(CAPÍTULO
XLIV)
Un beso. Un sencillo y dulce
beso que les hizo recordar los primeros instantes de su relación. El contacto. El
milimétrico contacto que termina por simplificar las cosas. Los labios de
Álvaro y de Diana se unieron simplemente sin buscar la complicidad de cualquier
otro elemento de sus cuerpos. ¡Un suficiente beso de ambos para que de sus ojos
las lágrimas rodasen hasta abatir el vacío! El impulso de él era inagotable, al
igual que la entrega de ella. Desde la primera vez hasta ahora, una eternidad
había pasado por sus cuerpos y sus emociones, y aún, se sentían simples iniciados
en estos menesteres.
Las allegadas caricias
enlazaban los diminutos lugares y las furtivas zonas en la que los amantes se
entregaban desaforadamente, con vehemencia incontrolada, variadas armas, o, jugosos
pensamientos; pero sobre todo, sin el lastrante del “pasado”. Para él, y para
ella, en sus encuentros el “pasado” no es más que una relación espacio tiempo,
que no viene a cuentas porque si se le permite su entrada termina por
condicionar el presente y, entonces, su desprendida relación terminaría dañada.
El “pasado” debe permanecer
lejos, donde se encuentra, en su justo pretérito. Y si fuese necesario
consultarlo, se traería al presente para enmendarlo, para ordenar los recuerdos
y, abastecer las necesarias lágrimas; pero luego, a su merecido espacio
gramatical.
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¡No hemos llegado a la cala! --le dijo Álvaro con la intención de arrastrar a
su amada al espacio deseado.
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¿Vamos? --con inocencia preguntó ella.
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¡Está bien! --contestó él.
Diana tomó las escasas ropas difuminadas
por toda la arena y las lanzó al mar.
__
¡Es hora de partir hacia la cala! --dijo a su amado.
Con las carnes al poniente los dos, se
alejaron en dirección a su retiro inescrutable.
Diana, con un pellizco provocó
a su chico, y a la mayor velocidad de sus piernas, se alejó por todo el
litoral. ¡Ella sabía que Álvaro disfrutaba con la contemplación de su cuerpo
desnudo saltando sobre la playa! Las carnes concentradas en las nalgas de
Diana, son sólidas, como las inquietas olas que retornan a su lugar de origen
después de recorrer el extenso arenal. Posee una perfecta y tallada silueta,
perfilada como un laberinto sibilino en el cual nunca se llega a su fin. Su lúcido
busto es como el incansable horizonte que mientras más se reclama menos se
alcanza.
¡Diana trotando desnuda es como una tempestad que pasa
pero que jamás llega a olvidarse, porque en algún rincón perdido, deja como recuerdo los estragos!
Álvaro para no terminar
perdiéndola de vista se puso a correr. Mientras la seguía, sus deseos se
hicieron más latentes y, el vaivén de su verga sobre cada uno de sus muslos,
primero en el izquierdo y a continuación en el derecho, disparó la maquinaria del
ímpetu, y en unos segundos la erección se consumó. Ahora su pene marchaba al
frente, con la poderosa intención de ser el primero en llegar a la meta, que no
podía ser otra que las nalgas de Diana; pero desde la frustrada felación,
Álvaro tenía un hervidero de hormigas bravas dentro de las arterias. Y se le
ocurrió que lo mejor para liberar tensiones no podía ser otra cosa que masturbarse
mirando a Diana correr.
¡De esta manera comenzó para
él una nueva experiencia cono toques salados!
CONTINUARÁ........................................
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