viernes, 7 de agosto de 2015

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?



(CAPÍTULO LVI)

                 El acto sexual es un posesionado juego, donde se dan impresiones personalizadas; un devenir que no entra en razones, dejando el cuerpo en flotabilidad total, pero a la deriva. Álvaro supone, “cosas”, una o muchas, Diana un tanto de lo mismo, y en ese amasijo de sensaciones, la señora cordura está demás y haría bien en poner pies en polvorosa.
                 Esta podría ser la ética del sexo. Él, se impone intentando “dar” para prontamente recibir placer, lo cual no significa que dichas sensaciones fluyen en sentido circulatorio. Lo inverso sucede con ella. Diana sencillamente “da”, y en su enigmática entrega aflora el morbo que provocará a cada una de sus terminaciones nerviosas. Pero, la matemática, no siempre es aplicable, y germinan, como setas después de un día lluvioso, los intrínsecos “errores”.
                 Él se mantiene en su empeño, el de prolongarse por ese anal camino, y está seguro, por experiencia, que la “delicadeza” es su aliada, la base fundamental de una buena relación carnal. Parte de su músculo “penial” se halla en el interior de Diana, asechando, en espera de una oportunidad, de la mínima reacción por parte de ella para intervenir de lleno; naturalmente, con delicadeza, porque él, ante todo, es un caballero de los pies a la cadera.
                 Diana permanece en la misma posición, boca abajo y extendida sobre la arena; aunque un ligero cambio se ha notado en su postura. Ha enterrado los codos en la arena, y su columna vertebral se ha arqueado llamativamente. Este elemental gesto subraya su anatomía. Las nalgas son ahora un perfecto promontorio a la orilla de la mar. Álvaro no desaprovecha esta oportunidad para ampliar su espectro visual. Los deseos se multiplican y las ganas se desbordan en la cúspide de su glande, porque no hay nada tan convincente como una buena maquinación.
                 ¿Realmente Diana desea ser penetrada por el ano? Posiblemente sí, pero no con todas sus consecuencias; o posiblemente no, pero le gustaría probarlo sin que la piel y el conducto anal se expandan demasiado; lo que llamaríamos comúnmente disfrutar con las justas y necesarias molestias. Que el riesgo no sea mayor que el premio a obtener. Lo nuevo excita, provoca los sentidos, los libera, los manipula, permitiéndole a nuestra imaginación una independencia “enajenadora”.
                 No era la primera vez que elegían esta postura, aunque en realidad en ambas ocasiones el seleccionador había sido Álvaro, lógicamente, con el apoyo de Diana que está dispuesta a cualquier intervención si llega por parte de su amado. Esa primera vez lo intentaron con demasiadas ansias, y las pretensiones se quedaron en la antesala, no pasaron más allá de los umbrales. Por variados motivos no aconteció. Diana jadeó en esa ocasión, y Álvaro lo interpretó como un síntoma de placentera “enajenación” e intensificó sus esfuerzos. Craso error.
                 Ante una situación desconocida nuestras defensas se ponen en alerta. Los músculos se tonifican y las remembranzas actúan sin piedad. Esa primera impresión es fundamental para una armoniosa continuidad, y es la que debemos intuir, sobre todo si somos el contrario, la mitad del todo. Y Álvaro no la tuvo en cuenta, continuó y continuó; eso sí, con los necesarios esmeros que él sabe infringirle a estas cosas. Penetró a Diana hasta eyacular. Con el rose, aunque no fue prolongado, el ano de Diana terminó por aumentar de diámetro. Ella intuía que aquella “manera” de practicar el sexo acabaría gustándole si las condiciones mejoraban; pero ya sabemos que Álvaro no tuvo la paciencia y la cortesía que se debe poseer en estas anónimas situaciones, y ocurrió lo que él mismo no deseaba que ocurriese tan prontamente, porque el mutuo y compartido placer se perpetua cuando ambos van de la mano; en el interior de la joven se produjo una explosión.   
                 La sorpresa llegó cuando Álvaro intento extraer el adormilado pene del ano de Diana. --¡Aquí se esconde el placer!-- Expresó la joven para sus adentros. Ahora no deseaba perderlo, le apetecía que esa parte de su amado permaneciese por siempre en su cavidad. --¡Es una sensación extraña, no del todo agradable pero sumamente familiar! ¡Es como sí……!-- Se cuestionaba Diana intentando retener a su amado por las nalgas. Al parecer los manojos de contradicciones alimentan nuestro morbo y nos hacen sentir extraños ante nosotros mismos. ¿Qué se puede esperar entonces del otro?

           Eso fue lo sucedido la primera vez, ahora, es bien diferente, los anteriores errores serán subsanados, dando paso a nuevos y lamentables errores que irán ampliando nuestro listado. ¿Pero qué seríamos nosotros sin esos exquisitos errores? ¿No seríamos humanos? ¡Uhmm……., habría que pensárselo!

Continuará..........................................................

No hay comentarios:

Publicar un comentario