(CAPÍTULO
XIX)
La luz que entraba por el
ventanal comenzaba a cambiar. No era un tono de melancolía, más bien una
confirmación que el cielo y la tierra estaban de acuerdo con esta unión. ¡El
mar los bendecía, la ventana les dio cobijo, y la fragancia del ambiente los
transportó por dimensiones desconocidas!
Hicieron una pausa para
mirarse. Para descubrir en el otro lo que se habían perdido hasta ahora. ¡Los
espacios sutiles que guardamos para momentos especiales! ¡Esa diminuta extensión
de piel que nunca antes fue mimada!
Él no tenía noción de hasta qué
punto se podía poner de rosada la piel de su amada. Ahora podía observar cada
uno de sus poros. ¡Todo era soberbio! Las mejillas con colores difuminados del
pálido al rojo dejaban ver una hermosa cara con ojos pícaros y brillantes. Unos
ojos que pedían tregua para disponerse a la batalla final. Los dos sabían que
lo que estaba por llegar merecía las mejores intenciones y las mayores
energías.