ha refrescado!
__ ¡A mí me parece todo lo contrario! ¡Mire!, ¡Me he puesto este jersey por si acaso refresca aún más antes de irnos!
                 No lo pude evitar. Mi cabeza fue invadida por imágenes. Numerosas imágenes, y entre ellas, la más recurrida, los pechos de la señora Asunción, perdón, los pechos de Asunción mi vecina, unos pechos relajados sobre la cama de su habitación que invitaban a sucumbir. La miré, y el jersey, desabotonado, en su totalidad, dejaba percibir debajo una blusa de color blanco. Esta si estaba abotonada hasta el cuello, pero me daba igual, porque yo veía más allá de los tejidos y las apariencias. Ante mí, Asunción permanecía simplemente con su jersey, abierto, dejando al descubierto sus generosas turgencias que observaba con avidez.
__ ¿Podemos pasar? –me preguntó con un tono más bien suplicante.
__ ¡O sí, claro, perdone, es que……., esta semana ha sido muy agotadora, el proyecto, la universidad…….!
__ ¡Lo comprendo jove……., perdón, Fernando, no tiene que disculparse! –me miró, y sonrió con una señal de vergüenza.
__ ¡No se disculpe, es la costumbre, a mí me ha pasado antes!
                 Y amablemente dejé que pasase primero. Cuando llegamos al salón, el señor Mariano, sentado en el sofá, ojeaba el proyecto, y a su alrededor se hallaban mis amigos como moscas en un plato. Tuve la impresión que se encontraba a gusto y completamente relajado. En una mano el proyecto, en la otra un vaso con vino hasta el borde, y en la boca, palabras y más palabras que brotaban de la misma con el ímpetu de un orador en lo alto de una tribuna. El señor Mariano daba la impresión de ser otro. Estaba realmente insultante, seguro de sí mismo, y dispuesto a comerse el mundo y a quien se pusiese ante su destino. Hablaba con la misma seguridad con la que dialogan los que llevan la verdad sobre los hombros. La señora Asunción lo miró inquisitivamente, sus piró, y fue a sentarse en una de las sillas que se hallaba alrededor de la mesa.
__ ¿Desea beber o comer algo señora……? --uno de los amigos encargado de los refrigerio la interceptó.
__ ¡Asunción! --contestó ella.
__ ¿Desea beber o comer algo Asunción? --nuevamente le preguntó.
__ ¿Qué es lo que me ofrece joven?
                 Para no parecer pedante o llamar demasiado la atención, me coloqué en uno de los extremos del sofá aparentando que seguía la disertación del señor Mariano, pero todo lo contrario, mis ojos, mis oídos, y cada uno de mis sentidos, se hallan estacionados en una esquina de la mesa, junto a mi vecina Asunción, que no consigo borrarla de mi mente. Y esa pregunta: ¿Qué es lo que me ofrece joven?, me ha dejado perplejo. Sinceramente me está sorprendiendo su actitud.
__ ¡De beber tenemos zumo, limonada, sangría, y alguna bebida más......., y de picar queso………!            
__ ¿No tiene algo más enérgico para beber joven? –le interrumpió la señora Asunción con una certera pregunta.
__ ¡Bueno! --mi amigo buscó la complicidad en mi mirada, y al no hallar respuesta, porque el primer sorprendido era yo, tomó fuerzas y respondió--¡Hay también cerveza, vino, ron, ginebra, vodka, tequila, y creo que algo más!
__ ¿Cuál de ellas me recomienda como la mejor? --Asunción miró con detenimiento a mi amigo, y al no tener respuesta tomó la iniciativa-- ¡Quiero decir, como la más fuerte!
__ ¿Cómo dice señora?
__ ¡Aquí entre usted y yo, la que tiene más grado alcohólico joven!
__ ¡Ah, le comprendo, le comprendo señora Asunción………!
__ ¡Llámeme simplemente Asunción!
__ ¡Muy bien Asunción, creo que los de mayor grado son el tequila y el vodka!
__ ¡Pues tráigame……., pito, pito, gorgorito, donde vas tan bonito, a la acera verdadera pin, pan, bota, y fuera……., tequila, tráigame tequila, si no le es molestia joven!
__ ¡Naturalmente que no señora……., digo, Asunción, ahora mismo se lo traigo!
__ ¡Un momento joven, cuál es su nombre!
 __ ¡Fernando, mi nombre es Fernando!
__ ¡Gracias por todo Fernando!
                 Nuevamente mi amigo volcó su mirada en mí, pero esta vez me encogí de hombros, qué otra cosa podía respondedle cuando el primero que se hallaba en schok era yo. Fernando tomó rumbo al pasillo para dirigirse a la cocina e ir en busca de la bebida de Asunción, cuando recordó algo, se detuvo, dio media vuelta, y regreso a la mesa.
__ ¿Asunción, lo quiere con hielo o sin hielo?
__ ¡Sin hielo Fernando!
__ ¡En un segundo se la traigo!
__ ¡Gracias!
                 El que necesita realmente un trago soy yo. Esta mujer me está sorprendiendo generosamente. Sin duda no es la misma, no puede ser la misma. La señora Asunción se ha desbocado como una jaca recién herrada, y perdonen la comparación porque no es nada poética, pero el brío que desborda ahora mismo su presencia y su mirada solo es comparable con la vitalidad de un equino en plena libertad. Y no quiero decir con esto que la señora Asunción sea una yegua en celo, pero……., pero, algo sensual, que digo, erótico, la rodea esta noche. Una mujer inversamente proporcional.
                 Cada uno de mis planes, de mis estudios, inclusive, de mis apuntes, en estos instantes no me son válidos, al garete mi investigación de “mirador unificador”, soy un fracaso, ¡no!, soy literalmente un fraude, y no tengo perdón de nada ni de nadie. Lo único que ronda en mi cabeza es la imagen, la sorprendente imagen de la señora Asunción. Poseo un enorme y grandioso deseo por ella, un impío deseo, que no sé muy bien cuál es, pero me trastorna los sentidos y debo encauzarlo antes de cometer una locura.
                 Mariano se había hecho con la situación y era el centro de atención del salón. Se encontraba cómodo, muy cómodo, y entre copas y divagaciones, controlaba hasta las pequeñas pausas. De una cosa me di cuenta. Él, sentía, y es una apreciación personal de mi parte, una curiosa atracción por los hombres que se encontraban junto a él en el sofá. Mis amigos, no sé por qué razón, lo tenían embelesado, y Mariano, con satisfacción, se dejaba cautivar por el momento. Sin embargo las mujeres eran nulas para él, no las escuchaba, ni siquiera las dejaba hablar. Ni una sola vez, al menos las veces en que me acerqué, Carmen, Anita, Marlene, o Susana, fueron centro de su atención. Y a medida que su garganta digería epítetos y licores, su elocuencia se encaminaba más hacia el sexo masculino. Los papeles que sostenía en sus manos, nuestra falsa investigación, dejaron ser motivo de controversia por su parte y se encaminó directamente a la improvisación desmedida. Mariano, como elocuente dialogador, se hallaba cómodo, y yo diría más, realmente excitado, sentado en el centro del sofá, su tribuna, parloteaba y miraba, bebía, parloteaba, y volvía a mirar con insistencia a René, hasta perderse en sus propias incongruencias, en historias que no conducían a ninguna parte. Mariano era feliz, y sobre todo, se había olvidado que tenía una esposa que había abandonado en alguna parte de la casa, pero esto a él, no le importaba para nada.
                 Al fin llegó Fernando con el líquido embriagador. Asunción tomó la copa, la bebió de un golpe de codo, y volvió a pedirle otra a Fernando; pero esta vez le preguntó si no le importaba que fuese con él a por el licor, y Fernando le dijo que al contrario, se encontraba muy a gusto con su presencia y le apetecía conversar y compartir un rato con ella; y así lo hicieron, se marcharon juntos por el pasillo en dirección a la cocina. Y esto no me gustó nada. La señora Asunción al paso de los minutos, se estaba transformando misteriosamente en un ser encantador, sumamente encantador de hombres, o al menos Fernando y yo lo estábamos sintiendo en nuestras propias carnes. Su enigmática aura desde antes, desde mi posición de observador, me cautivó, y ahora, Fernando, que sabía de antemano mis intenciones, se dejó llevar por no sé qué oculto impulso, y me la quería robar impúdicamente.
                ¿Qué estaba haciendo yo postrado en una esquina del salón? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Tengo que ir a la cocina. Tenía la leve sensación de que si me demoraba un segundo más en llegar, Fernando caería irremediablemente bajo el poder de la señora Asunción, que esta noche, al parecer, mostraba una relajación total, y su organismo pedía a gritos beber.
                 Antas de entrar, escuché estentóreas risas desde el pasillo. Fernando emitía carcajadas, y Asunción jadeos continuos que se interrumpían por momentos.

Continuará…………………………..         
       

                  

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