(CAPÍTULO XI)
EL OLFATO
Podemos comenzar por aspirar la
piel de nuestra amada o amado de un solo golpe, hasta esnifarnos su deseo y su
aliento.
El pene está tenso y la vagina
extendida como flor en primavera esperando la polinización. La experiencia del
hombre cuando la sangre se concentra en su miembro es indescriptible. Es la
fuerza de un caballo desbocado que no admite órdenes, pero es preciso que la
amazona intente dominarle, sino el brioso corcel terminará antes de tiempo la
carrera. La vagina de la joven se torna rosada, en algunas pieles con un tono
más o menos concentrado, pero aun así en todos los casos su color varía
extraordinaria para bien. Los labios
externos duplican su grosor creando una hermosa imagen que contrasta con el
pubis de líneas amplias. Estos labios apetitosos rodean los otros labios hasta
el clítoris, creando una extraordinaria concha
donde se concentra el universo apasionante y tentador. Si somos buenos
observadores, el dibujo que forma la vagina en su totalidad es un entrañable
laberinto que siempre conduce a la perdición de los sentidos, de la voluntad, y
de la consciencia más racional.
El joven antes de penetrar la
enigmática concha, primero debe
sentir la esencia de su pareja desde los hombros, porque la piel nos guiará con
su poder conductor por la delicada y esbelta espalda de ella. Hay que abordar
por detrás, con la nariz apoyada en cada uno de los poros que esperan ser
invadidos sin más retraso. El joven inspirará todos los olores concentrados por
la espera, y la joven, sentirá el aliento cálido e intenso en su espalda, y no
le quedará más remedio que vibrar.
Posiblemente los dos olvidaron
por un momento que el mar está cerca, y sin llegar a ponerse de acuerdo, decidirán,
que el mundo no existe, que es una fantasía, que solamente la brisa y el
salitre envuelven sus cuerpos con calidez. --¡Siento
en mis labios la historia de tu piel!-- Le dijo el joven a su amada sin
pensarlo, y pasó su lengua húmeda en zigzag desde los hombros hasta el
nacimiento de su poderoso culo. La joven cerró los ojos cuando sintió un ser vivo,
enérgico entre las aberturas de sus nalgas, y pidió con todas las fuerzas de su
existencia, que continuase lentamente por el mismo camino hasta llegar a su
ano; pero el joven, no estaba dispuesto a perder la cabeza tan pronto, y
sosteniéndola por las caderas se puso en pie. Su pene por descuido encalló en
la hendidura de su trasero. ¡A los dos le llegó la imagen del mar, cuando los
barcos pretenden continuar con su rumbo, y las olas traicioneras se lo impiden
para que acaben en las profundidades del océano!
Ella se abrió en todos los
sentidos frente a la ventana, y sus senos al viento quisieron escapar al vacío,
pero el joven se aferró a sus caderas, y esperó que la gravedad trajese a sus
manos los redondos pechos que tanto deseaba. Entre su dedo índice y pulgar, de
la mano derecha, afloró un dilatado pezón, y entre los cinco dedos de su mano
izquierda, una amplia areola con matices irregulares. La joven apoyó su cuerpo
en los brazos de su amado, y el joven la disfrutó con la ventana abierta de par
en par.
--¡Dame más!-- Le dijo ella, y él dobló las rodillas, y su falo fue
recorriendo las blancas nalgas que dejaban ver las marcas de una desterrada
tanga que esperaba sobre la arena que en algún momento la recogiesen; pero en
este instante sería algo así como misión imposible. Ella levantó los brazos, y
junto con ellos sus frondosos pechos guiados por él, y se apoyaron en el marco
de la ventana para que ningún viento poderoso los alejase de su objetivo.
¡Abrieron las ventanas, pero de la nariz, y todos los pecados entraron con
permiso de los dos!
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