domingo, 24 de febrero de 2013

EPISODIO DEL 4 AL 6


                                      
    "LA VIDA SECRETA E ÍNTIMA DE AGAPITO MORALES"
                                   EPISODIO
                                          -- 4 --
                  Sin estar cercano en el tiempo y el espacio, el maltrecho pueblo daba la impresión de un descompuesto set del lejano oeste americano, cuando las películas se filmaban en blanco y negro, con un amplio terraplén polvoriento, en el que se podían ver matojos rodando sin sentido de un lado a otro. En cualquier momento se podía esperar un tropel de caballos desbocados con sus cowboys belicosos desenfundando los revólveres de cañón largo. Fue lo que me contó mi madre, que su imaginación poseía un caudal inextinguible.
                 La robusta mujer con sus pies ligeros, llevó a mi madre a marcha forzada hasta su casa. En realidad, no existía mucha diferencia entre su vivienda y la “Posa a d  l s cuaTros esq inas”, ambas estaban destruidas. Todo, las calles, las esquinas, las paredes, y hasta la fornida señora, daban la impresión de estar en ruinas y en una desolación total; pero mi madre no tenía cabeza para pensar en otra cosa que no fuera un baño, y una cómoda cama para dejar su cuerpo al olvido. Al fin había llegado a Bumel, y ahora su objetivo no era otro que la recompensa de un sueño profundo. ¡Mañana será otro día, y las ideas serán más claras aún! Fue lo que pensó.
                 Lo primero que entró por la puerta fue la maleta de mi madre, que con una certera puntería, la señora robusta la lanzó al interior.
__ ¡Hemos llegado! ¡Ahora, ésta también es su casa señorita, señorita… ……..!
__ ¡Perdón, mi nombre es………!— y se quedó en blanco.
                 No sabía el porqué, pero mi madre decidió llamarse de otra manera. Pensó que debía estrenar un nombre a la altura de su nueva vida, porque estaba segura, que a partir de ahora nada sería igual. ¡Si, una mujer de negocio debe llevar un nombre acorde a la actividad que va a realizar!
__ ¡Me llamo! ¡Todos me llaman “Dulce Ángel de Morales”, pero usted llámame simplemente Ángel!
__ ¡Fue lo que pensé cuando la vi echada en el sofá! ¡Un Ángel…..llegado o caído del cielo! ¡Un bello Ángel!
__ ¡Ahora simplemente soy una mujer que necesita un baño!
__ ¡Claro, claro, venga conmigo! ¡Esta como verá usted no es una casa de lujos, pero es cómoda y muy amplia! ¡Mi hijo y yo no necesitamos nada más para vivir decentemente! ¡Por lo demás, en este pueblo nos conocemos todos y los trapos sucios no se ocultan, se airean en la plaza del pueblo! ¡Es una broma señorita Ángel!
__ ¿Dónde está su hijo?
__ ¡Debe estar por ahí, seguramente está en su cuarto, pasa mucho tiempo en él! ¡El pobre, es joven y en este pueblo todas las mozas están pescadas! ¡Cómo no sea…………que se marche a otro pueblo o a la capital de la comarca lo tiene muy negro para hacer familia! –la señora no poseía pelos en la lengua, y como mismo pensaba así mismo se expresaba.
__ ¿Cómo se llama?—preguntó mi madre.
__ ¡Fornicio! ¡Fornicio Estrada……..y Rodeiro, porque el pobrecito tiene madre! ¡No tiene padre pero madre sí! – hablaba mientras atravesaba el largo pasillo.
__ ¿Y usted?
__ ¿Yo? ¡Mis padres murieron hace………….!
__ ¡No! ¡Le pregunto por su nombre! ¿Cómo se llama?—le dijo mi madre con formalidad.
__ ¡Claro! ¡Es usted una bromista, me ha pillado! ¡Adolfina Rodeiro Mustigan! ¡Mi nombre y mis apellidos señorita Ángel son únicamente estos, no tengo otros! ¡Ya le contaré mi vida de verdad! ¡Éste es el baño, ahora le traigo una toalla, el jabón está en la poceta que ve allí, y el agua fresca, porque es muy fresca, en este bidón de madera! ¡Fuera los trapos! ¡Fuera, desnúdese, ahora le traigo la toalla, y me llevo sus ropas para lavarlas! – y dándole la espalda a mi madre se marchó.
                 ¡La señora Adolfina tenía razón, fuera las ropas! Cuando mi madre buscó la puerta del baño para cerrarla, se dio cuenta, que esto era un mito. En esta casa la privacidad estaba ausente en todos los sentidos. Los tabiques que dividían las habitaciones eran de madera, con los tablones torcidos e inflados por los años. La madera seguramente tendrá mil historias por contar, pensó, pero ahora no era el momento y respiró profundamente. Mi madre tuvo la impresión de estar dentro de un inmenso barril de vino, y ella era la única uva que en un instante estaría flotando en el líquido fresco, muy fresco, como dijo la señora Adolfina.
                 Llevaba un vestido enterizo con botonaduras a todo lo largo del mismo, muchos botones que en este instante hacían más agotadora esta acción de desnudarse. Uno a uno los fue liberando del ojal, hasta sentirse relajada. Dejó el vestido sobre una silla, lógicamente de madera, como la mayoría de las cosas en esta casa, y fue en busca del cierre del sujetador que mantenía sus pechos oprimidos. Se le había formado una marca muy intensa por todo el contorno, en los pliegues, en el nacimiento, y debajo de sus pechos, pero ahora no importaba, las carnes nuevamente respiraban. Se sentía tan bien, que se bajó las bragas de prisa, y de un salto se las quitó. Estaba completamente desnuda, como llego al mundo, pero con sus atributos desarrollados y bien formados. Mi madre poseía, y aún posee, unas líneas armoniosas junto con una piel tersa y deslizante. Una gota de agua corre por el cuerpo de mi madre, y solamente se detiene cuando se encuentra con la voluptuosidad de sus pechos, o las altas montañas de sus caderas. Un vientre firme que termina en un monte con muchos relieves y con una vegetación virgen pero bien cuidada, junto a un trasero redondo y sólido como un melocotón bien torneado, hacen en su totalidad un conjunto apetecible para la vista. ¡Y fue lo que sintió mi madre cuando se inclinó para alcanzar el jabón que estaba en la poceta! ¡Una mirada que descansaba en su nuca!

                                       EPISODIO
                                           -- 5 --
                     La mirada la sintió en la nuca, pero más evidente fue el jadeo que escuchó entre los tablones torcidos. Un soplo fuerte de aire caliente entró de golpe por uno de los resquicios de la madera y fue a dar justo a su espalda. Mi madre supo que no estaba sola, que del otro lado de la endeble pared había una persona que por su jadeo, padecía del corazón o estaba muy excitada. Se decantó por la segunda, era lo que le sugería su intuición. ¿Puede que sea la señora Adolfina que me espía con alguna intención lasciva? Fue lo que pensó mi madre al sentir la agitada respiración tras de sí, pero enseguida se dio cuenta que no podía ser. Le pareció poco probable que una mujer emitiera estos bufidos con tanto brío. Por otra parte la señora Adolfina tenía una cierta edad no muy favorable para estos juegos acrobáticos y de espías.
                 Con las dos manos comenzó hacer una enjabonadura en condiciones, sin prisas, porque el largo viaje había agotado sus energías, y su cuerpo le pedía un baño que la relajara de los pies a la cabeza. Su intención era comenzar por la cara, que entre el polvo del camino y los sudores copiosos, habían formado en los poros una capa desagradable de inmundicia. Se frotó la cara con las manos y la vida le volvió al cuerpo. Por un momento olvidó la pesada mirada y el continuo lamento que llegaba del otro lado de la pared. Tomó un balde llenó de agua y lo lanzo sin ningún miramiento desde lo alto de su cabeza. Una sensación casi olvidada cuando sintió la humedad por toda su piel. Dejó que los párpados cayeran por su peso, y se dio cuenta que la cascada que se deslizó por toda su anatomía no fue suficiente, que necesitaba mucho más líquido. No lo pensó, y se metió completamente dentro del depósito de agua, el deteriorado tonel que estaba en el centro del baño. El cielo se le hizo realidad cuando se sumergió en él. Mi madre me contó que la sensación que sintió fue indescriptible para expresarla con palabras, posiblemente única. Desde la toma de decisión, la partida, el largo y tortuoso viaje, hasta el encuentro con la señora Adolfina, su vida de alguna forma sufrió un cambio, aunque el tiempo no fuera excesivamente dilatado.
                 El estrecho tonel de madera fue para mi madre un océano cálido y profundo, donde se dejó llevar sin importarle las consecuencias de su profundidad. Con sus manos se apoyó sobre el borde, y tomando impulso giraba y giraba en un sentido y en el otro. Sintió su cuerpo verdaderamente desnudo, libre, sin importarle nada más, solamente este pequeño instante que se le antojaba eterno. Disfrutó como no lo hizo cuando era pequeña, porque la etapa de las fantasías y los juegos fue pasada por alto, se borró en su infancia.
                 Se entregó tanto al juego, que en uno de los giros, dio con la pared que la espiaba. Y entre la separación de la madera vio unos ojos verdes que jamás olvidó. No era Adolfina, ahora estaba segura. Eran unos ojos tan insistentes, que en ningún momento llegaron a parpadear. La primera reacción de mi madre fue mantener la apariencia de “aquí no ha pasado nada” y  de que nada había visto, pero solamente se engañaba a sí misma. Estuvo uno instante largo contemplando los claros ojos. Pasado algunos segundos o tal vez minutos, no se supo quién espiaba a quién, y de qué lado del tabique estaba el insistente observador.
                 Cuando mi madre hizo el intento de girar la cabeza, para regresar a su tranquilo océano, ahora de aguas no profundas y terminar con su baño, la mirada se esfumó de los torcidos tablones sin dar explicación. Mi madre intentó retomar el fluido visual, pero no tuvo éxito. En toda la pared, arriba, de bajo, en las esquinas, en el siguiente tabique, y en los otros tres, los ojos verdes dejaron de estar presente. Pensó que el baño era suficiente. Salió de la cuba y fue en busca de sus ropas, o de alguna toalla para secar su cuerpo, pero no encontró tejido alguno. Entonces recordó, que la señora Adolfina se había llevado sus prendas para lavarlas, y que más tarde regresaría con una toalla. No le quedaba otra cosa que esperar, pero ahora no estaba relajada, sabía que unos ojos intranquilos la estaban observando posiblemente ocultos en alguna grieta. Sintió pudor como nunca. Apoyó su culo contra la cuba de madera, y con sus brazos cruzados tapó sus pechos, y con una de sus manos su pubis. Levantó la cabeza, y puso la mirada en la pared, donde descubrió los ojos verdes. Y se quedó simplemente esperando.

__ ¡Señorita, tome esta toalla y estas prendas! ¡Mi madre me dijo que se las trajera!--- lo dijo de espaldas sin mirar al interior. Simplemente estiró su largo brazo hasta pasar el umbral de la puerta --- ¡Tómelas señorita, tengo cosas que hacer!
__ ¡Usted es……………!--- dijo mi madre a la vez que tomaba la toalla y las ropas.
__ ¡Soy el hijo de Adolfina! ¡Mi nombre es Fornicio Estrada! ¡Fornicio Estrada y Rodeiro!
__ ¡Gracias, muchas gracias Fornicio!--- dijo mi madre terminando de vestirse a toda prisa.
__ ¿Por qué?
__ ¡Por las ropas!--- contestó mi madre.
__ ¡Todo ha sido idea de mi madre! --- mientras hablaba se dio la vuelta hasta encontrarse con los ojos de mi madre-- ¡Siempre encuentra la forma de interrumpirme cuando estoy ocupado en mis cosas! ¡Va de un lado a otro y me desconcentra, pero con mi madre no hay ningún remedio! ¡Es así!
__ ¿Tiene usted los ojos verdes?
__ ¡Sí, desde que nací!--- contestó Fornicio Estrada Rodeiro.
                   
                 La cuba de madera, que aún hoy existe, tiene mucha historia, al igual que mi pasado familiar. En esta cuba un día descubrí, al ver mi reflejo en el agua, que mis ojos eran claros.     
             
                                          EPISODIO
                                             --  6  --
                    Fornicio Estrada Rodeiro junto al oficial Turco, engrosaron la larga lista de los posibles sospechosos. Cualquiera de los dos encajaba en el perfil que me llevaría a descubrir la verdad sobre mi posible progenitor. Para mi madre  cualquier candidato paterno que surgiera pasaba automáticamente a ser negado sin contemplación, y la razón que me daba no saciaba mi sed. Morales era mi padre, por versión de mi madre, pero este señor Morales no era más que un espectro en Bumel. A cualquier persona que se le preguntase por Morales, la respuesta era una sola, no sabemos quién es. De cualquier forma,  yo seguía buscaba alguna razón para al menos fundamentar mi sospecha; pero el camino no se mostraba despejado, el mínimo indicio se aferraba con fuerzas para no salir a la luz. Nada me importaba, quería saber quién era mi padre, y para ello, debía seguir  buscando sin desfallecer. La única y compleja dificultad, todos mantenían la boca cerrado respecto al pasado. ¿Morales no existía, o será que mi madre cuando llegó a Bumel se trajo algo más que una maleta?
                Fornicio Estrada Rodeiro como mismo apareció por una de las hendiduras del cuarto de baño con su penetrante ojo verde, desapareció por la puerta sin decir palabra. Mi madre después de conocer al portador del ojo que la observaba mientras relajaba su cuerpo en aguas mansas, se sintió segura, y pensó, que su vida posiblemente comenzaba a cambiar; que la decisión que había tomado,  no era errada. No sabe si fue la amabilidad de la señora Adolfina, junto al aplastante silencio que sintió al entrar en el pueblo, y al agua fresca que bañó su cuerpo adolecido y polvoriento lo que calmó sus dudas; pero mi madre estaba feliz. El famoso ojo que se presentó sin avisar quizás fue el motivo más poderoso.
                 Mi madre estaba lista para entrar de lleno en los negocios. No le gustaba dejar enfriar las cosas y quería saber si las palabras de la señora Adolfina eran serias, que no le había tomado el pelo con la proposición de mi madre de comprar el ruinoso hotel. Antes pensó, que lo mejor sería pasar nuevamente por la posada para tener una visión más relajada de sus intenciones. Esta decisión implicaba mucho riesgo en la vida de mi madre. Todos sus ahorros estaban en juego, y si por cualquier motivo fracasaba, esta vez quedaría sola y desnuda, y su voluntad no sería la misma. Pero le movía  la rabia y la curiosidad. Estaba segura en su propósito y sabía que lo podría lograr.
                 Salió a la calle en busca del ruinoso hotel. El pequeño pueblo presentaba otro color. Por un momento pensó que no era el mismo, que estaba diferente, inclusive lo vio más grande y majestuoso. Ahora las construcciones se les revelaban despejadas y con una luz transparente y limpia. Las calles seguían siendo estrechas pero armónicas, con un gusto algo especial en las esquinas. Mi madre sonrió y se puso en marcha por la primera calle que encontró en su camino. No le importaba si por ella llegaba al hotel, sabía que en algún instante todos los puntos se encontrarían. Ahora lo que deseaba era caminar y mirar sin prisas a Bumel.
                 Al final se encontró con un recodo y le pareció familiar. Recordó que del otro lado estaba la plaza, y en una de sus bocacalles la “Posa a d  l s cuaTros esq inas”. Al llegar se encontró no solo con la posada, los bumielenses al parecer la esperaban como agua de mayo

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