"LA VIDA SECRETA E ÍNTIMA DE AGAPITO MORALES"
EPISODIO
--- 1 ---
Mi nombre es Agapito Morales y Morales,
y desde que nací, mi vida íntima ha estado en boca de todos. Llegué a este
mundo para finales del mes de marzo, del año mil novecientos sesenta, en un
pequeño pero pintoresco burdel a las afueras de la comarca de Bumel. Mi madre, siendo
muy joven, no quiso escuchar a la razón, y por amor, cruzó el atlántico siguiendo
los pasos de un veterano oficial Turco. Lo dejó todo y marchó a lo desconocido.
Su único equipaje era la pasión que sentía por el hombre uniformado. Su único
capital, su cuerpo. Pensó que el amor estaba por encima de todo, pero no fue
así. El amor duró lo justo, lo que tenía que durar; el tiempo necesario hasta
que su vientre comenzó a tomar forma de globo terráqueo. Fue cuando el oficial
pensó que era hora de terminar con la paz y declarar la guerra. Una mañana al
despertar mi madre, se encontró una nota del oficial Turco sobre su cama. Le
comunicaba que marchaba al frente. El oficial se perdió para no ser testigo de
lo que estaba por llegar, y mi madre
quedó sola y con una vida en las entrañas. Mi madre nunca supo la batalla que
debía librar, y a las pocas semanas de continuos lamentos abortó. Entonces pensó
que era hora de dejar Turquía y regresar a donde nunca debía de haber partido. Llegó
a Bumel y comenzó una nueva vida, con un negocio propio y muy personal. Mi
madre aliviaba las tensiones del día a día de sus clientes. Utilizaba sus
cualidades profesionales para relajar el alma y el cuerpo de todos los que
pasaban por “La pequeña Bumel”. Así bautizó mi madre su negocio, en honor al
pueblo que la acogió, y que de cierta forma, parte de la población estaba muy
agradecida con sus servicios.
Por estos años nací yo, pero mi
madre siempre negó que fuera hijo del oficial turco, por este episodio que les
he contado. La historia del aborto, y de mi padre fantasma, no me ha dejado dormir
desde que comencé con mis primeras preguntas. Según mi madre, mi padre, de
apellido Morales, llegó una noche a “La pequeña Bumel”, cinco minutos antes de
cerrar el local. Buscaba ayuda urgente, y se quedó hasta el amanecer, cuando
los primeros rayos de luz se asomaban por el horizonte. Después de recibir la
terapia, que por vez primera se extendió como nunca, jamás volvió por el
negocio. Eso me contó mi madre, pero algo me dice, que la verdad está algo más
oculta.
No es que mi madre me haya
contado poco, es que mi pasado consta de una sola versión, una historia fuera
del común de los sentidos. Una historia íntima. Por algún motivo desconocido
por mí, se ha mantenido en secreto. Ahora haré lo imposible, por conocer la
verdad de mis orígenes. Tengo en mi cabeza, cada una de las imágenes de
aquellos momentos en “La pequeña Bumel”. Horas y más horas atisbando detrás de
la puerta, viendo como mi madre realizaba con arte su trabajo. Todos estos
recuerdos vividos durante muchos años, más lo que pueda investigar en el
presente, serán de gran valor para conocer la verdad sobre mi vida. ¿Quién fue
mi padre? Soy Morales y Morales, por mi padre y mi madre. Casualmente, el
segundo apellido de mi madre es Morales. ¡¡Comienza la búsqueda!!
EPISODIO
---2---
Por aquellos años, Bumel estaba en pleno florecimiento. Aunque sus habitantes
no pasaban del millar, las calles estaban repletas de visitantes que llegaban
continuamente desde los rincones más insospechados del planeta. Muchos hacían
escala en Bumel para pernoctar y tomar provisiones antes de continuar el
viaje. Se detenían solamente una o dos noches; pero la mayoría de ellos jamás
partieron, y sus vidas se detuvieron por siempre en Bumel. Quedaron fascinados
al probar los encantos de la pequeña Bumel. Otros, a sabiendas del
tráfico de personas y el comercio de cosas no del todo legales, pensaron que
tendrían una oportunidad para enriquecerse en estas calles, que se mostraban
abiertas y comprensivas con todos los forasteros. Naturalmente que no lo
pensaron por segunda vez, y comenzaron su cruzada a todo lo largo y ancho de la
comarca.
Llegaron comerciantes arruinados con la esperanza de encontrar una salida a su
malograda vida. Acudieron traficantes de poca monta que esperaban encontrar en
Bumel el paraíso soñado para desarrollar sus pensamientos especulativos y
hacer un buen capital con sus géneros. Soñadores, poetas, y
filósofos, en busca de cantidad y variedad humana para que el espíritu y el
alma se inspiren de una vez y por todas. Amantes despechados, asesinos no
confesos, rateros olvidados en calles sin nombres, mutilados de guerras
perdidas. Un sin fin de viajeros incansables en busca de un pretexto para
permanecer y echar raíces en cualquier trozo de tierra que los acoja, por si el
destino decide que la partida ha terminado. Charlatanes, curanderos,
adivinadores, y creadores de pócimas milagrosas que mantienen los pensamientos
despejados, y las carnes perpetuas. Científicos olvidados, profetas no
aclamados, brujas arcaicas y brujas renovadas. ¡Jueces sin procesos, pero
con talento necesario para imponer el reglamento! Saltimbanqui, soñadores,
artista, creadores en general en busca de inspiración, y otros en espera
de ser reconocidos. También se dejaron ver por aquellos años, militares,
jóvenes y añejos militares, que exhibían sus medallas con altivez ante los ojos
de los infelices civiles. ¡Militares de conciencia, pero de conciencia torcida!
En resumidas, hombres y mujeres, que en la distancia le llegó de oídas, que en
una pequeña comarca de un lejano país, el mundo giraba en otra revolución.
Y por estos años, algunos más, o algunos menos, llegó por
segunda ocasión mi madre a Bumel. Trajo consigo sus penas, sus rencores, y
su eterna soledad. También llevó consigo un plan. En su cabeza, una idea le
venía dando vueltas desde que la abandonó el militar turco y se quedó sola.
Tomó la simple decisión de dejar Turquía, porque los buenos momentos
habían partido, y no esperaba un milagro. Todo estaba bien claro, la relación
estaba terminada, y sus ilusiones habían saltado en mil pedazos por los aires.
Fue entonces cuando pensó en tomar alguna venganza, pero no una simple
venganza. Su idea estaba diseñada pensando en una escala mucho mayor.
Abrir un negocio que le reportara estabilidad económica, para no depender
nunca más de ningún otro hombre, y para demostrarse a sí misma, que no todo
estaba perdido, y que su vida merecía una segunda oportunidad.
Todo esto que les cuento me lo contó mi madre cuando comenzaron mis dudas y el
largo listado de preguntas intencionadas. Por mi madre supe que mi padre no era
el oficial turco, pero también descubrí que en su mente aún permanecía esos
lastimeros años que viajaron con ella hasta Bumel. El pensamiento de mi madre,
aunque no lo quería reconocer, se centraba en la venganza por todo el dolor
vivido. ¡Mi madre y el militar, se prometieron amor perpetuo, pero también se
juraron, que ninguno de los dos dejaría al otro por nada de este mundo! Y al
pasar lo que no debía pasar, la mente de mi madre comenzó a trabajar
desaforadamente, y fue cuando ideó un plan dirigido únicamente al dispositivo
de poder masculino, al falo. Ese mismo falo que la dejó sin sentido y
transportó por valles y montañas desconocidas hasta ahora por ella. Al falo que
amó y acunó entre sus piernas en las largas noches de lujuria. Pero también al
falo, que sin avisar, se marchó un día con la cabeza baja y sin mirar atrás.
Mi madre sabía lo que hacía, y aunque no lo parezca, cada detalle por muy
pequeño que se muestre, lo había estudiado hasta la perfección. Estaba
convencida de su venganza, y nada ni nadie la harían cambiar. ¡Se repetía una y
otra vez, que las promesas están para cumplirse, y en esta ocasión, ella
velaría porque así fuera! ¡Su plan estaba en marcha, había comenzado! Ahora
nada más le faltaba encontrar el instrumento de enlace con su objetivo.
¿Cómo poder reunir la mayor cantidad de falos sin voluntad, descarriados y
prepotentes sin tener que ir a por ellos? Después de mucho pensarlo, se le
ocurrió lo que ella llama, “la venganza retributiva” ¡Una casa de
adiestramiento fálico con recompensa en metálico! Bumel no sabía que su nombre
dejaría la pequeña y provinciana comarca para atravesar fronteras y mares, para
ser repetido hasta el aburrimiento. Los que llegaban a Bumel de paso, jamás
partieron, se quedaron hasta que sus huesos se mezclaron con el viento.
¡Por todo esto y mucho más, mi nombre, Agapito Morales y Morales está en
boca de todos; porque mi madre, un día determinado, abrió “La pequeña
Bumel”!
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