(CAPÍTULO
XXVII)
En un día aparentemente normal,
con una pareja posiblemente corriente, y en un lugar seguramente cómodo, esta
dilatación de la libido se hubiese expresado justamente lo necesario para los
interesados; pero estos amantes no llegaban a estar satisfechos, y continuaban
con su danza sexual hasta que las energías dejasen de fluir de sus músculos y
entrañas.
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¡Te estaré haciendo el amor más allá de mi cuerpo y de mis tangibles
intenciones! ¡Mírame amor mío, ahora estás contra la pared y cabalgas sobre mi
delirante falo que desea descubrir tu infinito mundo vaginal! ¿Te gustan mis
palabras? ¡Sé que estás muy cerca del orgasmo pero te niegas a claudicar!
¡Escucha esto que te digo! –el joven que la sostenía únicamente con su pene
porque la espalda de la joven se apoyaba a una de las hojas del ventanal, la
tomó por ambas muñecas y elevó sus brazos a todo lo largo al mismo tiempo en que
la besaba por las axilas. Se regodeó infinitamente en cada una de ellas. Las
ungió de saliva. Las examinó con sus dientes. Las mordió con toda intención y
esperó alguna reacción por parte de ella para continuar con su persecución
placentera. Él estaba dispuesto a rebasar los límites establecidos porque en su
éxtasis no contemplaba el final-- ¡Te bañaré de humedades y espumas aunque
estas últimas no vengan del mar! –Le habló él muy pegado a la cara de la joven.
Ella no lo escuchaba, gemía profundamente y desgastaba su espalda una y otra
vez contra la hoja de madera del ventanal. La besó en la boca y con su lengua
continuó camino hasta la oreja. Una vez allí le dijo-- ¡Solamente deseas
sacarme todo el semen que guardo para mañana! ¡Eres insaciable! --ahora le
tocaba a ella sentir el efecto delirante de las palabras. Él se complacía con
el morbo que desprendía el cuerpo de su amada; pero necesitó una fuerza extra
para sostenerla sin que los dos rodasen al suelo. Ella nada más escuchar el
susurro de los vocablos al oído, su cuerpo, y en especial su cadera, comenzó a
convulsionar intensamente en cualesquiera direcciones. La lanzaba hacia
delante, a la izquierda, detrás, a la derecha, hasta formar un círculo cada vez
más amplio alrededor de su pelvis. Cuando su ritmo comenzaba a ser monótono,
variaba la dirección del movimiento y emprendía nuevamente la formación de la
circunferencia amatoria. Él, sabiendo la profundidad de este hecho le dijo con
toda intención-- ¡Toma un círculo, acaríciale con lo que puedas, y será, un
círculo vicioso! --llegó al punto que esperaba la amante insaciable. Buscaba la
extensión de los sentidos, y que el placer emanase de cualquier rincón del
cuerpo para confluir en el sexo-- ¡Yo seré el que te detenga en esta ventana!
¡Aquí estaremos, hasta que uno de los dos grite al mar que no puede más porque
su avidez se ha satisfecho!
CONTINUARÁ.......................
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