EL HOMBRE DE LAS TRES R.
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Vivo lejos de la civilización,
y en contadas ocasiones añoro las construcciones verticales de hormigón, las
miles de personas que se mueven en todas direcciones como hormigas locas en
busca de alimentos, la mezcla de sonidos que embotan los sentidos, el claxon de
los automóviles demostrando su poderío metálico, los anuncios de colores que te
golpean la cara al menor descuido, y toda la modernidad concentrada en una
ciudad cosmopolita; solamente en determinados momentos, acudo a la ciudad para
encontrar una presa.
Soy un ser extremadamente
curioso que estudia el comportamiento de los seres vivos. ¡No solamente la raza
humana, me deleito con la observación del mundo animal y vegetal! Posiblemente
sea un ermitaño no confesado que se mueve al ritmo de los impulsos cerebrales;
pero por encima de todo, soy una buena persona. ¡Creo que mejor sería que se lo
preguntaran a las personas que he amado, protegido, y ayudado a liberarse de
las ataduras convencionales! ¡Poco a poco conocerán de mí, espero que no se
arrepientan al entrar en mi vida privada!
Me llamo Raymond Rodney Rose, nací
según mis padres en la Gran Bretaña, pero de niño fui llevado a una de las islas
del océano pacífico llamada Atafu, donde
vivían los tíos de mi madre para ser educado por ellos. ¡Un matrimonio
encantador de científicos dedicados a la investigación las veinticuatro horas
del día, y doce horas más! La razón que motivó este cambio de progenitores no
lo supe muchos años más tarde, cuando decidí alzar el vuelo para hacer mi vida.
Les pedí explicación a mis tíos, porque siempre supe que eran mis tíos, y me la
proporcionaron con el más mínimo detalle, y con el mayor amor que sentían por
mí.
En realidad nací en un país
sólido, me crié en una isla exuberante, viví parte de mi juventud viajando por
todos los continentes establecidos, y me quedé hasta ahora, en una montaña
desconocida por la mayoría. ¡Digo desconocida, porque cada día me sorprende al
amanecer, y pienso que hace bien poco llegué a su ladera! ¡También desconocida
para las personas que traslado hasta aquí por sorpresa! ¡Muy sorprendidas! ¡Cuándo este lugar no me sorprenda, tomaré
mis maletas y pondré los píes en dirección a lo desconocido una vez más!
Tengo treinta y tres años como
cristo cuando lo condujeron a la cruz. Soy alto, con una constitución formada a
base de largos por todo el pacífico. ¡Soy un excelente nadador de mar abierto!
Mi pelo es de color castaño claro, bronceado por el sol, al igual que mi piel.
Mi nariz es más bien afinada pero torneada en todo su recorrido. Los ojos profundos
y de un gris claro e intenso. Tengo unos labios carnosos y bien proporcionados,
con un marcado color carmesí en toda su extensión. ¡Me gusta disfrutar de los
momentos intensos del día y de la noche!
De niño tuve una educación
amplia. Las ciencias, el conocimiento de los fenómenos naturales y
extrasensoriales, la contemplación de la naturaleza, las artes en toda su
expresión, ritos y culturas ancestrales, meditación, preparación del cuerpo, y
la aplicación de la mente en cada espacio de la vida. A esto le sumamos todo lo
que descubrí en mis viajes por variadas tierras, los esfuerzos, y sacrificios
para poder continuar el mayor tiempo posible.
¡Mi vida no ha sido nada fácil! ¡Mis padres no estuvieron en ella, y mis
tíos me dieron únicamente el conocimiento para poder continuar! Cuando partí,
lo hice con una muda de ropa, mis brazos, y la enseñanza que recibí con
verdadera entrega. ¡Esto fue mi herencia para ponerme en camino, lo que vendría
después, dependía de mi intuición y trabajo!
-- 2 --
Cualquier comienzo es complicado, primeramente porque no se sabe para dónde
tomar cuando se decide partir. En mi caso, como vivía en una isla, la primera
decisión consistía en dirigirme a un territorio algo más amplio de lo que hasta
ahora pisaban mis zapatos, y dentro de ellos mis pies como parte de mi cuerpo.
Aunque había estudiado a fondo la geografía, en la mente no tenía un favorito.
¡Me daba lo mismo el país por visitar, deseaba enfrentarme al mundo, para ver y
tocar a los que estaban sobre él! ¡Hacía mucho tiempo que la necesidad de un
contacto íntimo me rondaba por la cabeza y los pensamientos! ¡Había dejado de
ser un niño, me sentía un hombre con poco espacio y con un mundo interno
desbordado de fantasías por experimentar! ¡Estaba atrapado en el tiempo!
¡Demasiados conocimientos embotaron los sentidos! ¡Era el momento de poner la
ilustración al servicio de la práctica! Sentí la necesidad absoluta por
descubrir las cosas más ínfimas y vitales de la conducta humana; su relación
corporal, el dolor, la pasión, el concepto amor, la muerte, la venganza, la
felicidad, que hasta este instante que les cuento no sé la extensión de su
poder. Un sinfín de sentimientos y emociones que intuyo pero que no he
experimentado en todos estos años. ¡Posiblemente fue el motivo fundamental para
partir de la isla sin rumbo fijo!
¡Sinceramente me sentía un inepto desconocedor de la humanidad! Rodeado
de palabras, metáforas, conceptos, meditaciones no aplicadas, de creencias
dispersas en recetas de antiguos hechiceros, de contemplar la reproducción y el
milagro de la vida a través de los libros, y aceptarlo sin ser su protagonista.
¡Estaba ansioso por encontrar las motivaciones ocultas en el interior de cada
cuerpo, y como un experto cirujano discernir cada sentimiento y clasificarlo
por su género y nivel de bondad o perversidad! ¡Tenía un presentimiento que me
acompañaba durante el día y en las largas noches de estudio! ¡Este
presentimiento me decía que llegaría muy lejos en el conocimiento de la
humanidad!
-- 3 –
En
Atafu encontré el camino a la contemplación de la vida en todos sus exponentes.
Sobre la diminuta isla mis tíos y yo éramos los únicos moradores que se
movían en libertad por todo el territorio. Ellos estaban gran parte del día en
sus investigaciones, y en la noche, se encerraban en el laboratorio que estaba
a unos cien metros de la casa principal, en una dependencia majestuosa y amplia
al estilo isabelino. En esta época que les cuento, tenía unos siete años de
edad o poco más cuando llegué a la isla. Mi tío en sus años de juventud, era un
neuro-psiquiatra aburrido en uno de los hospitales clínico de Londres, que en las
horas perdidas trabajaba en sus proyectos personales. Había estudiado genética
molecular y se encontraba en la investigación de los procesos neuronales de
varias especies seleccionadas después de muchos años de investigación.
¡Sinceramente nunca pude saber cuáles eran los ejemplares que estudiaba!
La esposa de mi tío Elvin, la tía Chelsey, es una elegante señora de cuerpo
frágil pero esbelto, que su imagen entraba en contradicción con la labor que
desempeñaba como científica. Me hizo sentir en todo momento que yo era su hijo
y ella mi madre. Chelsey estudió en la universidad de Cambridge medicina
forense, y alrededor de una década más tarde se especializó en psiquiatría, su
verdadera pasión.
La tía Chelsey sabía que mi madre estaba buscando una familia que pudiera
adoptar a un bebe que muy pronto quedaría en la calle sin amparo. Sin
consultarlo con mi tío Elvin dijo que sí, que tanto ella como su esposo, se
harían cargo del pequeño Raymond Rodney Rose, el que les habla. De esta manera
comenzó mi andadura por una isla perdida del pacífico entre dos investigadores
apasionados.
¡El tío Elvin es un hombre de pocas palabras, sus actos los ratifica con
hechos! ¡Utiliza gestos diarios que confirman que estás en buenas manos y que
puedes confiar en él! Su mundo se centra únicamente en la indagación. Los dos
juraron fidelidad a la ciencia y al amor que sentía desde muy jóvenes. ¡Se
casaron, y comenzó la andadura complicada para lograr un modesto laboratorio
donde pudieran trabajar sin presión y aplicar sus apuntes, que no eran más que
teorías sin confirmar! Siempre decían que su fuerza radicaba en la pasión que
sentía el uno por el otro. Los dos trabajaban hasta el agotamiento día y noche,
sin pensar en nada más; pero vivían cada espacio de tiempo con intensidad.
Cuando se hicieron cargo de mí, pasaban holgadamente de los cuarenta años de
edad; pero si te quedabas mirándoles a los ojos, percibías en sus miradas a dos
adolescentes alocados.
¡Nada de esto pasó de largo! Tomé lo mejor de cada uno, y ellos hicieron de mí,
el hijo que no pudieron tener a lo largo de estos años. Posiblemente me
moldearon a su semejanza, y estructuraron mi mente con sutileza para reafirmar
las teorías reveladas en las agotadoras sesiones de laboratorio, y que en algún
sentido debían exponer a la luz del día. ¡Más tarde supe que fui para ellos
algo más que un hijo!
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