sábado, 22 de noviembre de 2014

¿CÓMO HACER EL AMOR EN UN SITIO INCÓMODO?

(CAPÍTULO XXX)
                                            

                                            LA VISIÓN
                                              (La playa)

                Al llegar la noche descansaron, para que las fuerzas se multiplicasen efusivamente, porque amaneciendo, sus objetivos serían diferentes.
                 Decidieron continuar con su bacanal de los sentidos frente al mar. La playa es el lugar ideal para que la luz influya directamente en los cuerpos y las sombras se agiten a gusto de los interesados.
                Nada más entrar los primeros rayos de sol tomó él la toalla, y ella la crema solar y, juntos, se dirigieron a la cala que se veía desde la ventana de la habitación. Ella llevaba un pareo alrededor de su cuerpo y, debajo del mismo la parte inferior del bañador al estilo de “hilo dental”.
                Él determinó que debajo de su pareo todo se mantuviese libre, para que la brisa del mar oxigenase su miembro y lo dispusiera para que su amada se regodeara en su contemplación. Antes de partir encontró sobre la mesa de la habitación sus gafas de sol, y pensó que no estaría nada mal llevarlas por si la calima humedecía sus ojos.
                Por la orilla de la playa los dos amantes caminaron con sus pies rozando el agua. La arena hizo la función de almohadilla benefactora para sus músculos agotados por las variadas y complejas posiciones frente a la ventana. A ella se le ocurrió lanzar a su chico sobre la arena, y con sus pies desnudos proporcionarle un masaje.
                Él no puso reparos, y como un peso muerto se desplomó boca arriba sobre la húmeda playa. Extendió los brazos, se acomodó las gafas y, en cuatro palabras expresó lo que sentía --¡Diana, soy todo tuyo!-- Se quedó inmóvil, y esperó por la sorpresa de la joven. En estos días pocas veces había pronunciado el nombre de su amada, posiblemente porque el tiempo no fuese suficiente para distribuirlo en otros menesteres.
                Diana con sus pies en el agua los fue deslizando por la arena mientras dejaba una estela de señales a su paso. Llegó a las piernas de su chico y se detuvo en sus dedos --¡Te voy a dar un masaje que jamás olvidaras!-- Le dijo mirándole la figura que se estaba formando debajo del pareo. Para ella era la primera vez, desde que llegaron a la playa, que pronunciaba el nombre de Álvaro, y este simple hecho le pareció sorprendente.

                El sol comenzaba su extensión por el cielo, y los amantes se dispusieron a continuar con sus juegos amatorios. Álvaro sintió por sus piernas la suavidad de los dedos de Diana, y Diana a su vez, fue con cuidado apartándolas hasta abrirlo como un compás. Las gafas de sol propiciaron que la mirada de Álvaro se perdiese solapadamente en la inmensidad del espacio, mientras Diana avanzaba con sus provocadores pies hacia las profundidades de su amado. 

Continuará........................

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