(CAPÍTULO XXIV)
“LOS OBJETOS VOLUBLES”
Juan presentó por sorpresa y
para todos un plato, un solo plato que llamaba ajiaco, una especie de cocido
que permitía que se incorporase una infinita variedad de ingredientes al igual
que componentes alimenticios. Vegetales, carnes, viandas, hierbas aromáticas,
aliños varios y concentrados, y por supuesto el ingrediente sorpresa del
maestro culinario Juan, que no pasó por alto el detalle de incorporar su
mejunje. Juan adobó este cocido con varios condimentos propios que venía
desarrollando desde hace algún tiempo, esto lo sé con lujo de detalles porque
Juan, lo dejó plasmado en una especie de diario que llevaba a la par de las
recetas de cocina. Lo que ocurrió en el interior del infierno para nada me fue
ajeno.
Uno de los trucos confesables del
abuelo Juan, porque el ingrediente secreto se lo llevó a la tumba, radicaba en
la elaboración del ajiaco, que se ponía a fuego lento, y despacio, muy
lentamente, se le iba incorporando cada ingrediente, con un intervalo de no
menos de quince minutos entre uno y otro. El fuego según el abuelo Juan hacía
una labor encomiable para reafirmar los aromas y perpetuarlos en un concubinato
total.
Después de al menos ocho horas,
menos no, pero más sí en dependencia de la cantidad de ingredientes que se le desee
incorporar de más, el ajiaco debe reposar en un pozuelo hondo por varios
minutos, y aquí, pasado este tiempo, es cuando intervienen las manos de Juan y
hacen de las suyas. Su secreto estaba depositado en la alacena, en la que
solamente él portaba la llave, lo tomó y con el mismo aderezo su ajiaco, y solo
entonces, no antes, llamó a sus camareros para que repartiesen las vasijas a
cada uno de los comensales presentes en
el Infierno, aunque no hallan solicitado el ajiaco del Infierno, esta vez era
un obsequio de la casa. Lo que pasó más tarde fue concluyente.
Continuará..........................
Fotos: ARA y Mandy.