(CAPÍTULO LXIX)
EL TACTO (Los cuerpos)
Una de
las personas entregadas sin condiciones a las tentativas manos fue la mujer que
con su valentía dio un paso al frente en los primeros instantes del colectivo
encuentro. Ella decidió ser intervenida por estas afortunadas manos que se confesaban
fieles apasionadas de suntuosas pieles. Dos manos. Fueron dos manos las que
comenzaron el viaje por el cuerpo de la mujer que disfrutaba sin medida, pero
en un descuido de las anteriores manos, una tercera mano llegó, se acercó, y se
incorporó al eminente deslizamiento por pendientes peligrosas. Tres manos, eran
tres manos las que desde este momento disfrutaban del placer del tocamiento,
pero por poco tiempo, porque antes que la mujer profundizara en su liberación,
llegaron algunas más que reclamaron algo de territorio para experimentar.
Ella
había quedado de pie, desnuda como todos, entregada a las alabanzas de ávidas
manos que deseaban demostrar la mayor pericia con sus dedos. Esta voluptuosa
mujer, de edad comprendida entre la que aparenta y la que está demás investigar,
sintió como su figura estaba siendo moldeada en cada punto de su morfología, y
para que su ausencia fuese más profunda y grandiosa, optó por dejar caer sus
párpados, y se entregó al placer de los frotamientos, que desde la sexta o séptima
mano lo venía experimentando. Sus pechos estaban siendo amasados con firmeza.
Se levantaban, se desplazaban a un lado, y al otro. Desde la cima de sus
pezones una mayoría abrumadora de dedos se deslizaban para franquear la mayor extensión
posible de protuberancia mamaria. Las tangibles tetas a estas alturas eran incomparables.
La mujer sintió como sus pechos ahora se mostraban firmes ante los elementos
naturales, y no puso ningún impedimento para que todas las manos supiesen que se
había excitado de tanta fricción, y que sus carnes ahora estaban tensas,
sólidas, estables, deseosas de más, de más, y de muchas más manos para que
continuasen su recorrido por el apasionante mundo de las guaridas prohibidas.
Es que a estas alturas la estimulada mujer de carnes portentosas no se
conformaba con sencillas manipulaciones de miembros inquietos, ella deseaba con
todas sus fuerzas que las manos penetrasen en las partes más sensitivas y
ocultas de su delirante cuerpo.
Continuará.....................
fOTOGRAFÍA: ara.
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