"LA VIDA SECRETA E ÍNTIMA DE AGAPITO MORALES"
EPISODIO
-- 7 --
¿Quién habrá corrido la voz de la llegada de una forastera? ¡Las calles no
estaban desiertas como la primera vez que hizo su entrada! La aparición de mi
madre al pueblo causo el mismo efecto de una troupe en gira. Estaban deseosos
por saber quién era la misteriosa mujer que les vino a visitar. Aunque el
sentido real del apelotonamiento en la plaza no era otro que observarla de
cerca, y examinarla de arriba a bajo; con lujo de detalles. Estos
acontecimientos no eran comunes en Bumel y no se podían desaprovechar. En
principio la reacción de los bumielenses fue molesta para mi madre, que no
estaba acostumbrada a ser el centro de las miradas; pero pensando en el
negocio, comprendió que esta sería la mejor publicidad para su posada. ¡Mi
madre no se equivocaba!
En las escaleras que da paso a la posada estaba la señora Adolfina con su hijo
Fornicio. Al parecer esperaban a mi madre para darle la bienvenida pública. Una
sorpresa más que no esperaba. Fornicio Estrada Rodeiro llevaba en la mano un
manojo de flores silvestres envueltas en papel de traza. El ramillete estaba
compuesto por hierbas, matojos, botones sin abrir, y medio campo que se trajo
consigo; pero a mi madre le gustó. ¡Nunca recibió flores del oficial Turco,
solamente sexo; y esto más que un detalle, es un mar de esperanzas! ¡Una
lágrima sin control rodó por la mejilla de mi madre!
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¡No se quede como una estaca! ¡Señorita Ángel suba! ¡La estamos esperando como
agua de Mayo! –Fueron las palabras de la señora Adolfina.
Estaba
ruborizada. ¡Todas las miradas tenían un único objetivo, las escaleras, y sobre
ellas la misteriosa señorita Dulce Ángel de Morales; mi madre!
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¡Es otra con el baño! ¡No me equivoqué cuando la vi la primera vez! ¡Es un
Ángel que nos mandó el cielo! –Como siempre hablaba sin parar la señora
Adolfina-- ¡Fornicio, no te quedes como un tronco y dale las flores a la
señorita Ángel! ¡Él mismo la fue a cortar al campo! ¿No es verdad que son
hermosas?
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¡Muy hermosas! –contestó mi madre.
El
joven Fornicio sin moverse de su espacio estiró el brazo y le ofreció el manojo
de flores a la señorita Ángel.
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¡No seas soquete hombre y muévete! – Le dijo la señora Adolfina.
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¡Esta bien, yo las cojo! –Mi madre se acercó al brazo del joven y tomó las flores--
¡Gracias, son muy bonitas!
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¡No es nada! –Le contestó Fornicio-- ¡Son flores del campo!
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¡Lo importante es que son flores! ¡Las más hermosas que me han regalado! –Le
habló mi madre mirándole a los ojos.
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¡Ves hijo mío, así son los caballeros! ¡No importa sin son silvestres y están
tiradas en el campo! – Las palabras sabias de la señora Adolfina-- ¡Mi hijo es
un hombre de muchos detalles! ¡Antes de dormirme me da unos masajes en los pies
que me deja nueva! ¡Y no crea que estas cosas la hagan todos los hombres, no!
¡Mi difunto marido que en paz........!
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¡Mamá, la señorita Ángel está esperando!
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¡Es verdad hija mía, lo siento! ¡Cuando me pongo a hablar me vienen los
recuerdos y se amontonan en mi cabeza; pero solamente los malos recuerdos! ¡Una
mujer sola, porque yo he criado a este hijo sola........!
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¡Esto necesita algo de reforma! ¡Si es que sigue la oferta!
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¡Sigue en pie! ¡Adolfina tiene una sola palabra! ¡Espero lleguemos a un
acuerdo! ¡La parte económica no es importante pero hay que hacer las cosas como
dios manda! ¡Piense usted que.............!
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¡Señorita Ángel, yo me ocupo de los arreglos! ¡Si le parece bien a usted! – Le
dijo a mi madre el joven Fornicio.
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¡Me parece muy bien! --Contestó mi madre.
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¡Pasemos adentro que estaremos más tranquilos! ¡Para los negocios se necesita
algo de silencio! –habló con sabiduría la señora Adolfina.
EPISODIO
-- 8 –
Entraron a la posada y en pocos segundos la plaza se despejó. Ahora Dulce Ángel de Morales era una más de la pintoresca Bumel.
El trato se
selló con acuerdo para ambas partes. La señora Adolfina corrió con los gastos
del contrato legal. Mi madre firmó la transacción de arrendamiento y al
día siguiente comenzaron las obras para poner en pie la “Posa a d l s
cuaTros esq inas”; pero esta vez con el nombre de “La pequeña Bumel”.
Al pueblo llegaron obreros y maestros de obra dispuestos a encontrar una
oportunidad en lo que sería la rehabilitación más importante de la comarca. No
se sabe quien o quienes fueron los encargados de difundir la noticia, pero mi
madre contaba con una cuadrilla amplia para inaugurar en el menor tiempo
posible su negocio. Al frente de los trabajadores estaba Fornicio, y en la
sombra su madre Adolfina. Mi madre lo sabía, pero no le molestaba, estaba
segura que eran los mejores aliados.
La necesidad de trabajo de los hombres era algo dudosa, porque la mayoría
estaban dispuestos a realizar su labor sin retribución económica. La selección
la hizo Fornicio, y centenares de hombres que habían llegado de comarcas
lejanas, no estaban dispuestos a marcharse. ¡Deseaban quedarse simplemente por
un plato de comida! Mi madre comprendió que todo marchaba a las mil maravillas,
y que ella, era el motivo de esta reacción en masa. ¡Sabiéndolo, lo quiso
comprobar!
A las siete
de la mañana del día siguiente comenzó la faena, y mi madre fue la primera en
presentarse en la posada. Se puso una camiseta blanca de algodón y unos
pantalones cortos con lunares rojos. La camiseta y el pantalón quedaban
incrustados a la piel sin dejar oportunidad a la imaginación. Unas sandalias
rojas, que dejaban ver los pies blancos y frágiles de mi madre. Sobre la cabeza
un sombrero de verano de la época, y en los ojos, sus gafas de sol, que las
llevaba siempre que tenía una intención oculta. ¡Mi madre sabía como levantar
el ánimo en un día largo de labor!
La plaza estaba rodeada de hombres que pasaron la noche a cielo abierto en
espera de una oportunidad en la empresa que comenzaba. Todos se pusieron en pie
al paso de mi madre, con respeto y admiración. ¡La siguieron con la mirada! Por
un momento mi madre pensó en la apertura del negocio --¡Si estos fueran los
clientes, aquí hay trabajo para muchos días seguidos! ¡Esto marcha bien antes
de comenzar!-- y subió las escaleras.
Mi madre es una mujer de un encanto especial. Su belleza natural va de la mano
de la habilidad por dominar el espacio. Sin hablar de las cualidades físicas,
es una encantadora de almas descarriadas. Utiliza su voz, la mirada, los tonos,
las pausas y el aliento para modificar el comportamiento de los hombres. ¡Este
poder le valió de poco con el oficial Turco! Aunque pensándolo mejor, mi madre
siempre lo tuvo siempre bajo sus faldas, hasta que se cansó, y pasó lo que
tenía que pasar. ¡Es una historia muy larga que cuando llegue el momento se las
contaré! Mi madre es como la lluvia cuando cae sobre las plantas. La lluvia que
limpia y purifica, la lluvia que aclara y refresca la mente, la lluvia que
llega sin avisar y se marcha después de dejarlo todo mojado. ¡Es simplemente la
vida que necesita el campo para que las plantas florezcan! ¡Así es mi madre!
El estrecho tonel de madera fue para mi madre un océano cálido y profundo,
donde se dejó llevar sin importarle las consecuencias de su profundidad. Con
sus manos se apoyó sobre el borde, y tomando impulso giraba y giraba en un
sentido y en el otro. Sintió su cuerpo verdaderamente desnudo, libre, sin
importarle nada más, solamente este pequeño instante que se le antojaba eterno.
Disfrutó como no lo hizo cuando era pequeña, porque la etapa de las fantasías y
los juegos fue pasada por alto, se borró en su infancia.
Se entregó
tanto al juego, que en uno de los giros, dio con la pared que la espiaba. Y
entre la separación de la madera vio unos ojos verdes que jamás olvidó. No era
Adolfina, ahora estaba segura. Eran unos ojos tan insistentes, que en ningún
momento llegaron a parpadear. La primera reacción de mi madre fue mantener la
apariencia de “aquí no ha pasado nada” y de que nada había visto, pero
solamente se engañaba a sí misma. Estuvo uno instante largo contemplando los
claros ojos. Pasado algunos segundos o tal vez minutos, no se supo quién
espiaba a quién, y de qué lado del tabique estaba el insistente observador.
Cuando mi madre hizo el intento de girar la cabeza, para regresar a su
tranquilo océano, ahora de aguas no profundas y terminar con su baño, la mirada
se esfumó de los torcidos tablones sin dar explicación. Mi madre intentó
retomar el fluido visual, pero no tuvo éxito. En toda la pared, arriba, de
bajo, en las esquinas, en el siguiente tabique, y en los otros tres, los ojos
verdes dejaron de estar presente. Pensó que el baño era suficiente. Salió de la
cuba y fue en busca de sus ropas, o de alguna toalla para secar su cuerpo, pero
no encontró tejido alguno. Entonces recordó, que la señora Adolfina se había llevado
sus prendas para lavarlas, y que más tarde regresaría con una toalla. No le
quedaba otra cosa que esperar, pero ahora no estaba relajada, sabía que unos
ojos intranquilos la estaban observando posiblemente ocultos en alguna grieta.
Sintió pudor como nunca. Apoyó su culo contra la cuba de madera, y con sus
brazos cruzados tapó sus pechos, y con una de sus manos su pubis. Levantó la
cabeza, y puso la mirada en la pared, donde descubrió los ojos verdes. Y se
quedó simplemente esperando.
__ ¡Señorita, tome esta toalla y estas prendas! ¡Mi madre me dijo que
se las trajera!--- lo dijo de espaldas sin mirar al interior. Simplemente
estiró su largo brazo hasta pasar el umbral de la puerta --- ¡Tómelas señorita,
tengo cosas que hacer!
__ ¡Usted es……………!--- dijo mi madre a la vez que tomaba la toalla y
las ropas.
__ ¡Soy el hijo de Adolfina! ¡Mi nombre es Fornicio Estrada! ¡Fornicio
Estrada y Rodeiro!
__ ¡Gracias, muchas gracias Fornicio!--- dijo mi madre terminando de
vestirse a toda prisa.
__ ¿Por qué?
__ ¡Por las ropas!--- contestó mi madre.
__ ¡Todo ha sido idea de mi madre! --- mientras hablaba se dio la
vuelta hasta encontrarse con los ojos de mi madre-- ¡Siempre encuentra la forma
de interrumpirme cuando estoy ocupado en mis cosas! ¡Va de un lado a otro y me
desconcentra, pero con mi madre no hay ningún remedio! ¡Es así!
__ ¿Tiene usted los ojos verdes?
__ ¡Sí, desde que nací!--- contestó Fornicio Estrada Rodeiro.
La cuba de madera, que aún hoy existe, tiene mucha historia, al igual que mi
pasado familiar. En esta cuba un día descubrí, al ver mi reflejo en el agua,
que mis ojos eran claros.