(CAPÍTULO
XLI)
Pero Álvaro no introdujo su lengua,
era más que capaz, pero no lo hizo. Quiso tomarse algo de tiempo. Y entonces,
sin esperárselo, la sabía, la fluida sabía de su amada, se dispersó al exterior
sin rubor por su amplio y desnudo torso. Ella mantuvo sus piernas a horcajadas,
para que de su monte eterno se despeñase en cascada los fluidos.
Sin apenas moverse, Álvaro
topó con el verdadero salto del ángel, con el monumental requiebro rompiendo
sobre su cara.
__
¡Los sabores los tengo intactos, pero aún más la visión de tus imperecederas
piernas que se confabularon para terminar en lo alto del vértice! ¡Un volcán de
tierna lava me llega a mis ojos y no sé si podré sobrevivir porque me vulneras
la lógica! ¡…….! ¡Te amo Diana, y lo peligroso de estos encuentros, es que no
sabría cómo continuar con mi vida si tú no formas parte de ella! ¡…….! ¡Te
necesito para alimentar mis mañanas y mis atardeceres, para volar rozando el
mar y, no caer a las profundidades de mis lamentos y perderme en el olvido!
Álvaro sin darse apenas cuenta
se apoderó de cada palabra pronunciada como un versado improvisador. Las
acentuaba a su complacencia. Las desplegaba una por una y sin restricciones, a
gran escala, hasta permitir que los jugos perfumados de su amada se esparciesen
por su pecho.
Comenzó por las manos y,
terminó implicando cada una de sus articulaciones.
__
¡Te veo por los años, y en las imágenes que están por venir! ¡Tú figura calma
mi vehemencia! Hoy tengo tu silueta, no deseo nada más. ¡Miro al horizonte y
pienso que ha dejado de ser infinito! ¡El amplio océano lo he sentido hoy entre
tus piernas!
Álvaro continuó en su universo
amatorio donde exclusivamente Diana podía penetrar.
Las olas comenzaron a romper
en la orilla con mayor poderío y los cuerpos de los amantes bailaban al ritmo
del mar que negaba la calma. El estarse
quieto es un imposible.
No por disfrutar de los aromas
y de la poesía, el enamorado Álvaro dejó de mirar la vulva de su amada que se
había dilatado algunos centímetros más.
¡Él permaneció fiel a su
promesa!
Una ola intensa desplazó a los
enamorados unos metros. Diana cayó por su peso sobre la parte izquierda de
Álvaro, y este al estar boca arriba, le llegó un torrente de agua salada
mezclada con arena.
Quedaron desorientados, pero
uno al lado del otro. Y para no perder la costumbre, Diana se aferró a la verga
de su chico. De esta manera evitaría ser arrastrada por la corriente.
__
¡Perdón, pensé que había alcanzado un madero a la deriva! --le dijo Diana
sonriendo.
Esto fue un halago para Álvaro,
que por el enviste del mar, su potencia comenzaba a menguar.
__
¿Creo que tiene vida? --y para afirmarlo fehacientemente, comenzó agitarlo con
perseverancia debajo del agua.
Diana poseía soltura en las
manos, arte en los dedos, y voluntad en las articulaciones. Su muñeca
repercutía con los intervalos precisos para lograr su designio. Si por ella
fuese, sacaría agua de las mismísimas piedras.
CONTINUARÁ………………………….
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