CAPÍTULO LXVIII.
EL TACTO (Los cuerpos)
Las
manos dibujaban caricias con los dedos, pero también con el revés de la misma
para deslizarse por un muslo, para continuar en dirección a las entrepiernas,
al abdomen, o directamente al sexo; estas fueron las manos más sinceras, las
manos que pensaron que la hipocresía no era buena compañera para estos
menesteres en que se necesitaba sobretodo decisión, y se lanzaron de lleno a
tocar lo inevitable, lo relacionado con las sensaciones y el placer, lo que
mantenemos en nuestros pensamientos, y algunas veces, no las más o las menos,
deseamos que se comience por manipular para sentir que somos objetos del deseo,
y que al fin alguien se ha dignado a intervenir nuestras carnes.
No se
puede afirmar que estas toconas manos están siendo irrespetuosas porque para
nada su comportamiento es desagradable, todo lo contrario, su gimnasia sobre la
piel del contrario o de la contraria es más bien lisonjero, repleto de buenas
intenciones que amplía la capacidad sensorial del receptor. La persona que está
recibiendo las caricias se encuentra en un estado de subconsciencia total,
porque sus sentidos, todos, se encuentran en cada punto que es visitado por la deslumbrante
mano que no deja de moverse y de tentar, en sus manos, las partes más deseable
de la anatomía de cualquier ser viviente de esta marina cala.
Continuará.....................
fOTOGRAFÍA: ara.