EL TACTO (Los cuerpos)
CAPÍTULO LXX.
Naturalmente que llegaron. Un caudal. Un torrente. Un advenimiento de
manos se agolpó ante las firmes carnes de nuestra espontánea protagonista que desde
mucho antes no deseaba dejar de ser el centro. Ella esperaba lo imposible ante los
devenires continuos de manos indecorosas, de manos que no llegaron a plantear
nada, porque ellas, las manos, simplemente ejecutaron directamente sobre el
cuerpo de la fogosa mujer sus artes amatorias, hasta distender el más empequeñecido
poro que estaba dispuesto a vibrar con el más leve roce de cualquiera de los
centenares de dedos que danzaban sobre su morfología.
La
mujer respiró profundamente. Llenó sus pulmones y exclamó.
__ ¡Es hora de que encuentren mis puntos débiles afanosas
manos!
Y
seguidamente por alguna razón inesperada se lanzó sobre la arena quedando boca
arriba con las piernas y los brazos extendidos y separados entre sí, como los ángeles
que se forman con los cuerpos sobre la nieve. La primera mano no se lo pensó y
fue directamente hasta la harmoniosa pelvis de la entregada mujer que tal parecía
que esperaba como Penélope la llegada de Odiseo. Las demás manos se
contuvieron, posiblemente deseaban ser testigos mudos de lo que pasaría en los
siguientes minutos. La lanzada mano llegó planeando con sus cinco dedos unidos
entre sí y descendió a todo lo largo del bajo vientre de la mujer y descansó justamente
sobre la relajada oquedad que esperaba un aterrizaje forzoso.
En este
momento los ojos, los centenares de ojos observantes se aglutinaron sobre la
zona pudorosa de la afiebrada mujer para alcanzar el mejor ángulo antes de
conquistarla de lleno. Estos ojos, al igual que las respectivas manos,
solicitaron un desembarco en toda regla sobre el desnudo clítoris, que desde
tiempos inmemoriales esperaba como un vigía la llegada de cualquier intruso.
Continuará.....................
fOTOGRAFÍA: ara.
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