(CAPÍTULO
XIX)
--¡Te amo!-- Le dijo el joven mirándola fijamente a la cara. No era
la primera vez que se lo decía, pero en esta ocasión le confesaba con firmes
intenciones que su amor sería por siempre. Deseaba estar junta a ella más allá
de lo que su imaginación podía abarcar, y cuando llegase el final de los
tiempos, empezar nuevamente desde el mismo principio. Ella saboreaba las
palabras de su amado con sumo cuidado para no desperdiciar ni una letra. Desde
entonces se había acostumbrado a escucharlas mientras él la acariciaba y
jugueteaba con su cuerpo. ¡Cada uno aprendió del otro a entregarlo todo, y a
recibir más de lo merecido! Nunca exigieron un te quiero porque lo demostraban en cada espacio del día. ¡Estas
horas vividas son la recompensa por su comprometido amor!
La luz que entraba por el
ventanal comenzaba a cambiar. No era un tono de melancolía, más bien una
confirmación que el cielo y la tierra estaban de acuerdo con esta unión. ¡El
mar los bendecía, la ventana les dio cobijo, y la fragancia del ambiente los
transportó por dimensiones desconocidas!
Hicieron una pausa para
mirarse. Para descubrir en el otro lo que se habían perdido hasta ahora. ¡Los
espacios sutiles que guardamos para momentos especiales! ¡Esa diminuta extensión
de piel que nunca antes fue mimada!
Él no tenía noción de hasta qué
punto se podía poner de rosada la piel de su amada. Ahora podía observar cada
uno de sus poros. ¡Todo era soberbio! Las mejillas con colores difuminados del
pálido al rojo dejaban ver una hermosa cara con ojos pícaros y brillantes. Unos
ojos que pedían tregua para disponerse a la batalla final. Los dos sabían que
lo que estaba por llegar merecía las mejores intenciones y las mayores
energías.