(CAPÍTULO
XXVIII)
Ella se mantuvo bajo su voluntad y,
la de él, con la espalda a una de las hojas de la ventana. En su piel se podía
apreciar un mapa de marcas rosadas que se impregnaron desde la cintura a los
hombros por la presión continua que hacía el joven para no disminuir el ritmo
pélvico. Estas marcas de batallas deseadas se disfrutan con todos los chacras
abiertos.
Un silencio. Una pausa. ¡…….!
El pene fue directo al exterior. Ella enredó sus brazos sobre los hombros de él
y esperó una explicación. El joven no dijo nada. Con un impulso la levantó. Los
brazos se desataron. Ella se vio en el aíre. Flexionó algo más las rodillas y
esperó que la joven aterrizara por su peso sobre sus muslos. Él se aferró a
cada una de las agradecidas nalgas de ella y acomodó el cuerpo de la mejor
forma posible. De modo previsor las piernas de la joven se enroscaron en las
piernas firmes de su amado. Él a horcajadas. Ella igualmente pero sobre él. Los
dos unidos. Anudados. Uno frente al otro. Se miraron. Esperaron una reacción.
Silencio. Cada músculo callado, pero tenso. En ella se avistaba curiosidad. En
él perversidad. Algo estaba pasando. Pensó la joven. Nada. La calma. La pausa.
¿La tregua?
Algunos minutos pasaron.
Varios. Pero posiblemente no muchos. En una boca los dientes quedaron
asequibles. En la otra estos mordieron los labios. Una respiración profunda. Aletargada.
Pero justa en su medida. Sin ser guiado, la cúspide del falo del joven acarició
los bordes externos del resquicio de la chica. Un jadeo. El ojo izquierdo de
ella le hizo un guiño. El pene se retiró. Un lamento. La vagina comenzó su
juego provocativo. Se dilataron sus pliegues y se contrajeron ante la mirada
atónita de su amante. El pene comenzó a cimbrear bajo su libre albedrío. Y con
un movimiento oscilatorio, adivinó la entrañable entrada maternal. Ella pronunció
aún más la pelvis. Él se retiró. Nuevamente fue a la carga. Solamente la punta.
Una ínfima parte miró al interior ardiente y jugoso. ¡Nuevamente se retiró!
Una y otra vez como
interminables fotogramas, el joven introducía y extraía su pene de la vagina de
la amada. Al principio ella se lamentó, pero con la continuidad descubrió el
sentido lúbrico de la situación. También él descifró el placer que andaba
buscando en todo este tiempo, y siguió con su estrategia hasta agotar la
mayoría de sus fuerzas. Sin orientarlo penetraba continuamente, por sí solo. Le
introducía un ápice y, ella lo esperaba con todos sus ligamentos y nervios
contraídos para que el visitante no se adentrase nada más que lo necesario, lo
justo para un diminuto abrazo y, nuevamente a empezar. ¡Así, una y otra vez lo
sacaba y metía! Los mismos milímetros dentro, pero no las mismas sensaciones
que se inducían mutuamente alimentándose con la fricción y las múltiples ideas.
¡Yo, el que describe estos
sucesos, no me encuentro cerca de la ventana, pero siento que dentro de mí, la
vida fluye! ¡Tengo los vigores escaldados solamente al imaginarme que mi
presencia pueda irrumpir en el
ventanal!
CONTINUARÁ……………………………..
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